Beato Egidio (o Gil) de Asís, Religioso Franciscano
Abril 23Martirologio Romano: En Perusa, en la Umbría, beato Egidio de Asís, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, que, siendo compañero de san Francisco, mostró una fe intrépida y una gran simplicidad en sus peregrinaciones (1262).
Etimológicamente: Egidio = Hijo de Egeo, es de origen griego.
Discípulo de San Francisco de Asís, clérigo de la Primera Orden
Entre los
primeros compañeros de San Francisco está el Beato Egido ( o Gil) de Asís, el
cual respaldó su petición de hacerse Hermano Menor cediendo inmediatamente su
propio manto cuando al convento de los hermanos llegó un pobre a pedir alguna
cosa.
Sencillo, humilde, iletrado, sabía sin embargo impulsar a todos al amor de
Dios y expresar dichos llenos de seráfica doctrina. La mayor parte de su vida se
caracterizó por peregrinaciones: a Santiago de Compostela, al Monte Gargano
(Santuario de San Miguel Arcángel), a Tierra Santa y más tarde al Africa.
Ocupaba el tiempo de permanencia y sus esperas forzosas y se ganaba la caridad
de las gentes con sus trabajos manuales. Hacía de todo: cargaba agua, recogía
nueces o leña, nunca ocioso, siempre en silencio con Dios, con quien hablaba en
la oración y en la contemplación, única fuente de su sabiduría cristiana. Así
vino a ser el ejemplar de la vida franciscana primitiva, cuyo claustro es el
mundo, su ocupación cualquier trabajo honesto y humilde, y su delicia estar con
Dios en las noches silenciosas.
El día de San Jorge, el 23 de abril de 1209, Gil después de escuchar la
Misa en Asís, bajó a la Porciúncula con la intención de dirigirse a San
Francisco. Lo encontró saliendo de un bosquecillo y se le echó a los pies. «¿Qué
quieres?», le preguntó Francisco. «Quiero quedarme contigo», respondió Gil. Y se
quedó. Francisco lo declaró de inmediato «caballero de la mesa redonda» y en su
compañía partió para la Marca de Ancona. A lo largo del camino fray Gil alababa
a Dios y lleno de gratitud se postraba en tierra y besaba la hierba, las flores
y las piedras.
Cuando san Francisco predicaba él permanecía estático y decía a los demás: «Escúchenlo, porque habla maravillosamente». Fuera del tiempo necesario para la oración y la lectura del breviario, Gil trabajaba continuamente y como pago sólo recibía lo estrictamente necesario para la vida. Son célebres sus dichos llenos de sabiduría religiosa y de espíritu práctico. Una vez amonestó a un predicador parlanchín, gritándole detrás: «Bao, bao, bao, hablo mucho, poco hago». Con frecuencia su sabiduría era bondadosamente irónica, como cuando un hermano dijo que había soñado en el infierno y no había visto allí ningún hermano menor, le respondió: «Seguramente no bajaste hasta el fondo!». Ante uno que hablaba mucho sin pensar, dijo: «Pienso que uno debería tener el cuello largo como la grulla; así la palabra tendría que pasar por muchos nudos antes de subir a la boca!».
Cuando san Francisco predicaba él permanecía estático y decía a los demás: «Escúchenlo, porque habla maravillosamente». Fuera del tiempo necesario para la oración y la lectura del breviario, Gil trabajaba continuamente y como pago sólo recibía lo estrictamente necesario para la vida. Son célebres sus dichos llenos de sabiduría religiosa y de espíritu práctico. Una vez amonestó a un predicador parlanchín, gritándole detrás: «Bao, bao, bao, hablo mucho, poco hago». Con frecuencia su sabiduría era bondadosamente irónica, como cuando un hermano dijo que había soñado en el infierno y no había visto allí ningún hermano menor, le respondió: «Seguramente no bajaste hasta el fondo!». Ante uno que hablaba mucho sin pensar, dijo: «Pienso que uno debería tener el cuello largo como la grulla; así la palabra tendría que pasar por muchos nudos antes de subir a la boca!».
Entre 1215 y 1219 estuvo como ermitaño en las afueras de Asís. Entre 1219 y
1220 estuvo como misionero en Túnez, del 23 de junio de 1225 al 31 de enero de
1226, vivió en Rieti, en casa del cardenal Niccoló, deseoso de gozar de sus
conversaciones espirituales.
Fray Gil era un contemplativo, un místico, que entraba en éxtasis con sólo
oír mencionar el paraíso. San Francisco y San Buenaventura tuvieron para con él
una gran admiración. Más tarde, muerto ya San Francisco, su vida transcurrió en
los eremitorios de la Umbría, sobre todo en el de Monterípido, donde murió muy
anciano el 23 de abril de 1262. Cercano a la muerte, cuando las autoridades de
Perusa enviaron gente armada a custodiarlo, les envió recado para asegurarles
que nunca las campanas de Perusa resonarían por su canonización ni por milagro
alguno suyo.
Llamado Beato por la voz del pueblo, la Iglesia le confirmó este título por
medio de Pío VI el 4 de julio de 1777.
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Fuente: Franciscanos.net
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