Beata Elena Valentini de Udine, Laica Agustina
Abril 23
Martirologio Romano: En Udine, en la región de Venecia, beata Elena Valentini, viuda, que, para servir únicamente a Dios, abrazó la orden seglar de san Agustín, distinguiéndose por la oración, la lectura del Evangelio y las obras de misericordia (1458).
Martirologio Romano: En Udine, en la región de Venecia, beata Elena Valentini, viuda, que, para servir únicamente a Dios, abrazó la orden seglar de san Agustín, distinguiéndose por la oración, la lectura del Evangelio y las obras de misericordia (1458).
Etimológicamente: Elena = Aquella que resplandece, es de origen
griego.
Nacida el año 1396 ó 1397 en Údine (Italia), en la familia de los señores de Maniago, se unió en matrimonio hacia 1414 con el aristócrata Antonio Cavalcanti. Fueron padres de seis hijos. Muerto su marido en 1441, Helena decidió retirarse del mundo. Habiendo escuchado la palabra vibrante del agustino Ángel de S. Severino, se hizo terciaria agustina. Después de haber emitido la profesión, permaneció en la casa que había recibido de su esposo, y allí continuó hasta 1446, fecha en la que pasó a vivir con la hermana Perfecta, terciaria agustina como ella, permaneciendo a su lado hasta el final de sus días.
Nacida el año 1396 ó 1397 en Údine (Italia), en la familia de los señores de Maniago, se unió en matrimonio hacia 1414 con el aristócrata Antonio Cavalcanti. Fueron padres de seis hijos. Muerto su marido en 1441, Helena decidió retirarse del mundo. Habiendo escuchado la palabra vibrante del agustino Ángel de S. Severino, se hizo terciaria agustina. Después de haber emitido la profesión, permaneció en la casa que había recibido de su esposo, y allí continuó hasta 1446, fecha en la que pasó a vivir con la hermana Perfecta, terciaria agustina como ella, permaneciendo a su lado hasta el final de sus días.
Durante los casi dieciocho años como laica consagrada, llevó siempre una
vida de penitencia y rigurosa mortificación, alimentándose normalmente sólo de
pan y agua, durmiendo sobre un duro lecho de piedras, apenas cubierto con un
poco de paja, flagelando continuamente su cuerpo e, incluso, caminando con
treinta y tres minúsculas piedras metidas en los zapatos “en recuerdo de los
bailes y danzas – como ella misma solía repetir – con que en el siglo había
ofendido a mi Señor, y en memoria de los treinta y tres años que mi dulce Jesús
por mi amor caminó por el mundo”.
En las distintas formas de penitencia a las que quiso someterse, siempre se
inspiró en el doble motivo de la imitación de Cristo y el contraste con su
anterior existencia mundana. No le faltaron profundas crisis de desaliento y
cansancio, a las que supo reaccionar con gran fuerza de ánimo, retirada en la
pequeña celda construida en su misma casa, y de la que salía solamente para ir a
rezar y a meditar en su querida iglesia de Santa Lucía. Autorizada por el padre
Provincial de los agustinos, hizo voto, en 1444, del absoluto silencio,
interrumpido sólo con ocasión de la Navidad para entretenerse en breves y
edificantes conversaciones con sus hijos y algunos familiares. Como supremo
consuelo en su vida de completa renuncia y lucha, tuvo éxtasis y visiones
celestes, gratificada, además, por Dios con el don de los milagros y el
conocimiento de cosas ocultas.
A causa de la fractura de los dos fémures en 1455, pasó sus últimos años
postrada en un humilde y duro lecho, en serena y paciente espera de la muerte,
acaecida el 23 de abril de 1458. Fue sepultada en el rincón de la iglesia de
Sta. Lucía donde en vida solía abandonarse a la contemplación, oculta en el
pequeño “oratorio” de madera que se había hecho construir para librarse de la
admiración y de la curiosidad de los fieles. Después de diversos traslados, los
restos mortales de la beata encontraron en 1845 un lugar digno en la catedral,
donde hoy se hallan expuestos a la veneración pública.
El culto de la beata fue confirmado en 1848 por el papa Pío IX.
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Autor: Niccolò Del Re | Fuente: Osanet.org
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