Martirologio Romano: En Tánger, de Mauritania,
pasión de san Marcelo, centurión, que el día del cumpleaños del emperador,
mientras los demás sacrificaban, se quitó las insignias de su función y las
arrojó al pie de los estandartes, afirmando que por ser cristiano no podía
seguir manteniendo el juramento militar, pues debía obedecer solamente a Cristo,
e inmediatamente fue degollado, consumando así su martirio. 298.
Se conservan actas con bastantes rasgos de historicidad.
Marcelo es un Centurión que, según parece,
pertenecía a la Legio VII Gemina y el lugar de los hechos bien pudo ser la
ciudad de León.
Su proceso tuvo lugar en dos pasos: primero en
España, ante el presidente o gobernador Fortunato (28 de Julio del 298) y en
Tánger el definitivo, ante Aurelio Agricolano (30 de Octubre del mismo
año).
Fortunato envió a Agricolano el siguiente texto
causa del juicio contra Marcelo: "Manilio Fortunato a Agricolano, su señor,
salud. En el felicísimo día en que en todo el orbe celebramos solemnemente el
cumpleaños de nuestros señores augustos césares, señor Aurelio Agricolano,
Marcelo, centurión ordinario, como si se hubiese vuelto loco, se quitó
espontáneamente el cinto militar y arrojó la espada y el bastón de centurión
delante de las tropas de nuestros señores".
Ante Fortunato, Marcelo explica su actitud
diciendo que era cristiano y no podía militar en más ejército que en el de
Jesucristo, hijo de Dios omnipotente.
Fortunato, ante un hecho de tanta gravedad, creyó
necesario notificarlo a los emperadores y césares y enviar a Marcelo para que lo
juzgase su superior, el viceprefecto Agricolano. En Tánger, y ante Agricolano,
se lee a Marcelo el acta de acusación, que él confirma y acepta, por lo que es
condenado a la decapitación.
La historia es así de escueta a la distancia de
casi dieciocho siglos.
La leyenda -no necesariamente falsa- abunda en
algunos detalles que, si bien no son necesarios para el esclarecimiento del
hecho, sí lo explicita, o al menos lo sublima para estímulo de los cristianos.
Así, se añade la puntualización de que se trataba de un acto oficial y solemne
en que toda la tropa militar estaba dispuesta para ofrecer sacrificios a los
dioses paganos e invocar su protección sobre el Emperador.
Los descreídos probablemente aseveren que un acto
así es propio de un loco; sí, una locura. Perder la vida... por nada. Ya lo dijo
también el jefe romano.
Los cobardes, con su ánimo pusilánime,
probablemente afirmen que Marcelo hizo el tonto; en fin, que algunas veces, en
situaciones delicadas, es preciso contemporizar cuando los tiempos vienen así,
que hay que saber adaptarse y que... lo importante es creer en Dios.
Los fanáticos, dejándose llevar de la temeridad
impulsiva que los caracteriza, quizá digan que un hombre con fe, en una
situación como esa, debía haberse liado a sablazos con los jefes y con los demás
soldados. Fue... un miserable blando.
La Iglesia ve en Marcelo... a un mártir.
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Fuente: Archidiócesis de
Madrid
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