San Narciso de Jerusalén o Gerona, Obispo y Mártir
Octubre 29
Octubre 29
n.: c. 106 - †: c. 222 - país: Israel
Conmemoración de san Narciso, obispo de Jerusalén, merecedor de alabanzas por su santidad, paciencia y fe. Acerca de cuándo debía celebrarse la Pascua cristiana, manifestó estar de acuerdo con el papa san Víctor, y que no había otro día que el domingo para celebrar el misterio de la Resurrección de Jesucristo. Descansó en el Señor a la edad de ciento dieciséis años.
San Narciso nació haciaa el año 100, y vivió,
como veremos, unos 116 años. Además de ser obispo de Jerusalén, fue testigo
privilegiado del gran cambio que se obró en la cristiandad de la Ciudad Santa,
cuando, por la política de Adriano, se pasó de población judía a población
gentil, de obispos de origen judío a obispos de origen gentil, al primero de los
cuales, san Marcos de Jerusalén, hemos celebrado have pocos días. Al igual que
con éste, también con san Narciso nuestra fuente privilegiada es Eusebio de
Cesarea, pero, sea por un especial gusto que Eusebio tuviera en las noticias de
la vida de Narciso, sea que por su longevidad había mucho para contar, le
dedica, además de los pequeños fragmentos en las listas cronológicas, una
pequeña narración continuada, que transcribiré.
Pero antes de eso, algunos pocos datos que pueden
ayudar a ubicarnos: san Narciso fue elegido obispo cuando ya era septagenario;
su figura era respetada, y también, por qué no, también un poco envidiada. Así
que no le faltaron pruebas, como la difamación que nos mencionará Eusebio, sin
decirnos propiamente en qué consistió. Del relato de Eusebio surge que a causa
de esa difamación se alejó algún tiempo del episcopado, sin embargo debemos
tener presente que las causas pueden ser más complejas, y Eusebio escribe cien
años más atrde de los hechos. Aclaro esto porque no se ve del todo bien por qué,
pasando tres episcopados en medio (que plantean problemas de cronología aun no
resueltos),
Narciso reaparece como si nada hubiera pasado, y
le restituyen su cargo. Allí se produce el acontecimeinto que Eusebio, siguiendo
sus fuentes, pone todo en manos directas de la Providencia: que va revelando a
unos y a otros lo que quiere que ocurra, pero que, seguramente ocurrió de alguna
manera un poco más compleja: san Alejandro viene de Capadocia a Jerusalén para
visitar los lugares santos, y es elegido obispo de Jerusalén para ayudar a san
Narciso, que era ya muy anciano: es el primer caso perfectamente registrado de
un obispo coadjutor, algo tan común en las enormes diócesis de la
actualidad.
San Narciso tuvo fama de gran taumaturgo, de lo
cual nos queda el milagro de la lámpara que nos contará Eusebio, también con él
tenemos testimonio de que la Iglesia de Jerusalén, como la de Alejandría,
adhiere a la celebración de la Pascua en domingo, a diferencia de las iglesias
de Asia, que seguían celebrando la Pascua en la fecha judía, es decir, el 14
Nisán (los llamados «cuartodecimanos»). A cien años por delante, el relato de
Eusebio es, como siempre, tan vivo, que nos deja con ganas de más:
Muchos, pues, y diversos son los milagros que los
ciudadanos de aquella iglesia recuerdan de Narciso, transmitidos por tradición
de los hermanos que se han sucedido. Entre ellos refieren también el siguiente
prodigio realizado por él: Dicen que una vez, durante la gran vigilia de Pascua,
faltó el aceite a los diáconos, por lo cual se apoderó de toda la muchedumbre un
gran desánimo. Narciso mandó entonces a los que preparaban las luces que sacasen
agua y se la llevaran a él. Hecho esto, oró sobre el agua y con toda la
sinceridad de su fe en el Señor ordenó echarla en las lámparas. Ejecutado que se
hubo también esto, por un poder maravilloso y divino y contra todo razonamiento,
la naturaleza del agua cambió su cualidad en la del aceite, y muchos de los
hermanos que allí estaban conservaron largo tiempo, desde entonces hasta
nuestros días, un poquito de aquel aceite como prueba del milagro de
entonces.
Muchas otras cosas dignas de mención se cuentan
de la vida de este hombre, entre ellas también la siguiente. Unos pobres
hombrecillos, incapaces de soportar el vigor de aquél y la constancia de su
vida, temerosos de ser arrestados y sometidos a castigo, pues eran conscientes
de sus delitos innumerables, tomaron la delantera y urdieron y esparcieron una
calumnia terrible contra él. Luego, con el fin de asegurarse la confianza de los
oyentes, confirmaban con juramento sus acusaciones: uno juraba porque el fuego
le destruyese; otro porque una enfermedad funesta consumiera su cuerpo, y un
tercero, porque sus ojos cegaran. Pero ni aun así, ni siquiera jurando, un solo
file les prestó atención, por la templanza de Narciso, que de siempre brilló
ante todos y por su conducta virtuosa en todo. Él, sin embargo, no pudiendo
sobrellevar en modo alguno la maldad de estas calumnias, y por otra parte,
estando desde hacía largo tiempo en busca de una vida filosófica, huyó de la
muchedumbre entera de la iglesia y pasó muchos años oculto en regiones desiertas
y recónditas.
Pero el gran ojo de la justicia tampoco
permaneció quieto ante tales desmanes, sino que a toda prisa se dio a la
persecución de aquellos impíos con las mismas desgracias con que se habían
ligado perjurando contra sí mismos, pues el primero, sin motivo ninguno,
simplemente así, habiendo caído una chispita en la casa en que él moraba, la
incendió por completo durante la noche, y pereció abrasado con toda su familia;
el otro se vio de repente con el cuerpo, desde la planta de los pies hasta la
cabeza, lleno de aquella enfermedad con que él mismo se castigó de antemano; y
el tercero, así que vio el final de los primeros, temblando ante la ineludible
justicia de Dios que lo ve todo, hizo confesión pública de lo que habían tramado
en común los tres. En su arrepentimiento, se agotaba de tanto gemir y no cesaba
de llorar, tanto que llegó a perder sus dos ojos. Tales fueron los castigos que
sufrieron éstos por sus mentiras.
Retirado Narciso, y como nadie sabía dónde podía
hallarse, los obispos que presidían las iglesias limítrofes resolvieron imponer
las manos a un nuevo obispo. Díos se llamaba éste. Después de presidir no mucho
tiempo, le sucedió Germanión, y a éste, Gordio, bajo el cual reapareció Narciso,
de alguna parte, como un resucitado. Los hermanos le llamaron de nuevo para
ocupar la presidencia. Todos le admiraban todavía más, por causa de su retiro,
de su filosofía y, sobre todo, por la venganza que Dios había obrado en su
favor. Como quiera que Narciso no estaba ya en condiciones de ejercer el
ministerio por causa de su extrema vejez, la providencia de Dios llamó a
Alejandro, que era obispo de otra iglesia, para ejercer las funciones
episcopales junto con Narciso, conforme a una revelación que tuvo éste en sueños
por la noche.
Ocurrió, pues, que Alejandro, como obedeciendo a
un oráculo, emprendió un viaje desde Capadocia, donde por primera vez fue
investido del episcopado, a Jerusalén, por motivos de oración y de estudio de
los lugares. La gente de allí le recibió con los mejores sentimientos y ya no le
permitieron regresar a su país, conforme a otra revelación que también ellos
habían tenido durante la noche y según una voz que se dejó oír clarísima a los
más celosos de entre ellos, pues les indicaba que se adelantasen fuera de las
puertas de la ciudad y recibiesen al obispo que Dios les había predestinado.
Después de obrar así, con el común parecer de los obispos que regían las
iglesias circundantes, obligaron a Alejandro a permanecer allí
forzosamente.
El mismo Alejandro, en carta privada a los
antinoítas, que todavía hoy se conserva entre nosotros, menciona el episcopado
de Narciso, compartido con él, cuando escribe textualmente al final de la carta:
«Os saluda Narciso, el que rigió antes que yo la sede episcopal de aquí, y
ahora, a sus ciento dieciséis años cumplidos, ocupa su lugar junto a mí en las
oraciones y os exhorta, lo mismo que yo, a tener un mismo sentir».
=
Ver Eusebio, Historia Eclesiástica, IV,9-11, BAC,
1973(1ª), traducción de Argimiro Velasco Delgado; hay también otras citas
incidentales sobre san Narciso en el mismo libro IV, especialmente en relación a
la cuestión de la fecha de Pascua.
Abel Della Costa - eltestigofiel.com
Abel Della Costa - eltestigofiel.com
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