San Vicente, Sabina y
Cristeta, Mártires
Octubre 27 - 28
Octubre 27 - 28
Entre los
más ilustres mártires de Jesucristo, son dignos de especial mención los
hermanos, San Vicente, Sabina y Cristeta. Fueron naturales de la Villa de
Talavera de la Reina, sita en la Provincia de Toledo, España. El cruel Daciano
fue enviado a España con el perverso fin de perseguir y si pudiera exterminar a
los cristianos, y después de sacrificar muchas víctimas en Barcelona, Zaragoza y
Toledo, llegó a Talavera.
Allí le fue denunciado como cristiano, el joven Vicente, quien sin temor al tirano, al ser preguntado por su religión, intrépidamente confesó que era cristiano. Irritado el Gobernador, ordena inmediatamente ofrezca sacrificios a los dioses del imperio. A lo que Vicente contestó:
“Carecería de sólido entendimiento, si menospreciando al Dios verdadero que creó el cielo y formó la tierra, penetró los abismos y ciñó los mares, diese culto a los falsos dioses de leña y piedra, representados en estatuas vanas. Júpiter a quien tu invocas, fue un hombre inútil cuyas maldades y torpezas publican vuestros mismos libros, pero mi Dios es Santo e inmaculado, uno en esencia y trino en personas, quien por su infinito poder y suma bondad hizo las obras admirables, que en el cielo y la tierra vemos y sabemos, las cuales por todas partes publican su divinidad”.
Irritado Daciano con esta confesión, ordenó fuese llevado a ofrecer sacrificios a Júpiter, bajo pena de los mayores tormentos. Pero llevado ante el dios falso, apenas el joven santo puso sus pies en la piedra del ara de aquel dios pagano, se convirtió su dureza en blandura, quedando en ella impresas las plantas de nuestro santo como en blanda cera, con cuyo milagro muchos gentiles se convirtieron, y con el pretexto de que deseaban tres días para resolverse, lo llevaron a la cárcel. Estando el joven Vicente en la prisión acudían a visitarle muchos fieles y paganos de los que convirtió a la fe. Cada día crecía más su fe y su confianza en Dios, sin temor de lo que pudiera sucederle.
Sus dos hermanas huérfanas, Sabina y Cristeta, acudieron también a visitarle, y con lágrimas en los ojos, no para apartarle de la fe, sino para que con su presencia y compañía tener quien les sostuviese y confirmase en ella, le propusieron huyese de la cárcel. “Ya ves, le decían, bañadas en lágrimas, nuestra soledad, huérfanas de padre y madre y sin más amparo que el tuyo, si esto nos falta ¿Quién defenderá nuestra pureza del furor de los bárbaros? ¿Quién fortalecerá nuestro ánimo? Oye nuestras súplicas, sal de la prisión para que huyamos juntos, si bien para librarte ahora, no para que se nos niegue otra ocasión en que los tres consagremos a Dios nuestras vidas y si llega el caso, vivamos las dos contigo con decoro y aumento de santidad”. Ante estas consideraciones de la protección del santo y con la ayuda de los guardias, huyó con sus dos hermanas con dirección a Ávila, y siempre puesta su confianza en la voluntad del Señor.
Enterado el cruel Daciano de la huída del joven Vicente y sus dos hermanas, ordenó a sus ministros saliesen en su persecución, los cuales no pudieron darle alcance hasta la ciudad de Ávila. Inmediatamente los crueles ministros se apoderaron de los santos y desahogando toda su rabia y odio contra ellos, les extendieron sobre un potro, azotaron con crueldad y descoyuntaron los huesos. En medio de este cruel suplicio los tres hermanos no cesaban de alabar y bendecir a Dios, llenos de gloria, porque se consideraban dignos de padecer por amor a Jesucristo, que en la cruz había expirado por ellos.
Pero como esto irritaba más a los verdugos, para saciar su odio, poniendo las cabezas de los tres santos sobre unas piedra, con otras y con palos les dieron tan recios golpes, que destrozaron sus cráneos, logrando así los tres hermanos la corona del martirio el día 27 de octubre de año 307, en este mismo lugar en que está edificada la suntuosa Basílica a ellos dedicada. La crueldad inhumana de aquellos bárbaros verdugos dejó como regalo a las aves de rapiña ya las fieras sus cuerpos, pero Dios Nuestro Señor, que aún de los males saca bienes, dispuso que de las breñas saliese una enorme serpiente que defendiese los sagrados cadáveres.
En estas circunstancias un judío poderoso de la ciudad trató de profanar aquellas sagradas reliquias, pero al llegar donde estaban, la serpiente se enroscó en su cuerpo, apretándole tan fuertemente, que ponía en peligro su vida, a más de atemorizarle con sus silbidos espantosos. En este trance aquel hombre vuelve sus ojos al Dios de Jesucristo, prometiéndole convertirse y dar sepultura a los cuerpos, si se veía libre de aquel peligro. Dios oyó su súplica, y la serpiente huyó, y recibiendo aquel hombre el bautismo, dio sepultura a los cuerpos, y edificó la primera Iglesia dedicada a los tres santos hermanos mártires en el mismo lugar en que derramaron su sangre por la fe.
Allí le fue denunciado como cristiano, el joven Vicente, quien sin temor al tirano, al ser preguntado por su religión, intrépidamente confesó que era cristiano. Irritado el Gobernador, ordena inmediatamente ofrezca sacrificios a los dioses del imperio. A lo que Vicente contestó:
“Carecería de sólido entendimiento, si menospreciando al Dios verdadero que creó el cielo y formó la tierra, penetró los abismos y ciñó los mares, diese culto a los falsos dioses de leña y piedra, representados en estatuas vanas. Júpiter a quien tu invocas, fue un hombre inútil cuyas maldades y torpezas publican vuestros mismos libros, pero mi Dios es Santo e inmaculado, uno en esencia y trino en personas, quien por su infinito poder y suma bondad hizo las obras admirables, que en el cielo y la tierra vemos y sabemos, las cuales por todas partes publican su divinidad”.
Irritado Daciano con esta confesión, ordenó fuese llevado a ofrecer sacrificios a Júpiter, bajo pena de los mayores tormentos. Pero llevado ante el dios falso, apenas el joven santo puso sus pies en la piedra del ara de aquel dios pagano, se convirtió su dureza en blandura, quedando en ella impresas las plantas de nuestro santo como en blanda cera, con cuyo milagro muchos gentiles se convirtieron, y con el pretexto de que deseaban tres días para resolverse, lo llevaron a la cárcel. Estando el joven Vicente en la prisión acudían a visitarle muchos fieles y paganos de los que convirtió a la fe. Cada día crecía más su fe y su confianza en Dios, sin temor de lo que pudiera sucederle.
Sus dos hermanas huérfanas, Sabina y Cristeta, acudieron también a visitarle, y con lágrimas en los ojos, no para apartarle de la fe, sino para que con su presencia y compañía tener quien les sostuviese y confirmase en ella, le propusieron huyese de la cárcel. “Ya ves, le decían, bañadas en lágrimas, nuestra soledad, huérfanas de padre y madre y sin más amparo que el tuyo, si esto nos falta ¿Quién defenderá nuestra pureza del furor de los bárbaros? ¿Quién fortalecerá nuestro ánimo? Oye nuestras súplicas, sal de la prisión para que huyamos juntos, si bien para librarte ahora, no para que se nos niegue otra ocasión en que los tres consagremos a Dios nuestras vidas y si llega el caso, vivamos las dos contigo con decoro y aumento de santidad”. Ante estas consideraciones de la protección del santo y con la ayuda de los guardias, huyó con sus dos hermanas con dirección a Ávila, y siempre puesta su confianza en la voluntad del Señor.
Enterado el cruel Daciano de la huída del joven Vicente y sus dos hermanas, ordenó a sus ministros saliesen en su persecución, los cuales no pudieron darle alcance hasta la ciudad de Ávila. Inmediatamente los crueles ministros se apoderaron de los santos y desahogando toda su rabia y odio contra ellos, les extendieron sobre un potro, azotaron con crueldad y descoyuntaron los huesos. En medio de este cruel suplicio los tres hermanos no cesaban de alabar y bendecir a Dios, llenos de gloria, porque se consideraban dignos de padecer por amor a Jesucristo, que en la cruz había expirado por ellos.
Pero como esto irritaba más a los verdugos, para saciar su odio, poniendo las cabezas de los tres santos sobre unas piedra, con otras y con palos les dieron tan recios golpes, que destrozaron sus cráneos, logrando así los tres hermanos la corona del martirio el día 27 de octubre de año 307, en este mismo lugar en que está edificada la suntuosa Basílica a ellos dedicada. La crueldad inhumana de aquellos bárbaros verdugos dejó como regalo a las aves de rapiña ya las fieras sus cuerpos, pero Dios Nuestro Señor, que aún de los males saca bienes, dispuso que de las breñas saliese una enorme serpiente que defendiese los sagrados cadáveres.
En estas circunstancias un judío poderoso de la ciudad trató de profanar aquellas sagradas reliquias, pero al llegar donde estaban, la serpiente se enroscó en su cuerpo, apretándole tan fuertemente, que ponía en peligro su vida, a más de atemorizarle con sus silbidos espantosos. En este trance aquel hombre vuelve sus ojos al Dios de Jesucristo, prometiéndole convertirse y dar sepultura a los cuerpos, si se veía libre de aquel peligro. Dios oyó su súplica, y la serpiente huyó, y recibiendo aquel hombre el bautismo, dio sepultura a los cuerpos, y edificó la primera Iglesia dedicada a los tres santos hermanos mártires en el mismo lugar en que derramaron su sangre por la fe.
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Fuente: Santoral, el santo de cada día
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