Santa Catalina Thomas, Monja
Abril 5 - Julio 27 - 28Martirologio Romano: En la ciudad de Palma, en la isla de Mallorca, en España, santa Catalina Tomás, virgen, que, habiendo ingresado en la Orden de Canonesas Regulares de San Agustín, destacó por su humildad y la abnegación de la voluntad († 1574).
Fecha de canonización: 22 de junio de 1930 por el Papa Pío XI.
Sí alguna vez van ustedes a Mallorca, será obligado que visiten Valldemosa. El turismo se basa, por desgracia, en lo espectacular. Y así, les enseñarán la Cartuja, con sus celdas, y aquellas donde vivieron el pobre Federico Chopin y la escritora George Sand una bien pobre aventura humana. O en La Foradada, la mancha de humo de aquella hoguera que encendió Rubén Darío, cuando quiso hacer una paella junto al mar. Salvo que ustedes pregunten, nadie o casi nadie les hablará de Catalina Thomás, aquella "santita mucama", como la llamó un escritor viajero español.
Sí alguna vez van ustedes a Mallorca, será obligado que visiten Valldemosa. El turismo se basa, por desgracia, en lo espectacular. Y así, les enseñarán la Cartuja, con sus celdas, y aquellas donde vivieron el pobre Federico Chopin y la escritora George Sand una bien pobre aventura humana. O en La Foradada, la mancha de humo de aquella hoguera que encendió Rubén Darío, cuando quiso hacer una paella junto al mar. Salvo que ustedes pregunten, nadie o casi nadie les hablará de Catalina Thomás, aquella "santita mucama", como la llamó un escritor viajero español.
Pues allí, en Valldemosa, nació la chiquilla. En 1531, según unos
historiadores. O en 1533, según otros. Hija de Jaime Thomás y Marquesina
Gallard. Y desde su niñez, la leyenda dorada que acompaña piadosamente a los
santos con milagros candorosos y prodigios extraños.
Las biografías de Catalina Thomás recogen un sinfín de estos datos que
muestran que la Santa tuvo, ya en vida, una admiración popular fervorosa:
mientras recoge espigas, Catalina recibe la visión de Jesús crucificado. Otra
vez, huyendo de una fiesta popular que no le gustaba, es Nuestra Señora misma
quien baja a decirla que está escogida por su Hijo. Hasta prodigios candorosos:
una vez, llorando arrepentida por haber deseado unos vestidos como los de su
hermana, dice la tradición que Santa Práxedes y Santa Catalina mártir —que será
siempre file protectora suya— bajan del cielo para consolarla.
Pocos prodigios tan poéticos, tan bellos como el de aquella noche en que,
al despertarse, vio Catalina la habitación inundada de una luz hermosa y clara.
Era la luz blanca, azulada, del plenilunio. Catalina piensa que está amaneciendo
y se levanta a por agua a una cercana fuente. Estando allí, dieron las doce de
la noche en la Cartuja y luego la campana que llamaba a coro a los frailes del
convento. Catalina se asusta entonces, al encontrarse perdida en aquella noche
de luz tan misteriosa. Como es una chiquilla, empieza a llorar. Y San Antonio
Abad, dicen, bajó del cielo y la tomó de la mano para llevarla a casa.
Catalina va a conocer una gran amargura muy joven. A los tres años murió su
padre. Ella se puso a rogar por su alma y un ángel vino a decirle que estuviese
contenta, porque su padre estaba en la gloria de Dios. Cuatro años más tarde,
tenía siete la chiquilla, se le aparece su madre:
"Hija mía, acabo de expirar en este mismo momento. Estoy esperando tus
oraciones para entrar en la gloria." Y tres horas más tarde, Catalina recibía el
consuelo de que su madre estaba en el cielo. Huérfana, Catalina fue recogida por
unos tíos suyos, quienes la llevaron al predio "Son Gallart".
Durante once años, Catalina vivió en aquella finca, a seis o siete kilómetros de Valldemosa. Es éste un momento duro para Catalina, pues la ausencia de Valldemosa significa dificultad para ir al templo, para oír misa y para las prácticas religiosas en la casa de Dios. Los domingos, al fin, podía asistir a misa en el oratorio de la Trinidad. Es aquella zona donde los eremitas buscaban la paz de Dios frente a la paz de aquel mar inolvidable; frente a esos crepúsculos de Mallorca en los que el sol parece incendiar finalmente las aguas, teñirlas de rojo o, cuando está en lo alto, revela desde la cornisa valldemosina, el fondo limpísimo del mar.
Durante once años, Catalina vivió en aquella finca, a seis o siete kilómetros de Valldemosa. Es éste un momento duro para Catalina, pues la ausencia de Valldemosa significa dificultad para ir al templo, para oír misa y para las prácticas religiosas en la casa de Dios. Los domingos, al fin, podía asistir a misa en el oratorio de la Trinidad. Es aquella zona donde los eremitas buscaban la paz de Dios frente a la paz de aquel mar inolvidable; frente a esos crepúsculos de Mallorca en los que el sol parece incendiar finalmente las aguas, teñirlas de rojo o, cuando está en lo alto, revela desde la cornisa valldemosina, el fondo limpísimo del mar.
Pero Catalina no tenía mucho tiempo para la contemplación poética. Una
finca como "Son Gallart" exige mucho trabajo. Hay en ella muchos peones, y
ganado, y faenas de labranza que realizar. Catalina es una muchacha activa. Ya
es la criadita. Va a donde trabajan unos peones a llevarles la comida de
mediodía, trabaja en la casa, fregando, cosiendo, barriendo; guarda algún rebaño
cuando lo manda tío Bartolomé. Y tiene siempre buen semblante, sonrisa a punto,
corazón abierto.
Aparece entonces en la vida de Catalina un personaje importante y muy
decisivo. Uno de aquellos ermitaños, el venerable padre Castañeda. Es un hombre
que ha abandonado el mundo buscando la total entrega de su alma al Señor. Vive
en las colinas y de limosna. Un día pasa por el predio a pedir y Catalina le
conoce. Surge entre ambos una corriente de simpatía y de afecto. Recomendada más
tarde por Ana Más, Catalina va a visitar al padre Castañeda al oratorio de la
Trinidad. Catalina se le confía: ella quiere ser religiosa. A la segunda
entrevista, el padre Castañeda está convencido. La dirección espiritual del
religioso hará todavía un gran bien a la muchacha. Pero entonces empieza un
largo episodio: el de las dificultades.
Los tíos, al saber la vocación de su sobrina, se oponen decididamente. Por
aquellas fechas, una muchacha valldemosina, que había ingresado en un convento
de Palma, se sale, reconociéndose sin verdadera vocación. Es, pues, mal momento
político para que nadie ayude a Catalina. Por otra parte, Catalina era una
muchacha guapa y muy atractiva. Es natural que muchos jóvenes de los alrededores
se fijaran en ella con el deseo de entablar relaciones y casarse. Catalina
espera pacientemente. Y otra dificultad llega. El padre Castañeda decide
marcharse de Mallorca.
Catalina se despide de él con una sonrisa misteriosa. No, el padre se irá,
pero volverá, porque Dios quiere que él sea su apoyo para entrar en el convento.
Efectivamente, el barco que llevaba al religioso sale de Sóller con una fuerte
tormenta que le impide llegar a Barcelona. Y regresa de nuevo a Valldemosa. El
religioso ve que la profecía de la muchacha se ha cumplido y decide ayudarla
plenamente. Va a hablar con los tíos y los convence. Catalina se marcha a Palma,
para ir realizando las gestiones previas a su ingreso en un convento. Y, en
tanto, se coloca como sirvienta en la casa de don Mateo Zaforteza Tagamanent y,
en concreto, al servicio de una hija de este señor llamada Isabel. Las dos
muchachas se cobran un fuerte cariño. Isabel la enseña a leer, escribir, bordar
y otros trabajos. Catalina da más; Catalina habla de Dios, permanentemente, a
Isabel.
Y lleva una vida tan heroica, tan mortificada, que cae enferma. Los señores y sus hijos se turnan celosamente junto al lecho de la criada. Como si la criada fuese ahora la señora y ellos los honrados en servirla.
Y lleva una vida tan heroica, tan mortificada, que cae enferma. Los señores y sus hijos se turnan celosamente junto al lecho de la criada. Como si la criada fuese ahora la señora y ellos los honrados en servirla.
Y llega el momento de intentar, ya en serio, el ingreso en alguno de los
conventos de Palma. El padre Castañeda los recorre, uno tras otro. Hay un grave
inconveniente: Catalina carece de dote. Es totalmente pobre. Pero estos
conventos son también necesitados. No pueden acoger a una aspirante que no
traiga alguna ayuda... Convento de Santa Magdalena, de San Jerónimo, de Santa
Margarita... Las noticias que el padre va llevando a Catalina son
descorazonadoras. Catalina se refugia en la oración. Y reza tan intensamente
que, cuando ya todo aparece perdido, los tres conventos a la vez, interesados
por la descripción que de la joven les ha hecho el religioso, deciden pasar por
alto el requisito de la dote. Y los tres conventos están dispuestos a admitir a
Catalina Thomás.
Una tradición representa a Santa Catalina, sentada en una piedra del
mercado, llorando tristemente su soledad. Y en aquella piedra, según la misma
tradición, recibe Catalina la noticia de que ha sido admitida. Aún se conserva
esta piedra, adosada al muro exterior de la sacristía, en la parroquia de San
Nicolás, con una lápida —colocada en 1826— que lo acredita. Catalina, entonces,
decide ingresar en el primero de los tres conventos visitados, el de Santa
Magdalena.
A los dos meses y doce días de su ingreso, Catalina toma el velo blanco.
Media ciudad de Palma, con su nobleza al frente, acude al acto, pues tanta es ya
la fama de la muchacha. Enero de 1553.
Los años que vive Catalina en el convento palmesano serán casi ocultos.
Pero como es tan difícil que la santidad pueda estar bajo el celemín, toda la
ciudad acude a verla, a consultarle sus problemas, a encomendarse a sus
oraciones, a pedirle consejo... Ella se resiste a salir al locutorio, se negaba
a recibir regalos y cuando tenía que recibirlos, los daba a las demás monjas.
Practicaba la pobreza, la obediencia, la castidad, siempre en grado heroico. La
prelada decidió un día someterla a una prueba bien dura. En pleno verano, le
ordenó que se saliese al patio y estuviera bajo el sol hasta nueva orden.
Catalina no dice una sola palabra: va al lugar indicado y permanece allí varias
horas, hasta que la superiora, admirada de su fortaleza, la manda llamar.
Catalina crece en amor y sabiduría. Sus éxtasis son cada vez más frecuentes
e intensos. Algunos duran hasta días. En su celda se conserva aún la piedra
sobre la que se arrodillaba y que muestra las hendiduras practicadas por
tantísimas horas de oración en hinojos. Aunque ella procuraba ocultar, por
humildad, estos regalos de Dios, era natural que sus hermanas se enterasen. Y la
fama crecía.
Un día, Catalina recibe el aviso de Dios. Diez años antes de su muerte,
supo cuándo sería llamada por el Señor. Y estuvo esperando ansiosamente este
momento. La Dominica de Pasión de 1574, el 28 de marzo, Catalina entró en el
locutorio donde estaba una hermana suya con una visita. Iba a despedirse —dijo—,
pues se marchaba al cielo. Y efectivamente, al día siguiente, después de
comulgar en éxtasis, mandó llamar al sacerdote porque se sentía morir. Los
médicos dijeron que no la encontraban grave, pero el sacerdote acudió y apenas
recibidos los sacramentos, mientras la superiora rezaba con ella las oraciones,
tras haber pedido perdón a la madre y a las hermanas, cayó en un éxtasis al
final del cual entregó su alma a Dios el 5 de abril.
Lo demás, vendría por sus pies contados. El proceso de beatificación, la
beatificación, el proceso siguiente y por fin la gloria de los altares. Con una
particularidad. El fervor popular por Santa Catalina Thomás iría creciendo y
manteniéndose de tal modo que, aunque ella murió en 1574, la beatificación se
dicta —por Pío VI— en 1792 y la canonización —por Pío XI— en 1930. El cuerpo de
Catalina Thomás se ha conservado incorrupto.
La vida de esta muchacha mallorquina es, ya lo decimos, un distinto camino
de la santidad, Una santidad vivida con impresionante sencillez, con rotunda
eficacia. Una santidad hecha de la elevación de la virtud al grado heroico. Y,
al mismo tiempo, una santidad popular. En el alma de Mallorca sigue bien recio
el amor por su santita criada, su santita pastora, su santita monja. Aunque el
turismo no muestre su itinerario, está en el corazón de los mallorquines.
En Valldemosa se la festeja durante dos días, 27 y 28 de Julio.
El Martirologio romano la recuerda el 5 de Abril.
El Martirologio romano la recuerda el 5 de Abril.
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Autor: José María Pérez Lozano | Fuente: Mercaba.org
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