Venerable María Teresa
González Justo, Hermana de la
Consolación
Octubre
12
Francisca González Justo nació en Quintanar de la Orden,
Toledo (España), en plena Mancha alta y entre cultivos de cereales y viñedos,
llega a la vida un 11 de febrero de 1921, la hija mayor de Martiniano González e
Isabel Justo. Nace en el seno de una familia cristiana, honrada y
trabajadora.
La iglesia y el convento de San Francisco está frente a la casa de los González Justo. Ellos pertenecen a la Tercera Orden de San Francisco y son activos colaboradores en las obras apostólicas y de caridad de los franciscanos. Este espíritu franciscano será un sello en la familia. Era obligado que su primera hija se llamara Francisca. Por Paquita la conocen en la casa y en el pueblo hasta que viste el hábito de las Hermanas de la Consolación.
La niñez de Paquita es la de una niña normal: agraciada y cariñosa, tímida y sensible, con una ingenua manera de ver las cosas. Dispuesta siempre a ayudar a cualquier pobre o necesitado.
De los 5 a los 13 años es alumna del colegio que las Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación abren en Quintanar en 1922. Paquita alterna el horario de sus clases con la ayuda a su padre en la tienda de comestibles y a su madre en las faenas domésticas, pese a que la criada de casa podía hacerlo.
A Paquita la quieren sus amigas y todo el mundo. Es bondadosa, afable y de temperamento tranquilo. Tiene su campo apostólico preferido entre los pobres del Toledillo. Todos lo saben. Por la tienda de su padre pasa a diario gente necesitada, gitanos y niños harapientos que buscan algo para comer. Paquita les provee de todo, los asea y aprovecha para enseñarles el catecismo y prepararlos para la confesión y primera comunión. Con Paquita los pobres aprenden a rezar y a ser buenos cristianos.
«EL AMOR Y EL PERDÓN HAY QUE DEMOSTRARLO CON OBRAS»
Tiene Paquita 15 años. El 25 de octubre de 1936 fusilan a su padre. Martiniano nunca se metió en política, pero fue siempre un hombre «muy de Iglesia», caritativo y bueno.
Conoció Paquita los detalles del martirio de su padre, que un testigo le contó. Lloró en silencio ante un dolor tan hondo. Sin histerias, sin gritos, sin rebelión se postró en oración ante este paso del Señor por su vida y la de su familia y perdonó al asesino de su padre apodado «el Donel».
Llegó el año 1939. Empezaron en Quintanar los ajustes de cuentas. «El Donel» fue a la cárcel por haber dado muerte a varios quintanareños, entre ellos a Martiniano González.
Al conocer Paquita el encarcelamiento de este hombre y la miseria en que quedaba su familia, sintió en su corazón la misericordia de Jesús con los pecadores y los pobres: «tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús», dirá Pablo (Fp 2,5). Paquita llega a experimentar cómo la compasión, la ternura y la misericordia de Jesús anidan en su corazón.
Diariamente se la ve con su «cesta verde» a la puerta de la cárcel. Junto con la comida, que ella misma le prepara, le lleva el perdón y el mensaje de la misericordia infinita de Dios, porque para Paquita «el amor y el perdón hay que demostrarlo con obras». Ella y su madre, cuando Paquita ingrese religiosa, ayudarán a la familia de «el Donel».
Cuando, sentenciado a muerte, sale camino de la ejecución, «el Donel» es un hombre arrepentido que pide perdón a todos. En sus manos lleva un crucifijo. Tanto pudo el amor del Señor en él, a través del perdón y la bondad de aquella joven. Esta es Paquita.
LA VOCACIÓN
Una joven normal, alegre y divertida, que llena su tiempo con obras de caridad entre los pobres. Así nos la describen en su juventud. Desde muy pequeña en el pueblo la llamaban «madre de los pobres», como a su abuela. Tenía ya fama de santa. De santa jovial con su estilo propio: «No vivía más que para Dios y para hacer todo el bien que podía a todos. En cambio de sí misma nunca se preocupaba». Nos dicen también que era muy piadosa, pero no pensaba ser religiosa.
Tenía 18 años cuando el Señor se acercó a su vida de un modo nuevo. Ella lo recordará varias veces en sus escritos espirituales:
• «Acuérdate, Señor, del pacto: que Tú cuidarás de mí y yo de ti... Acuérdate del 'si' sería religiosa en aquel amanecer, sola contigo, cuando todo me sonreía. Y lo tengo muy presente, que de nuevo te dije que 'sí' y Tú me sonreíste. ¡Señor, que jamás olvide aquella mirada, que tantos días me dura la impresión!».
A partir de este momento decide ingresar en las Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación.
Envuelta en la paz y la seguridad de este amor-elección del Señor trascurrirá su vida. Es más, su vida sólo se entiende a partir de este compromiso con el Señor que la mantendrá en tensión de fidelidad amorosa a Él y de entrega en servicio consolador con los enfermos y los más pobres.
El 15 de marzo de 1941 hacía realidad el «Sal de tu tierra y de la casa de tus padres hacia la tierra que yo te mostraré» (Gn 12,1). Tiene 20 años. Es la respuesta que hará vida en cada jornada de su existencia. Al «quiero que seas mi esposa», «lo seré, Esposo mío».
Durante el postulantado y noviciado Sor María Teresa de Jesús Crucificado —este es su nuevo nombre—, se adentra en el espíritu de una Hermana de la Consolación. Quiere ser una mujer de oración encarnada en la vida, como lo fue su Fundadora Santa María Rosa Molas.
Nos dirán sus compañeras de noviciado: «era muy caritativa», «siempre estaba sonriente», «hacía los recreos muy amenos», «era la amabilidad personificada, muy penitente y de mucha oración». Otras hermanas nos la definen así: «Sor María Teresa era muy prudente, sencilla, amable, humilde y con una confianza ilimitada en el Señor. Tenía una devoción especial a la Virgen, gran espíritu de oración, de servicio y de sacrificio». «Gran apóstol», dirán algunas, a quienes les repetía que no dejaran nunca la oración por nada del mundo. En el trabajo era incansable. Se las ingeniaba para ayudar a todas y quedarse ella con la tarea más dura.
EN LA PLANA DE CASTELLÓN
En Burriana, esa bella ciudad bañada por el Mediterráneo, tienen las Hermanas de la Consolación un colegio. Aquí llega María Teresa para hacer la primera experiencia apostólica durante su segundo año de noviciado. Tiene 21 años y no posee ningún título que le permita estar al frente de una clase. Nuestra joven novicia vigila a las niñas en los recreos y atiende a los oficios de la casa. Finalizado el curso escolar termina su experiencia.
Have su profesión religiosa en la Casa Madre Noviciado de Jesús-Tortosa el 21 de septiembre de 1943 y, después de unos meses en el colegio del Patronato de Villarreal, es destinada al Sanatorio Antituberculoso en la misma ciudad. Ella misma había expuesto a las superioras que, si les parecía bien, la dejaran allí para cuidar a los enfermos.
Siente que el Señor la quiere con los más pobres, con los enfermos, con el mundo del dolor. Siente que su corazón está con los más desgraciados, con los hombres que sufren la soledad, la enfermedad y el abandono. Ella será cauce de esperanza y consolación. Prolongará los gestos de Jesús en un servicio consolador entre los herederos de la cruz. Por algo se llama Sor María Teresa de Jesús Crucificado.
Llegar al Sanatorio en esas fechas era sinónimo de penuria en todos los aspectos. Todo era escaso en aquella casa de dolor y desamparo. Escaseaban los alimentos y las medicinas. En mal estado, las camas y las tumbonas de los enfermos. Años de hambre y de cartilla de racionamiento. Eran los años de la posguerra. Sumamos el azote de la mortalidad. Las estadísticas de 1940 arrojaban en España un total de 29.185 fallecidos por tuberculosis.
Al frente del Sanatorio, un grupo de médicos, algunos enfermeros y la comunidad de hermanas que asumía el trabajo principal de la casa. Ellas estaban al cuidado de 400 enfermos de día y de noche. Este era el campo más apropiado para la «caridad sin fronteras» que iba a derrochar aquí María Teresa.
La joven de 23 años pasará en este Sanatorio otros 23. La mitad de su vida. «Te entrego todo, Dios mío, y te ofrezco mi vida, gota a gota», había escrito. Lo cumplió.
Sí, María Teresa, gota a gota, dio su vida. Junto a la cama del enfermo tísico, con lo que esto supone: esputos, cuajos de sangre que hay que sacar de la boca para que no se ahogue; acompañar sus noches, consolar sus tristezas, repartirle el pan del evangelio; llevar su propia comida a quien más lo necesite..., porque ella tiene bastante con el bocadillo de pan y tomate o pan y naranja. ¿Cómo pensar en comerse el filete de carne o la ración de pescado habiendo enfermos al filo de la vida?.
Con obras llenas de amor trasmite María Teresa el amor de Dios a los más desgraciados. Habla de la fe con su servicio entregado. Enseña la esperanza desde la confianza en el Padre de las misericordias. Es cauce de su consolación con su ternura, su bondad, su sonrisa, su vida.
No teme el contagio a sus 23 años. Se lo advierten, pero había cosas más importantes en que ocuparse: buscar medicinas y alimentos, estar pendiente de los enfermos y de sus familias, generalmente gente humilde; atender a médicos y enfermeras; a los pobres que llegan a la puerta del Sanatorio pidiendo una ayuda para remediar sus necesidades más apremiantes. Ellos preguntan siempre por quien sabe les puede socorrer. Sor María Teresa, esta hermana de corazón bueno, sigue día a día llenando el título que en su pueblo le dieron de pequeña: «madre de los pobres».
SANTIDAD DE CADA DÍA
Un testigo fidedigno que convive con María Teresa 23 años, don Jesús Camino, médico neumólogo del Sanatorio, ha escrito de ella cosas preciosas. Espigamos en su testimonio:
• «Para mí la vida de Sor María Teresa es una vida encantadora. Para las cosas del mundo era el despiste personificado, porque ella vivía en otro mundo, en el del espíritu. Sólo vivía para Dios y para remediar las necesidades de los demás. No le oí nunca a lo largo de tantos años una palabra airada. La llamábamos 'Sor Alegría'. Era de un encanto subido. Toda su vida fue siempre igual. Siempre la encontrabas igual, siempre alegre y sonriente. Con aquella mujer se vivía el cielo en la tierra. Fueron los mejores años de mi vida; entonces yo no tenía ningún problema de si existe Dios, de si hay cielo, de qué pasará... Ella te daba seguridad de todo con sólo mirarla».
• «Aparte de su espiritualidad, humanamente era extraordinaria. No le repugnaba nada. Allí la veías a la cabecera del enfermo tuberculoso casi en continua hemoptisis, preparándole para morir y ¡cómo los preparaba!».
• «Nunca le oí decir: hago esto o hago lo otro; lo hacía y en paz, sin más. Ella iba a la suya, que era ir a la de Dios. Ella estaba en la verdad, porque se pasó la vida contemplando a Dios en el enfermo».
• «Llegar a la realidad de lo que Sor María Teresa hizo en el Sanatorio es muy difícil, porque lo hacía todo en silencio y con una paz... Vivió el cielo en la tierra. ¡Es tan difícil comprender esto si no se vive!».
• Un enfermo, que después se ordenó de sacerdote, nos dice: «Era una monja que se hacía querer de todos... Se veía en ella algo especial. Era una mujer extraordinaria. Lo que cautivaba a la gente era su sencillez, su simplicidad, porque derrochaba bondad por todos lados y era tan humana, que era difícil para nosotros poder compaginar su gran bondad, su espiritualidad con su humanidad».
Y es que María Teresa no tiene otro norte que llenarse de Dios y ser consolación para el que sufre. El tiempo y los medios no cuentan para ella: sólo busca estar unida a Cristo y hacer el bien. Todo lo mira con ojos buenos. Se ingeniará mil modos para remediar desgracias ajenas. Buscará alimentos, como sea, para los enfermos más graves. Por supuesto privándose ella de lo más nutritivo de su comida. Las anécdotas son interminables, porque su gran amor al Señor le pide remediar a los más desgraciados y a todos los que pasan a su lado.
De Sor María Teresa se ha dicho que «pasó inadvertida». En realidad, quienes tuvieron la suerte de encontrarse con ella -pobres, enfermos, necesitados, médicos, enfermeras, hermanas de comunidad, familiares, amigos-, no dirán lo mismo. «Su servicialidad, su constante sonrisa, su sacrificio abnegado y generoso la hacían especialmente amable». No pasó inadvertida su alegría serena. La llamaron «Sor Sonrisa» y «Sor Alegría» Con la sonrisa en los labios siempre ponía una nota de afabilidad en sus conversaciones. Y esto tampoco pasó inadvertido.
Vivió con la normalidad de tantos santos, con sencillez, con humildad, con fidelidad; vivió en el silencio, la abnegación y la renuncia que cada día le exigía su entrega al Señor y a los enfermos del Sanatorio.
La vida de María Teresa se explica así a la luz de la fe, la esperanza y el amor. Se explica desde la actuación amorosa de Dios en ella y desde su fidelidad a este amor.
Tuvo experiencia de un Dios, que en Cristo, se hizo su Amigo, su Esposo, su Fortaleza, su Amor, su Todo. Cristo vivido en la sencillez de su alma transparente, con la hondura de un amor esponsal fecundo y recio.
Conoció a Cristo en el evangelio y en la oración y quiso vivir en radicalidad las exigencias de su consagración a Él como Hermana de la Consolación.
«Con las hermanas -confiesan éstas- tenía una caridad extraordinaria». «Dejaba siempre en buen lugar a todas». Con gracia solía repetir: «para mí las monjas más guapas son las de este Sanatorio». Sus hermanas de comunidad no dudan en la santidad de María Teresa y a los quince años de su muerte se inicia su Proceso de Beatificación y Canonización.
SUS ESCRITOS ÍNTIMOSDos pequeñas libretas con sus escritos íntimos, nos permiten asomarnos a su alma. Un alma transparente como un lago tranquilo donde se puede ver el fondo. Y en ese fondo, el amor y la cruz.
María Teresa fue una mujer sensible a la amistad. Y de una amistad, fuente de crecimiento en su camino hacia Dios, nos hablan sus Charlas con Salvador Monrós, ese joven valenciano internado en el Sanatorio, de gran finura espiritual, que hubiera sido sacerdote, pero su enfermedad se lo impidió. Todos lo tenían por santo. Sus charlas a lo largo de dos años con María Teresa fueron las de dos santos. Exclamará ésta: «Nunca tuve conversación con él que no fuera de Dios». «Varias veces me dijo: 'quiero vivir sólo para Dios'». Salvador y María Teresa hablaron del cielo con la nostalgia y la profundidad de los grandes enamorados de Dios.
Las Cartas dirigidas a mi Jesús, desde el destierro, nos dejan entrever la soledad y el sufrimiento como compañeros inseparables de sus días. Y, a la vez, su fe y confianza en Cristo. Él la sostiene y le da ese fondo de paz serena que se dibuja en su semblante.
Estas páginas, reflejo de una honda intimidad con Cristo, piden ser leídas en el silencio de la oración. Son páginas escritas con la sencillez del lenguaje del pueblo, sin cuidar la ortografía, que nunca fue su fuerte. Páginas que conservan la belleza y frescura de la espontaneidad de su alma transparente.
He aquí algunos retazos:
• «Si quiero saber cómo va mi amor para con el Señor, me asomaré a la calle, y si amo a todos los que pasan estaré tranquila, porque las cosas van bien. No sé, Señor, si en esto tendré algún mérito. ¡Amo tanto a mi prójimo!... Pero de todos son mis preferidos los pobres, los enfermos, los desgraciados, los ancianos, los que sufren... Para ellos todo mi amor, mi vida y mi todo. Todos cogen dentro de mi corazón, porque en él está también el de Cristo, y por su boca repito: 'Venid a mí todos, que con su ayuda, yo los aliviaré'».
• «Dame, Señor, una vida de fe extraordinaria para saber sufrir..., para saber llevar, día tras día, sonriendo, mi cruz de cada día, que la tengo que llevar yo sin que nadie se dé cuenta».
MISIONERA DESDE EL SANATORIOMaría Teresa lleva dentro del pecho un alma misionera. Nos dicen: «Si hay una misionera en el mundo, que lo haya sido desde lejos, es Sor María Teresa, porque fue una auténtica misionera sin salir del Sanatorio».
María Teresa llevó a Cristo a lugares remotos. Desde su Sanatorio acompaña con sus oraciones a los misioneros; anima a los enfermos a sufrir sus dolores y su soledad por la extensión del evangelio en países de misión; se las ingenia para recaudar dinero, ropas, medicinas, libros y alimentos para las misiones; monta su «tienda» en beneficio de las misiones más necesitadas; have rifas, colecciona sellos, organiza charlas misioneras entre sus enfermos, rosarios, procesiones...
De este modo María Teresa have el bien con la libertad de los hijos de Dios y con la sencilla ingenuidad de quienes piensan que todo lo que se have con buena voluntad es bueno. Siente en su interior que se lo pide el Señor y no se lo puede negar.
Alma de apóstol, en su corazón caben todos los hombres. Todos los sufrimientos de los hombres. Escribe:
• «Llevo un gran peso dentro de mi alma... Pienso mucho en las cárceles, en los reformatorios, en las misiones, en la Iglesia perseguida, en los sanatorios, en los enfermos que no se quieren convertir; en los que sufren sin tener fe, por los malos ejemplos que han visto; en tantas familias separadas, en las capitales que viven del materialismo, en los que sufren solos sin ningún consuelo, porque no son comprendidos».
• «Señor: ¿qué hacer con todos estos hermanos míos, que tan dentro los llevo de mi corazón?. Bendícelos, Señor, ten compasión de ellos. Necesitan santos para que te vean a ti en ellos; proporciónaselos, que los necesitan. ¡Quien pudiera estar en todos los sitios para decirles que Tú eres bueno, que los amas y que les guardas un trocito de cielo, que Tú sólo puedes dar!».
Estos son sus sentimientos dos años antes de morir.
ENFERMEDAD Y MUERTE
María Teresa era de complexión débil, pero su gran fortaleza de ánimo le hizo seguir adelante en su vida religiosa y en su entrega a los enfermos. A principios de 1967 se le declara la enfermedad que será mortal: cáncer de vientre.
Ya en 1965 había escrito: «¡Te necesito, Señor! Tengo ganas de volar hacia la Patria!». Tiempo de sufrimiento y de dolor. La operación, el cobalto y... sus días contados: «noto como si la lámpara de mi vida fuera apagándose poco a poco. Mi patria es el cielo...».
Moría en una fiesta de la Virgen —como era su deseo—, el 12 de octubre de 1967, festividad de Ntra. Sra. del Pilar. Tenía 46 años. Moría entre sus enfermos, como había pedido: morir «donde estaban sus enfermos». Moría con «un gesto de satisfacción» y en silencio, como siempre había vivido.
Historia de una vida sin historia, es el título que da a su biografía Francisco Martín Hernández. Un vuelo de libertad, el bello comentario espiritual que a las páginas de su vida have Matilde Seguí. Con uno y otro título se define la trayectoria humana de María Teresa González. Una vida, sin historia aparente. Una vida, con historia a los ojos de Dios y de tantos hombres y mujeres que supieron a su lado qué es el amor y la consolación de Cristo. Vida, como vuelo de pájaro libre, con la libertad de los hijos de Dios...
Esta fue la vida de María Teresa González por las tierras de Castellón de la Plana. Mujer libre para el amor, libre para consolar, libre para entregar su vida, como Jesús y con Él, entre los más necesitados: los enfermos y los pobres.
El 17 de julio de 1982 se inicia en Castellón el Proceso de Beatificación y Canonización de la Sierva de Dios María Teresa González Justo y el 13 de junio de 1992 tiene lugar la Declaración de las Virtudes Heroicas de la Venerable María Teresa González Justo.
En la iglesia del Colegio de Ntra. Sra. de la Consolación de Castellón se encuentra su sepulcro, muy visitado por los fieles devotos de María Teresa. En la piedra de mármol blanco, esta sencilla inscripción:
MARÍA TERESA GONZÁLEZ JUSTO
HERMANA DE NTRA. SRA. DE LA CONSOLACIÓN
La iglesia y el convento de San Francisco está frente a la casa de los González Justo. Ellos pertenecen a la Tercera Orden de San Francisco y son activos colaboradores en las obras apostólicas y de caridad de los franciscanos. Este espíritu franciscano será un sello en la familia. Era obligado que su primera hija se llamara Francisca. Por Paquita la conocen en la casa y en el pueblo hasta que viste el hábito de las Hermanas de la Consolación.
La niñez de Paquita es la de una niña normal: agraciada y cariñosa, tímida y sensible, con una ingenua manera de ver las cosas. Dispuesta siempre a ayudar a cualquier pobre o necesitado.
De los 5 a los 13 años es alumna del colegio que las Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación abren en Quintanar en 1922. Paquita alterna el horario de sus clases con la ayuda a su padre en la tienda de comestibles y a su madre en las faenas domésticas, pese a que la criada de casa podía hacerlo.
A Paquita la quieren sus amigas y todo el mundo. Es bondadosa, afable y de temperamento tranquilo. Tiene su campo apostólico preferido entre los pobres del Toledillo. Todos lo saben. Por la tienda de su padre pasa a diario gente necesitada, gitanos y niños harapientos que buscan algo para comer. Paquita les provee de todo, los asea y aprovecha para enseñarles el catecismo y prepararlos para la confesión y primera comunión. Con Paquita los pobres aprenden a rezar y a ser buenos cristianos.
«EL AMOR Y EL PERDÓN HAY QUE DEMOSTRARLO CON OBRAS»
Tiene Paquita 15 años. El 25 de octubre de 1936 fusilan a su padre. Martiniano nunca se metió en política, pero fue siempre un hombre «muy de Iglesia», caritativo y bueno.
Conoció Paquita los detalles del martirio de su padre, que un testigo le contó. Lloró en silencio ante un dolor tan hondo. Sin histerias, sin gritos, sin rebelión se postró en oración ante este paso del Señor por su vida y la de su familia y perdonó al asesino de su padre apodado «el Donel».
Llegó el año 1939. Empezaron en Quintanar los ajustes de cuentas. «El Donel» fue a la cárcel por haber dado muerte a varios quintanareños, entre ellos a Martiniano González.
Al conocer Paquita el encarcelamiento de este hombre y la miseria en que quedaba su familia, sintió en su corazón la misericordia de Jesús con los pecadores y los pobres: «tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús», dirá Pablo (Fp 2,5). Paquita llega a experimentar cómo la compasión, la ternura y la misericordia de Jesús anidan en su corazón.
Diariamente se la ve con su «cesta verde» a la puerta de la cárcel. Junto con la comida, que ella misma le prepara, le lleva el perdón y el mensaje de la misericordia infinita de Dios, porque para Paquita «el amor y el perdón hay que demostrarlo con obras». Ella y su madre, cuando Paquita ingrese religiosa, ayudarán a la familia de «el Donel».
Cuando, sentenciado a muerte, sale camino de la ejecución, «el Donel» es un hombre arrepentido que pide perdón a todos. En sus manos lleva un crucifijo. Tanto pudo el amor del Señor en él, a través del perdón y la bondad de aquella joven. Esta es Paquita.
LA VOCACIÓN
Una joven normal, alegre y divertida, que llena su tiempo con obras de caridad entre los pobres. Así nos la describen en su juventud. Desde muy pequeña en el pueblo la llamaban «madre de los pobres», como a su abuela. Tenía ya fama de santa. De santa jovial con su estilo propio: «No vivía más que para Dios y para hacer todo el bien que podía a todos. En cambio de sí misma nunca se preocupaba». Nos dicen también que era muy piadosa, pero no pensaba ser religiosa.
Tenía 18 años cuando el Señor se acercó a su vida de un modo nuevo. Ella lo recordará varias veces en sus escritos espirituales:
• «Acuérdate, Señor, del pacto: que Tú cuidarás de mí y yo de ti... Acuérdate del 'si' sería religiosa en aquel amanecer, sola contigo, cuando todo me sonreía. Y lo tengo muy presente, que de nuevo te dije que 'sí' y Tú me sonreíste. ¡Señor, que jamás olvide aquella mirada, que tantos días me dura la impresión!».
A partir de este momento decide ingresar en las Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación.
Envuelta en la paz y la seguridad de este amor-elección del Señor trascurrirá su vida. Es más, su vida sólo se entiende a partir de este compromiso con el Señor que la mantendrá en tensión de fidelidad amorosa a Él y de entrega en servicio consolador con los enfermos y los más pobres.
El 15 de marzo de 1941 hacía realidad el «Sal de tu tierra y de la casa de tus padres hacia la tierra que yo te mostraré» (Gn 12,1). Tiene 20 años. Es la respuesta que hará vida en cada jornada de su existencia. Al «quiero que seas mi esposa», «lo seré, Esposo mío».
Durante el postulantado y noviciado Sor María Teresa de Jesús Crucificado —este es su nuevo nombre—, se adentra en el espíritu de una Hermana de la Consolación. Quiere ser una mujer de oración encarnada en la vida, como lo fue su Fundadora Santa María Rosa Molas.
Nos dirán sus compañeras de noviciado: «era muy caritativa», «siempre estaba sonriente», «hacía los recreos muy amenos», «era la amabilidad personificada, muy penitente y de mucha oración». Otras hermanas nos la definen así: «Sor María Teresa era muy prudente, sencilla, amable, humilde y con una confianza ilimitada en el Señor. Tenía una devoción especial a la Virgen, gran espíritu de oración, de servicio y de sacrificio». «Gran apóstol», dirán algunas, a quienes les repetía que no dejaran nunca la oración por nada del mundo. En el trabajo era incansable. Se las ingeniaba para ayudar a todas y quedarse ella con la tarea más dura.
EN LA PLANA DE CASTELLÓN
En Burriana, esa bella ciudad bañada por el Mediterráneo, tienen las Hermanas de la Consolación un colegio. Aquí llega María Teresa para hacer la primera experiencia apostólica durante su segundo año de noviciado. Tiene 21 años y no posee ningún título que le permita estar al frente de una clase. Nuestra joven novicia vigila a las niñas en los recreos y atiende a los oficios de la casa. Finalizado el curso escolar termina su experiencia.
Have su profesión religiosa en la Casa Madre Noviciado de Jesús-Tortosa el 21 de septiembre de 1943 y, después de unos meses en el colegio del Patronato de Villarreal, es destinada al Sanatorio Antituberculoso en la misma ciudad. Ella misma había expuesto a las superioras que, si les parecía bien, la dejaran allí para cuidar a los enfermos.
Siente que el Señor la quiere con los más pobres, con los enfermos, con el mundo del dolor. Siente que su corazón está con los más desgraciados, con los hombres que sufren la soledad, la enfermedad y el abandono. Ella será cauce de esperanza y consolación. Prolongará los gestos de Jesús en un servicio consolador entre los herederos de la cruz. Por algo se llama Sor María Teresa de Jesús Crucificado.
Llegar al Sanatorio en esas fechas era sinónimo de penuria en todos los aspectos. Todo era escaso en aquella casa de dolor y desamparo. Escaseaban los alimentos y las medicinas. En mal estado, las camas y las tumbonas de los enfermos. Años de hambre y de cartilla de racionamiento. Eran los años de la posguerra. Sumamos el azote de la mortalidad. Las estadísticas de 1940 arrojaban en España un total de 29.185 fallecidos por tuberculosis.
Al frente del Sanatorio, un grupo de médicos, algunos enfermeros y la comunidad de hermanas que asumía el trabajo principal de la casa. Ellas estaban al cuidado de 400 enfermos de día y de noche. Este era el campo más apropiado para la «caridad sin fronteras» que iba a derrochar aquí María Teresa.
La joven de 23 años pasará en este Sanatorio otros 23. La mitad de su vida. «Te entrego todo, Dios mío, y te ofrezco mi vida, gota a gota», había escrito. Lo cumplió.
Sí, María Teresa, gota a gota, dio su vida. Junto a la cama del enfermo tísico, con lo que esto supone: esputos, cuajos de sangre que hay que sacar de la boca para que no se ahogue; acompañar sus noches, consolar sus tristezas, repartirle el pan del evangelio; llevar su propia comida a quien más lo necesite..., porque ella tiene bastante con el bocadillo de pan y tomate o pan y naranja. ¿Cómo pensar en comerse el filete de carne o la ración de pescado habiendo enfermos al filo de la vida?.
Con obras llenas de amor trasmite María Teresa el amor de Dios a los más desgraciados. Habla de la fe con su servicio entregado. Enseña la esperanza desde la confianza en el Padre de las misericordias. Es cauce de su consolación con su ternura, su bondad, su sonrisa, su vida.
No teme el contagio a sus 23 años. Se lo advierten, pero había cosas más importantes en que ocuparse: buscar medicinas y alimentos, estar pendiente de los enfermos y de sus familias, generalmente gente humilde; atender a médicos y enfermeras; a los pobres que llegan a la puerta del Sanatorio pidiendo una ayuda para remediar sus necesidades más apremiantes. Ellos preguntan siempre por quien sabe les puede socorrer. Sor María Teresa, esta hermana de corazón bueno, sigue día a día llenando el título que en su pueblo le dieron de pequeña: «madre de los pobres».
SANTIDAD DE CADA DÍA
Un testigo fidedigno que convive con María Teresa 23 años, don Jesús Camino, médico neumólogo del Sanatorio, ha escrito de ella cosas preciosas. Espigamos en su testimonio:
• «Para mí la vida de Sor María Teresa es una vida encantadora. Para las cosas del mundo era el despiste personificado, porque ella vivía en otro mundo, en el del espíritu. Sólo vivía para Dios y para remediar las necesidades de los demás. No le oí nunca a lo largo de tantos años una palabra airada. La llamábamos 'Sor Alegría'. Era de un encanto subido. Toda su vida fue siempre igual. Siempre la encontrabas igual, siempre alegre y sonriente. Con aquella mujer se vivía el cielo en la tierra. Fueron los mejores años de mi vida; entonces yo no tenía ningún problema de si existe Dios, de si hay cielo, de qué pasará... Ella te daba seguridad de todo con sólo mirarla».
• «Aparte de su espiritualidad, humanamente era extraordinaria. No le repugnaba nada. Allí la veías a la cabecera del enfermo tuberculoso casi en continua hemoptisis, preparándole para morir y ¡cómo los preparaba!».
• «Nunca le oí decir: hago esto o hago lo otro; lo hacía y en paz, sin más. Ella iba a la suya, que era ir a la de Dios. Ella estaba en la verdad, porque se pasó la vida contemplando a Dios en el enfermo».
• «Llegar a la realidad de lo que Sor María Teresa hizo en el Sanatorio es muy difícil, porque lo hacía todo en silencio y con una paz... Vivió el cielo en la tierra. ¡Es tan difícil comprender esto si no se vive!».
• Un enfermo, que después se ordenó de sacerdote, nos dice: «Era una monja que se hacía querer de todos... Se veía en ella algo especial. Era una mujer extraordinaria. Lo que cautivaba a la gente era su sencillez, su simplicidad, porque derrochaba bondad por todos lados y era tan humana, que era difícil para nosotros poder compaginar su gran bondad, su espiritualidad con su humanidad».
Y es que María Teresa no tiene otro norte que llenarse de Dios y ser consolación para el que sufre. El tiempo y los medios no cuentan para ella: sólo busca estar unida a Cristo y hacer el bien. Todo lo mira con ojos buenos. Se ingeniará mil modos para remediar desgracias ajenas. Buscará alimentos, como sea, para los enfermos más graves. Por supuesto privándose ella de lo más nutritivo de su comida. Las anécdotas son interminables, porque su gran amor al Señor le pide remediar a los más desgraciados y a todos los que pasan a su lado.
De Sor María Teresa se ha dicho que «pasó inadvertida». En realidad, quienes tuvieron la suerte de encontrarse con ella -pobres, enfermos, necesitados, médicos, enfermeras, hermanas de comunidad, familiares, amigos-, no dirán lo mismo. «Su servicialidad, su constante sonrisa, su sacrificio abnegado y generoso la hacían especialmente amable». No pasó inadvertida su alegría serena. La llamaron «Sor Sonrisa» y «Sor Alegría» Con la sonrisa en los labios siempre ponía una nota de afabilidad en sus conversaciones. Y esto tampoco pasó inadvertido.
Vivió con la normalidad de tantos santos, con sencillez, con humildad, con fidelidad; vivió en el silencio, la abnegación y la renuncia que cada día le exigía su entrega al Señor y a los enfermos del Sanatorio.
La vida de María Teresa se explica así a la luz de la fe, la esperanza y el amor. Se explica desde la actuación amorosa de Dios en ella y desde su fidelidad a este amor.
Tuvo experiencia de un Dios, que en Cristo, se hizo su Amigo, su Esposo, su Fortaleza, su Amor, su Todo. Cristo vivido en la sencillez de su alma transparente, con la hondura de un amor esponsal fecundo y recio.
Conoció a Cristo en el evangelio y en la oración y quiso vivir en radicalidad las exigencias de su consagración a Él como Hermana de la Consolación.
«Con las hermanas -confiesan éstas- tenía una caridad extraordinaria». «Dejaba siempre en buen lugar a todas». Con gracia solía repetir: «para mí las monjas más guapas son las de este Sanatorio». Sus hermanas de comunidad no dudan en la santidad de María Teresa y a los quince años de su muerte se inicia su Proceso de Beatificación y Canonización.
SUS ESCRITOS ÍNTIMOSDos pequeñas libretas con sus escritos íntimos, nos permiten asomarnos a su alma. Un alma transparente como un lago tranquilo donde se puede ver el fondo. Y en ese fondo, el amor y la cruz.
María Teresa fue una mujer sensible a la amistad. Y de una amistad, fuente de crecimiento en su camino hacia Dios, nos hablan sus Charlas con Salvador Monrós, ese joven valenciano internado en el Sanatorio, de gran finura espiritual, que hubiera sido sacerdote, pero su enfermedad se lo impidió. Todos lo tenían por santo. Sus charlas a lo largo de dos años con María Teresa fueron las de dos santos. Exclamará ésta: «Nunca tuve conversación con él que no fuera de Dios». «Varias veces me dijo: 'quiero vivir sólo para Dios'». Salvador y María Teresa hablaron del cielo con la nostalgia y la profundidad de los grandes enamorados de Dios.
Las Cartas dirigidas a mi Jesús, desde el destierro, nos dejan entrever la soledad y el sufrimiento como compañeros inseparables de sus días. Y, a la vez, su fe y confianza en Cristo. Él la sostiene y le da ese fondo de paz serena que se dibuja en su semblante.
Estas páginas, reflejo de una honda intimidad con Cristo, piden ser leídas en el silencio de la oración. Son páginas escritas con la sencillez del lenguaje del pueblo, sin cuidar la ortografía, que nunca fue su fuerte. Páginas que conservan la belleza y frescura de la espontaneidad de su alma transparente.
He aquí algunos retazos:
• «Si quiero saber cómo va mi amor para con el Señor, me asomaré a la calle, y si amo a todos los que pasan estaré tranquila, porque las cosas van bien. No sé, Señor, si en esto tendré algún mérito. ¡Amo tanto a mi prójimo!... Pero de todos son mis preferidos los pobres, los enfermos, los desgraciados, los ancianos, los que sufren... Para ellos todo mi amor, mi vida y mi todo. Todos cogen dentro de mi corazón, porque en él está también el de Cristo, y por su boca repito: 'Venid a mí todos, que con su ayuda, yo los aliviaré'».
• «Dame, Señor, una vida de fe extraordinaria para saber sufrir..., para saber llevar, día tras día, sonriendo, mi cruz de cada día, que la tengo que llevar yo sin que nadie se dé cuenta».
MISIONERA DESDE EL SANATORIOMaría Teresa lleva dentro del pecho un alma misionera. Nos dicen: «Si hay una misionera en el mundo, que lo haya sido desde lejos, es Sor María Teresa, porque fue una auténtica misionera sin salir del Sanatorio».
María Teresa llevó a Cristo a lugares remotos. Desde su Sanatorio acompaña con sus oraciones a los misioneros; anima a los enfermos a sufrir sus dolores y su soledad por la extensión del evangelio en países de misión; se las ingenia para recaudar dinero, ropas, medicinas, libros y alimentos para las misiones; monta su «tienda» en beneficio de las misiones más necesitadas; have rifas, colecciona sellos, organiza charlas misioneras entre sus enfermos, rosarios, procesiones...
De este modo María Teresa have el bien con la libertad de los hijos de Dios y con la sencilla ingenuidad de quienes piensan que todo lo que se have con buena voluntad es bueno. Siente en su interior que se lo pide el Señor y no se lo puede negar.
Alma de apóstol, en su corazón caben todos los hombres. Todos los sufrimientos de los hombres. Escribe:
• «Llevo un gran peso dentro de mi alma... Pienso mucho en las cárceles, en los reformatorios, en las misiones, en la Iglesia perseguida, en los sanatorios, en los enfermos que no se quieren convertir; en los que sufren sin tener fe, por los malos ejemplos que han visto; en tantas familias separadas, en las capitales que viven del materialismo, en los que sufren solos sin ningún consuelo, porque no son comprendidos».
• «Señor: ¿qué hacer con todos estos hermanos míos, que tan dentro los llevo de mi corazón?. Bendícelos, Señor, ten compasión de ellos. Necesitan santos para que te vean a ti en ellos; proporciónaselos, que los necesitan. ¡Quien pudiera estar en todos los sitios para decirles que Tú eres bueno, que los amas y que les guardas un trocito de cielo, que Tú sólo puedes dar!».
Estos son sus sentimientos dos años antes de morir.
ENFERMEDAD Y MUERTE
María Teresa era de complexión débil, pero su gran fortaleza de ánimo le hizo seguir adelante en su vida religiosa y en su entrega a los enfermos. A principios de 1967 se le declara la enfermedad que será mortal: cáncer de vientre.
Ya en 1965 había escrito: «¡Te necesito, Señor! Tengo ganas de volar hacia la Patria!». Tiempo de sufrimiento y de dolor. La operación, el cobalto y... sus días contados: «noto como si la lámpara de mi vida fuera apagándose poco a poco. Mi patria es el cielo...».
Moría en una fiesta de la Virgen —como era su deseo—, el 12 de octubre de 1967, festividad de Ntra. Sra. del Pilar. Tenía 46 años. Moría entre sus enfermos, como había pedido: morir «donde estaban sus enfermos». Moría con «un gesto de satisfacción» y en silencio, como siempre había vivido.
Historia de una vida sin historia, es el título que da a su biografía Francisco Martín Hernández. Un vuelo de libertad, el bello comentario espiritual que a las páginas de su vida have Matilde Seguí. Con uno y otro título se define la trayectoria humana de María Teresa González. Una vida, sin historia aparente. Una vida, con historia a los ojos de Dios y de tantos hombres y mujeres que supieron a su lado qué es el amor y la consolación de Cristo. Vida, como vuelo de pájaro libre, con la libertad de los hijos de Dios...
Esta fue la vida de María Teresa González por las tierras de Castellón de la Plana. Mujer libre para el amor, libre para consolar, libre para entregar su vida, como Jesús y con Él, entre los más necesitados: los enfermos y los pobres.
El 17 de julio de 1982 se inicia en Castellón el Proceso de Beatificación y Canonización de la Sierva de Dios María Teresa González Justo y el 13 de junio de 1992 tiene lugar la Declaración de las Virtudes Heroicas de la Venerable María Teresa González Justo.
En la iglesia del Colegio de Ntra. Sra. de la Consolación de Castellón se encuentra su sepulcro, muy visitado por los fieles devotos de María Teresa. En la piedra de mármol blanco, esta sencilla inscripción:
MARÍA TERESA GONZÁLEZ JUSTO
HERMANA DE NTRA. SRA. DE LA CONSOLACIÓN
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Texto: María Esperanza
Casaus
Fuente: consolacion.org
Mi madre conoció a Sor Maria Teresa estuvo enferma de tuberculosis en el Hospital de la Magdalena, y tuvo la gran suerte de conocerla,mi madre se curo a los pocos años y se quedó a trabajar en el sanatorio herán todos como un familia, medicos,monjas trabajadoras y enfermos yo con 5 años también estuve interna con mi madre durante años, doy fe que ya fue una santa les animaba a seguir hacia delante con la enfermedad pues nadie las visitaba mi madre me lo comentaba que se quedaba sin comer para dar la a los enfermos, el día de reyes todos los niños teníamos juguetes gracias a ella , guardo fotos ,buscaba pisos a las enfermas que se curaba y querían salir del sanatorio, pedía a las familias ricas de Castellón ropa ,calzado,etc para las personas mas necesitadas , cuando cumpli 8 años me trasladaron al colegio de Nuestra Señora de la Consolación de Castellón y mi madre la colocaron a trabajar en la cocina , yo ingrese interna con ella, solo tengo agradecimiento hacia el colegio, por la educación que recibí y los valores que me inculcaron este es mi testimonio
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