San Abercio de Hierápolis, Obispo
Octubre 22
Octubre 22
Algunos que sólo ven lo que ven tienen la manía de poner en tela de juicio todo aquello que escapa a su visión y así les va por la vida; no ven más allá de sus narices y se pasan el tiempo mostrando una aversión malsana contra todo lo que no pueden experimentar, pesar, medir, tocar, meter bajo la lente del microscopio, o aplicar la prueba del carbono 14. Se podría decir que son unos desconfiados.
Si tengo que hablar de cómo se comportan con la Iglesia, afirmo que son
terribles, implacables. Y es que según su modo de pensar (dicen que no hay
realidad que no pueda explicarse por la razón), acaban sin llegar a conocerla de
modo completo, ya que ella es sobrenatural en su comienzo, en su misión, en sus
medios, y en su fin. ¡Cómo se va a explicar al Espíritu Santo y toda su acción
con la limitada cabeza de los hombres! A lo más que llegan es a dar una visión
parcial -por tanto equivocada y errónea- de la Iglesia que se ve: dirán que es
un grupo filantrópico, o un club de ingenuos que se dejan engañar, una rama de
discapacitados a punto de extinguirse, cuando no un grupo de presión al servicio
de no se sabe qué fuerzas políticas o intereses de los hombres.
Al toparse con la realidad de los santos se pierden, porque algunas de las
reacciones de estos hombres y mujeres, sus modos de vivir, incluso esas
realidades que se llaman milagros que algunos de ellos hicieron, son imposibles
de encorsetarse dentro de los moldes comunes con los que uno de ordinario se
maneja. No tienen remedio. Y mira que los veinte siglos que se les lleva de
delantera por el mundo podía ser ya una razón que les diera garantía. Pero no
les valen las razones. Esta casta de sabihondos racionalistas los hubo antes y
los hay ahora. No aprenden.
Dicen que valoran la razón y, a veces, lo que termina por suceder es que,
en su empecinamiento, acaban por decidir en contra de la misma razón.
Y si no, veamos lo que pasó con San Abercio.
Fue un Obispo de Hierápolis en la segunda mitad del siglo II y comienzos
del III. Allí desempeñó su misión de pastoreo de sus fieles, aunque trotó algo
por el mundo también. Fue tan celoso de los intereses de Dios y tan enamorado
del bien para los hombres, que Dios lo utilizó como un apto instrumento
evangelizador para transmitir fidelísimamente la doctrina de Jesucristo. Resulta
que a Dios le pareció conveniente para los hombres hacer, a través del santo
obispo de Hierápolis, obras a su medida, que lógicamente no son explicables para
la inteligencia humana sin recurrir a la fuerza de Dios.
Como refieren las memorias que San Abercio hizo algunos de esos milagros y
los racionalistas no supieron encontrar una explicación a la medida humana, no
sólo negaron los milagros afirmando que era una invención, sino que llegaron
incluso a negar la existencia de San Abercio. Y total, porque se enfrentó
públicamente contra los cultos idolátricos, destrozó los ídolos y salió ileso de
su acción cosa que provocó la catequezación y bautismo de muchos; porque dio la
vista instantáneamente a una matrona ciega llamada Frigela; porque curó a
cantidad de enfermos y lisiados que recurrían a él en demanda de auxilio a
entremedias de sus catequesis y porque, sobre todo, expulsaba exitosamente y con
relativa frecuencia al demonio de los posesos, entre ellos a la mismísima hija
del emperador.
Todo esto les pareció demasiado; a falta de pruebas fehacientes después de
dieciséis siglos, dijeron que ni siquiera existió San Abercio, se mofaron de la
Iglesia y descansaron tan tranquilos hinchados de razones.
¡Qué lástima —para ellos- que la arqueología de finales del siglo XIX,
justo por W. M. Ramsay, haya descubierto cerca de Esmirna y en el lugar del
emplazamiento de la antigua Hierápolis la tumba de un tal Abercio, obispo de
Hierápolis, cuyo epitafio grabado en piedra y en griego resume la historia del
santo!
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Autor: Archidiócesis de
Madrid
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