viernes, enero 18, 2013

Beato Manuel Barbal Cosín (Jaime Hilario), Religioso Mártir

Beato Manuel Barbal Cosín (Jaime Hilario), Religioso Mártir
Enero 18 - Julio 28 - Octubre 9
 
Martirologio Romano: En Tarragona, igualmente en España, san Santiago (Jaime) Hilario (Manuel) Barbal Cosán, religioso de los Hermanos de la Escuelas Cristianas, mártir, condenado a la pena capital por odio a la Iglesia en la mencionada persecución. (1898-1937)
 
Manuel Barbal y Cosán nació en Enviny, provincia de Lérida (España) y diócesis de La Seo de Urgel, el 2 de enero de 1898. La familia era profundamente cristiana, en la que cada día se rezaba el rosario y el ángelus, se mostraba profunda caridad hacia los pobres y se santificaba el domingo como el día del Señor.
 
Los primeros años de Manuel Barbal Cosán transcurrieron en medio de las incomodidades y de las alegrías de un pueblo de montaña. Era de carácter trabajador y serio, sensible y lírico.
El Señor fue haciendo germinar en su alma el deseo de consagrarse a Él, y soñaba con el sacerdocio. En su casa se sentían contentos, porque un consagrado era una bendición de Dios para la familia.
 
Entró en el Seminario de La Seo de Urgel. Pero por desgracia se manifestó una progresiva sordera que constituía un serio obstáculo para el ministerio sacerdotal. Tuvo que regresar a su casa, pero la llamada de Dios no se había apagado. En cierta ocasión encontró a un Hermano de las Escuelas Cristianas, que le habló del Instituto. «Eso me gusta», dijo, y solicitó hacerse Hermano de la Salle.
 
Entró al noviciado de Irún. Allí Manuel Barbal recibió el hábito religioso y un nuevo nombre, como era habitual entonces: se llamaría Hermano Jaime Hilario. El nuevo novicio era alto y más bien delgado, con cabello castaño. Inteligencia clara, temperamento tranquilo y sencillo; siempre de buen humor y tenaz en el trabajo y en el estudio. Para sus 19 años manifestaba madurez poco común. Decía él: «La mejor obra de misericordia en una comunidad consiste en animar, entusiasmar y sembrar el buen humor».
 
De 1918 a 1926 el Hno. Jaime Hilario desempeñó su actividad apostólica en varios centros lasalianos. El primero fue Mollerusa, donde estuvo cinco años. En 1923 pasó a Manresa, y enseñó latín... Pero su sordera se incrementaba y tuvo que desistir de dar clase; su ocupación fue la huerta. Estuvo después en Oliana y de allí pasó al internado Sainte-Germaine, de Pibrac, en Francia, en el departamento de Alta-Garona.
 
En sus notas personales hay una afirmación que no podemos pasar por alto: "El Señor no me mostró las dificultades que me sobrevendrían haciéndome Hermano, porque hubiera yo retrocedido; pero hoy no vendería mi sotana por todo el oro del mundo. Por todo el pueblo de Enviny no cambiaría mi género de vida". (Pibrac, 15-4-1928)
 
El Hno. Jaime Hilario permaneció en Pibrac ocho años como catequista del Noviciado. Poseía buena base espiritual y excelente preparación intelectual, además de sus convicciones personales y de la tenacidad en el trabajo. Para los novicios era modelo y estímulo.
 
En 1932 fue encargado de trabajar en el reclutamiento de vocaciones, es decir, de encontrar muchachos que desearan seguir la vocación religiosa, y orientarlos hacia la vida del Hermano. En su nuevo empleo recorrió numerosos pueblos sembrando la semilla de la vocación, y obtuvo buenos resultados. Pero la sordera se estaba convirtiendo en dificultad cada vez mayor, y al fin tuvo que dedicarse de forma habitual a los trabajos manuales en la huerta. En este trabajo su alma estaba unida al Señor, que así le preparaba para el sacrificio supremo.
 
El Hno. Jaime Hilario fue detenido en Mollerusa un día que se dirigía a Enviny. Fue dejado en libertad vigilada, confiado a la familia Badía. Muy pronto fue sacado de aquella familia y llevado a la prisión de Lérida. Como procedía de Cambrils, le llevaron al comité de Tarragona, que determinó encerrarle en el barco-prisión "Mahón". Todo esto ocurrió en diciembre de 1936. Habían determinado "juzgarle" en enero de 1937.
 
El abogado Montañés, que se encargó de su defensa le sugirió: "Basta que declare que usted trabajaba como hortelano de la Comunidad... y que usted no es religioso. Ciertamente le dejarán libre". El Hno. Jaime Hilario confió después al Hermano Eusebio: "No podré entenderme con este abogado... Yo no puedo disimular mi condición de religioso". Y sin embargo, confesarse como tal era firmar la sentencia de muerte.
 
Para ayudar al Hermano Jaime Hilario, a causa de su sordera, el Hno. Sorribas se colocó a su lado, para repetirle las preguntas del tribunal. El razonamiento del fiscal era tan disparatado que es difícil comprender que se puedan hacer afirmaciones semejantes: "Este fraile ha estudiado latín y ha envenenado la conciencia de los niños; si no le matamos, nos matará él..."
 
El abogado se esforzó por presentar al Hno. Jaime Hilario como un pobre hombre, alejado de la política y empleado del convento. Y pidió al Hermano que confirmara sus palabras. "No, -dijo el Hno. Jaime Hilario-, yo soy un religioso, Hermano de las Escuelas Cristianas".
 
El presidente dijo: "Pues explique el acusado esta contradicción: ser hortelano y fraile". "No hay ninguna contradicción, respondió. Mi sordera me ha impedido continuar mi misión de educador".
Ese fue el proceso. Después de breve deliberación el tribunal le condenó a muerte. Cuando estuvieron solos, preguntó al Hno. Sorribas qué habían decidido. Su respuesta fue pasarse la mano por el cuello. "¿Cuándo?" "No lo han dicho".
 
El Hno. Jaime pidió dos hojas de papel y escribió a su hermana y a su sobrino: "He sido condenado por el tribunal popular. No os avergoncéis de mí y no lloréis; no he hecho ningún mal. Rezad por mí y yo rezaré por vosotros. Adiós, hasta el Cielo". La escritura era firme, sin ningún temblor.
Los verdugos querían evitar que llegase la gracia que se había pedido, y que llegó, en efecto, el 18 de enero de 1937, después de la ejecución. Por eso, sólo dos días después, a las tres y media de la tarde, sacaron de la cárcel al Hno. Jaime y lo llevaron a un bosquecillo, en la colina llamada «La Oliva», cerca del cementerio.
 
Mientras esperaban que llegaran los miembros del tribunal, los milicianos que formaban el pelotón de ejecución admiraban la tranquilidad del Hermano. « ¿Pero es que no te das cuenta de que te vamos a matar?». Su respuesta fue la de un auténtico testigo de la fe: «Amigos, morir por Cristo es reinar». Le colocaron de espaldas a una cascada ya seca, el pelotón se colocó a tres metros de distancia. El cruzó los brazos sobre el pecho y elevó la vista al cielo. El jefe del pelotón gritó: « ¡Fuego!». Y todos dispararon a su cuerpo. Pero ni un solo proyectil le tocó.
 
El Hermano seguía en pie. El jefe, furioso, gritó de nuevo: « ¡Fuego!». Y de nuevo el Hermano siguió en pie. Los milicianos, espantados, tiraron los fusiles y echaron a correr. El jefe, lleno de indignación y de odio, sacó su pistola, se acercó al Hermano y le disparó en la sien.
 
Fue entonces cuando cayó al suelo.
 
El grupo arrojó las armas y se dio a la fuga. El jefe del pelotón, furioso, se acercó a la víctima y disparó en la sien del héroe. Sus últimas palabras a los que iban a fusilarle fueron:
 
-¡Amigos, morir por Cristo es reinar!
 
Fue beatificado el 29 de abril de 1990 por el Papa Juan Pablo II, junto con los Hermanos mártires de Turón y canonizado el 21 de noviembre de 1999.
 
Aunque murió un 18 de enero, su festividad se celebra el 28 de julio en algunos Calendarios, pero su festividad es el 18 de enero.
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Fuente: Santoral, el santo de cada día

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