Santa Martina de Roma, Virgen y Mártir
Enero 30
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de santa Martina, a quien
el papa Dono dedicó una basílica a su nombre en el foro romano (677).
Etimología: Martina = femenino de Martín = martillo, es de origen latino.
La historia de esta joven santa comienza por su tumba, 1400 años
después de su martirio; es decir, cuando en 1634 el activísimo Urbano
VIII, empeñado en lo espiritual en la contrareforma católica, y en lo
material en la restauración de famosas iglesias romanas, descubrió las
reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la devoción a Santa
Martina y fijó la celebración para el 30 de enero. El mismo compuso el
elogio con el himno: “Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulei,
plandite gloriae”, que era una invitación a honrar a la santa en la vida
inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente testimonio que
demostró a Cristo con su martirio.
Son pocas las noticias
históricas. La más antigua es del siglo VI, cuando el Papa Onorio le
dedicó una iglesia en Roma. Quinientos años después, al hacer
excavaciones en esta iglesia, se encontraron efectivamente las tumbas de
tres mártires. En el siglo VIII ya se celebraba la fiesta de la santa.
No se sabe nada más, y por eso es necesario buscar noticias en una
Passio legendaria. Según esta narración, Santa Martina era una
diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta profesión de fe,
la arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo
(222-235). Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades,
hasta el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la
familia imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno
marcó un fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en
ese tiempo logró una gran expansión misionera.
El autor de la
Passio ignora todo esto, y hace más bien una lista de las atroces
tortures con que el emperador martirizó a la santa. Cuenta que cuando
Martina fue llevada ante la estatua de Apolo, la convirtió en pedazos y
ocasionó un terremoto que destruyó el temple y mató a los sacerdotes del
dios.
El prodigio se repitió con la estatua y el templo de
Artemidas. Todo esto hubiera debido hacer pensar a sus perseguidores;
pero no, se obstinaron más y sometieron a la jovencita a crueles
tormentos, de los que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron cortarle
la cabeza con una espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno de
la Iglesia romana.
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Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
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