Beato Timoteo Giaccardo, Sacerdote
Enero 24
Martirologio Romano: En Roma, beato Timoteo (José) Giaccardo,
presbítero, que instruyó a muchos discípulos en la Pía Sociedad de San
Pablo, para anunciar el Evangelio por medio de los instrumentos de
comunicación social (1948).
Fecha de beatificación: 22 de octubre de 1989 por el Papa Juan Pablo II.
Nació en Narzole (Cuneo-Italia) el 13 de junio de 1896. Fue bautizado
el mismo día, con los nombres de José y Domingo. Jovencito aún, se
encontró con el P. Santiago Alberione, quien lo encaminó hacia el
seminario diocesano de Alba.
La amistad con el P. Alberione lo
hizo sensible a las nuevas necesidades de los tiempos y se abrió a los
nuevos medios pastorales de evangelización. En consecuencia, con el
consentimiento de su obispo, en el 1917, con 21 años, pasó del seminario
diocesano a la naciente Sociedad de San Pablo, siendo encar-gado por el
P. Alberione como maestro de los primeros aspirantes a paulinos. Lo
llamaban el Señor Maestro, y con ese nombre se quedó.
Las
condiciones históricas eran tales que parecía irrealizable se concediera
el sacerdocio ministerial a los jóvenes del P. Alberione. La mayoría
del clero diocesano veía posible que fueran ordenados los primeros
paulinos, llamados por broma “los curas del mono y de la campera”. El
mismo clérigo Giaccardo, del seminario diocesano, al presentarse al
obispo para pedirle poder integrarse en la Sociedad de San Pablo,
escuchó la seca pregunta: “¿Estás dispuesto a renunciar a tu hábito
clerical y al sacerdocio?”. Con dolor en el corazón, pero sin titubear,
aceptó esas condiciones, y las ofreció a Dios por medio de María con tal
de seguir la vocación paulina que él sentía clarísima.
El P.
Alberione, firme en su fe y confianza, espera en silencio y en oración
que Dios hiciera resonar la hora de la aprobación canónica de la
Congregación y de la ordenación sacerdotal para sus jóvenes, llamados al
ministerio de la predicación mediante la palabra escrita. Y así, ante
la sorpresa y el estupor de todos, pudo ver a su clérigo Giaccardo
ordenado sacerdote, en 1919, por su mismo obispo, quien anteriormente le
había pedido la renuncia al hábito y al sacerdocio si quería ser
paulino. Y además, su ordenación se adelantó a la edad canónicamente
requerida, mediante la oportuna dispensa, debido también a una
imprevista circuístancia: para que su madre, enferma de gravedad, lo
viera ordenado sacerdote antes de morir.
Fue el primer
sacerdote paulino y el primer Vicario General de la Sociedad de San
Pablo. Su vida es un ejemplo actual de cómo se puede conciliar la más
alta perfección con la más intensa actividad apostólica. “Modelo para
todos los sacerdotes paulinos”, como declaró el Fundador.
Él fue para el Beato Alberione como el “hijo de la promesa”, a semejanza
de Isaac para Abrahán. En él podía el Fundador ver su descendencia y
reconocer la primera realización de la promesa. Con la ordenación de
Giaccardo la Familia Paulina se injertaba en la Iglesia mediante el
sacerdocio apostólico, en sintonía con el mandato de Jesús: “Vayan por
todo el mundo y hagan discípulos míos en todas las naciones”.
La ordenación sacerdotal del P. Giaccardo marcó una fecha histórica para
la Familia Paulina por otra razón: él era el primer sacerdote paulino
ordenado expresamente para un ministerio nuevo en la Iglesia. Así la
predicación realizada con los medios de comunicación social quedaba
implícitamente considerada como verdadera evangelización. Lo que el
Concilio Vaticano II sancionaría medio siglo más tarde en el decreto
“Inter mirifica”, era ya anunciado en la ordenación sacerdotal del P.
Giaccardo.
El padre Santiago Alberione vio en este hecho una
clara respuesta de Dios a su fe en la propia vocación y misión.
Comprendió que sería la vocación y misión de una gran Familia fundada
sobre el sacerdocio de Cristo, en la línea del Magisterio de la Iglesia y
del ministerio apostólico; Familia heredera de la gracia y del
apostolado de san Pablo; enviada para anunciar el Evangelio de Cristo a
todos los hombres a través de los nuevos medios de comunicación social.
Por otra parte, el P. Giaccardo representa el anillo de enganche entre
el Fundador y las nuevas comunidades nacidas de la comunidad madre de
Alba: él fue el primero que guió la migración de los dos grupos,
masculino y femenino que dieron origen a las comunidades romanas. En
enero de 1926, teniendo en cuenta su gran amor al Papa, el Fundador lo
envió a Roma para abrir y poner en marcha la primera casa filial de la
Congregación.
El Fundador le había dicho: “Te mando a Roma en
gracia de tu amor a san Pablo y por tu fidelidad al Papa. Estoy
convencido de que al Divino Maestro le agradará tener en Roma, junto a
su Vicario que representa el Evangelio “hablado”, también una voz que
representa el Evangelio “impreso”. Dicho por inciso: “La Voz” era el
título del primer periódico editado por los paulinos en Roma, y que les
había cedido la Diócesis.
El beato Giaccardo escribió más tarde
en su diario: “Yo, en la Congregación, no tuve la misión de lanzar
nuevas iniciativas, sino de educar, plantar, integrar nuestra Sociedad
de San Pablo en la Iglesia de Roma, sobre la roca de san Pedro, sobre la
apostolicidad de san Pablo; y he comprobado la paciencia de Dios en
asistirme para llevar a cabo este ministerio”.
Podemos afirmar
así que, mediante el P. Giaccardo, la Familia Paulina se enraíza,
incluso visiblemente y localmente, en la herencia de los apóstoles,
representada por la sede de Roma.
Como el beato Santiago Alberione
fue el “padre” que, en la luz de su misión especial, dio vida a las
varias ramas de la Familia Paulina, el beato Timoteo Giaccardo, su
primer hijo espiritual, transmitió y profundizó la herencia alberoniana.
Sin reflejar nunca el cansancio ni calcular la fatiga, sin concederse
un día de vacaciones, compartió durante treinta años con el padre
Alberione la solicitud por cada una de las Congregaciones paulinas, en
sus difíciles comienzos y en su desarrollo, como “llevándo-las en
brazos”.
El padre Giaccardo tuvo plena conciencia de esta su
segunda misión. Escribía en su diario: “Me parece ver claro que se
define cada vez más este segundo ministerio: conservar, interpretar,
hacer penetrar y fluir el espíritu y las directrices del Primer Maestro;
y yo acepto con espíritu de humildad este ministerio, con ánimo dócil,
afectuoso, sincero”.
El P. Alberione confirmó: “Yo no tengo a
ningún otro que comparta tan acertadamente mis sentimientos y mi ánimo;
ninguno que tenga cuidado de ustedes con más sincera dedicación”.
Mas tenemos otro testimonio de interés capital, manifestado por el mismo Fundador después de la muerte del padre Giaccardo:
“Desde el 1909 y el 1914, cuando la divina Providencia preparaba la
Familia Paulina, él tuvo una clara intuición, aun sin comprenderla del
todo. Las luces que recibía de la Eucaristía…, su ferviente devoción
mariana, la meditación de los documentos pontificios, le daban luz sobre
todas las necesidades de la Iglesia y sobre los modernos medios para
hacer el bien.
“Entró en 1917 (todavía clérigo) como maestro de
los primeros aspirantes… y le llamaban y se quedó para siempre con el
nombre de “Señor Maestro”: amado, escuchado, seguido, venerado dentro y
fuera. Fue el maestro que a todos precedía con el ejemplo, que enseñaba
de todo, que aconsejaba a todos, que lo construía todo con su oración
iluminada y ferviente… Se puede decir que escribió en cada conciencia y
se volcó a sí mismo en cada corazón de Sacerdotes, Discípulos, Hijas de
San Pablo, Pías Discípulas, Pastorcitas; y de cuantos lo trataron en
relaciones espirituales, sociales, económicas…
“Desde el día en
que lo conocí y le señalé el Sagrario como luz, fortaleza, salvación,
su vida fue una continua y cotidiana ascensión… Él prefería decir con
san Pablo: “Hasta la plenitud de la edad de Cristo”.
“Era
maestro de oración. ¡Sabía hablar con Dios! Vivía de piedad eucarística,
de piedad mariana, de piedad litúrgica; de amor a la Iglesia y al Papa…
Fue maestro de apostolado. Lo sentía, lo amaba, lo desarrollaba… Era un
comunicador de energía, un sostén para los débiles, luz y sal en el
sentido evangélico.
El Primer Maestro le debe una inmensa
gratitud, y con él todos, pues todos se veían amados por él… Yo me fiaba
de él más que de mí mismo; y estoy contento por habérselo demostrado…”.
Como confirmación de este testimonio del beato Alberione (Primer
Maestro), reportamos algunas expresiones textuales del mismo beato
Giaccardo sobre el sentido de la misión paulina:
“El Divino
Maestro debe reinar sobre todo, debe ser dado “todo” a todos… mediante
el Apostolado de las Ediciones. El Apostolado de las Ediciones debe
iluminar todos los apostolados, sostenerlos todos, vivificarlos todos,
abarcarlos todos, ejercerlos todos con sus apóstoles. Y éstos deben ser
la gloria de Cristo, Divino Maestro”.
“En servicio de Cristo
Eucaristía, se busca y se elige lo mejor… Así, al servicio de Cristo
hecho “Palabra”, debemos reservarle cuanto de mejor producen los
hombres: el nuestro es un verdadero Ministerio sagrado”.
El
beato Giaccardo, después del Fundador, fue el primer sacerdote que
escribió y publicó un libro, en 1928, con el título “María Reina de los
Apóstoles”, que es la Patrona de la Familia Paulina.
Fue el primer sacerdote paulino y el primer Vicario de la Congregación Sociedad de San Pablo.
En 1936 regresó de Roma a Alba como superior de la Casa Madre.
Colaborador fidelísimo del P. Alberione, se prodigó sin descanso por las
Congregaciones Paulinas que iban naciendo, y que él llevó en sus
brazos, conduciéndolas a una profunda vida interior y a los respectivos
apostolados modernos.
Ya en edad madura, ofreció su vida por la
continuidad de su propia Congregación y para que fuera reconocida en la
Iglesia la nueva Congregación paulina de las Pías Discípulas del Divino
Maestro. Y el Señor aceptó su ofrenda.
Pasó a la Casa del
Padre el 24 de enero de 1948, víspera de la fiesta de la Conversión de
San Pablo. Sus restos mortales yacen en la cripta del Santuario de la
Reina de los Apóstoles, Roma (los del beato Santiago Alberione, en la
subcripta). Santuario que mandó construir el Fundador en el mismo solar
donde el Beato Giaccardo había fundado la primera casa paulina fuera de
Alba.
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Autor: P. Stefano Lamera, ssp | Fuente: libro RICORDATI, SIGNORE, DEI NOSTRI PADRI
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