Beato Angelo Paoli, Sacerdote Carmelita
Enero 20
Sacerdote de la Orden de los Carmelitas de la Antigua Observancia
En Roma, Beato Angelo Paoli, sacerdote († 1720)
Fecha de beatificación: 18 de abril de 2010, en San Giovanni in Laterano, Roma, en el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Nació el 1 de septiembre de 1642 en Argigliano, anejo entonces del
municipio de Fivizzano, hoy de Casola en Lumigiana (Massa). En el
bautismo le pusieron el nombre de Francisco. En 1660 recibió la tonsura y
las dos primeras órdenes menores. Después de pasar algunos meses con su
familia, tomo el habito carmelita en Fivizzano y fue enviado a hacer el
no- viciado a Siena y allí pronuncio los votos el 18 de diciembre de
1661. Estudio filosofía y teología en Pisa y Florencia y en esta ciudad
celebro su primera Misa I el 7 de enero de 1667.
Su vida puede
dividirse en dos periodos: en su provincia religiosa de Toscana y en
Roma. El primer periodo se caracteriza por frecuentes cambios de
residencia: en Argigliano y en Pistoya, en 1675 vuelve a Florencia como
Maestro de novicios. Dieciocho meses más tarde se halla de párroco en
Corniola y en 1677, diez meses después, es trasladado a Siena y luego a
Montecatini en 1680, donde dos años después se le encarga la enseñanza
de la gramática a los religiosos jóvenes; pero ese mismo ano le
trasladan a Pisa y pocos meses mas tarde a Fivizzano como organista y
sacristán. En 1687 el General de la Orden lo llama a Roma donde, en el
convento de S. Martino ai Monti, vivió los treinta y dos años restantes
de su vida, primero como Maestro de novicios y luego como ecónomo,
sacristán y organista y al mismo tiempo como director del conservatorio
para muchachas fundado por Livia Vipereschi.
Durante la primera
época de su vida, por doquier había ido dejando a su paso el muy grato
recuerdo de un alma sedienta de silencio, de oración, de mortificación,
pero sobre todo de un hombre entregado a la caridad espiritual y
corporal hacia los enfermos y los pobres, tanto que en Siena le dieron
el apelativo de “Padre Caridad”. Y siempre hizo honor a este apelativo
dondequiera que se hallara, especialmente en Roma donde cuido de los dos
hospitales de S. Juan (el de hombres y el de mujeres) y fundo el
hospicio para convalecientes pobres en la avenida entre el Coliseo y la
basílica de S. Juan. Su lema fue: “Quien ama a Dios debe buscarlo entre
los pobres». Supo también atraer a muchas personas que le imitaron en su
atención a los necesitados. Y así se comprobó sobre todo durante las
calamidades públicas, tales como los terremotos e inundaciones que se
abatieron sobre Roma en los anos 1702 y 1703, en una época en la que el
fasto de unos pocos contrastaba con la miseria de la mayoría.
Acertó a dar a los ricos muy buenos consejos y ellos le estimaron y le
secundaron y emplearon como mediador en sus propias obras de
beneficencia. Enseñó a los pobres a ser agradecidos y a encontrar en su
humilde condición motivos de perfeccionamiento moral. Fue consejero de
príncipes y de otros “grandes” de la Roma de entonces o de los huéspedes
ilustres de la ciudad. Cardenales y altos prelados le tenían en gran
estima. Rehusó la púrpura que le ofrecieron Inocencio XII y Clemente XI
porque - decía – “habría redundado en perjuicio de los pobres a los que
no habría podido atender”.
Tuvo una confianza plena en la
Divina Providencia, a la que solía llamar su “despensa”, en la cual
nunca falta nada. Esta confianza se vio no pocas veces recompensada con
hechos humanamente inexplicables, tales como la multiplicación de cosas
sencillas destinadas al alimento de los pobres. Al practicar la caridad,
no descuidaba, sin embargo, la justicia: siendo el mismo ejemplo de
justa retribución a 1os obreros, sabía conseguir también que obraran con
justicia quienes a veces se olvidaban de ello. Su unión profunda con
Dios la buscaba en la oración solitaria, ya fuese en una cueva como
cuando era niño en Argigliano, en los espacios ilimitados del Monte S.
Peregrino, en los sótanos del convento de Florencia, o en las catacumbas
romanas, en su celda o en el corillo de la iglesia de S. Martino donde
la noche se le pasaba en un santiamén, descansando —solía decir— como S.
Juan “sobre el pecho de Cristo por medio de la oración”. Destaco por su
amor a la Cruz que quiso alzar incluso materialmente allá donde le fue
posible: entre Argigliano y Minucciano, en el Monte S. Peregrino, junto a
Corniola, y en Roma tres en el Testaccio y tres dentro del Coliseo. El
Señor le dio a conocer algunos sucesos lejanos (como la muerte de Luis
XIV y la victoria del Príncipe Eugenio de Saboya; en Petrovaradin) o
futuros (como su propia muerte y la de otros). Varias personas le
atribuyeron señaladas gracias estando él todavía en vida.
Murió
el 20 de enero de 1720 y fue sepultado en la iglesia de S. Martino ai
Monti donde se encuentra actualmente en la nave izquierda. Tres af1os
después de su muerte se inicio el proceso informativo diocesano en
Florencia, Pescia y Roma. El apostólico se desarrollo de 1740 a 1753. La
heroicidad de sus virtudes fue reconocida por Pío VI en 1781. El Papa
Benedicto XVI el 3 de julio de 2009 firmó el decreto de reconocimiento
de un milagro obrado por intercesión del P. Angel.
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Fuente: Ocarm.org
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