Beato Gonzalo de Amarante, Presbìtero Dominico
Enero 10
Martirologio Romano: En Amarante, lugar de Portugal, beato Gonzalo
(Gundisalvus, Gonsalvo), presbítero de Braga, que después de una larga
peregrinación por Tierra Santa ingresó en la Orden de Predicadores y más
tarde se retiró a una ermita, ayudando a construir un puente y
trabajando en bien de los habitantes del lugar con su oración y predicación (c. 1259).
Tagilde, del obispado de Braga, es el pueblo portugués que le vió
nacer. Por la discreción que desde pequeño demostró el Arzobispo de
Braga lo toma bajo su techo preparándolo para el sacerdocio. Luego le
encomienda la Abadía de San Pelayo por sus cualidades. Es muy
responsable y celoso de sus ovejas a las que acerca a Jesucristo más con
las obras que con los sermones, por ello adopta unas ropas de mendigo
y, arreciando en la penitencia, da en limosna a los pobres cuanto le
llega.
Como tiene un deseo vivo de visitar los Santos Lugares,
deja a un sobrino el cuidado de la Abadía y comienza su soñada
peregrinación. Lleno de agradecimiento y con muchas lágrimas de pesar,
Gonzalo contempla con admiración, mira piadoso, besa con cariño y venera
con respeto lo que para la fe son monumentos. De hecho, el tiempo pasa
insensible en su embeleso.
A los catorce años regresa para
cuidar a sus ovejas. Ha sido muy larga la ausencia. La Abadía ha
cambiado. El pastor se ha hecho lobo. Ha abandonado el cuidado y se ha
dedicado al despojo. Entre comilonas, cacerías, vicios y vanidades se ha
convertido de servidor en dueño. Como tantos. No obedece los
requerimientos del tío y hasta lo echa con amenazas violentas,
maltratándolo físicamente. Ya intentó antes demostrar su muerte para
asegurarse el puesto.
El legítimo abad, aprendió mucho en
Palestina. Se retira humillado y vencido. Recorre los alrededores y
predica feliz el Evangelio; construye una pequeña ermita y se convierte
en ermitaño orante solitario, predicador y consejero por los alrededores
de Tamaca.
La Virgen le lleva a pasar una noche en el
monasterio de Vimaro, de los dominicos. Allí es aceptado como religioso,
recibe los hábitos, hace sus votos y edifica a todos con su piedad,
mortificación y santidad.
Con la autorización del prelado,
vuelve al oratorio de Amarante donde se entrega sin límites a la
oración, penitencia y apostolado hasta el fin de su vida quemada en amor
a Dios y en bien de los hermanos. Contrajo un gravísima enfermedad y se
dispuso a morir como los mejores discípulos del Señor. Muere en manos
de la Virgen el 10 de enero de 1260.
Aparte quedan los adornos.
A la escueta y noble figura del santo la piedad, el cariño o la
fantasía añadió notas poco probables, nada necesarias e imposibles de
comprobar por la ciencia histórica, pero que embellecían de modo
maravilloso y sobrenatural, como aureola, la grandeza de un hombre fiel.
Fue el tiempo quien añadió los guiños que hacía a Jesús crucificado
mientras mamaba los pechos de su ama de leche cuando era bebé; como las
repetidas, frecuentes y casi continuas apariciones de la Virgen; y como
el que los peces del río saltaban a la orilla ofreciéndose como vianda
para quien predicaba a Jesucristo.
Fue beatificado por el Papa Pío IV en el año 1560.
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
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