Beato Mateo Guimerá de Agrigento, Obispo
Enero 7
Martirologio Romano: En Palermo, ciudad de Sicilia, tránsito del beato
Mateo Guimerá, obispo de Agrigento, de la Orden de los Hermanos Menores,
propagador devoto del Santísimo Nombre de Jesús (1451)
Fecha de beatificación: La confirmación oficial de su culto inmemorial o
beatificación equivalente, con aprobación del culto, misa y oficio del
Beato, la concedió el papa Clemente XIII el 22 de febrero de 1767.
Mateo, a quien se le han dado muchos y variados apelativos, nació el año
1376 ó 1377 en Girgenti, hoy Agrigento, en el reino de Sicilia, que
entonces pertenecía a la corona de Aragón; más tarde, en su vida de
apostolado, gozaría Mateo de la amistad, admiración y protección de sus
reyes, D. Alfonso V el Magnánimo y su esposa Dña. María de Castilla.
Sus padres eran, según algunos autores, oriundos de Valencia (España), y
ciertamente le dieron una buena educación cristiana. Muy joven, en
1391-92, vistió el hábito de los franciscanos Conventuales en el
convento de San Francisco de Agrigento, donde hizo la profesión
religiosa en 1394. Prendados de sus cualidades espirituales e
intelectuales, los superiores lo enviaron a estudiar al famoso centro de
estudios que la Orden tenía en Bolonia. Luego lo mandaron para
completar sus estudios a Barcelona, donde los Conventuales tenían otro
centro de estudios importante; allí consiguió probablemente el título de
maestro, y recibió la ordenación sacerdotal en 1400. Aquel mismo año
empezó el apostolado de la predicación en Tarragona y en otras
poblaciones.
En los años 1405-1416, lo encontramos en Padua, en
el convento de San Antonio de los Conventuales, como maestro de
novicios o de recién profesos, lo que, una vez más, muestra el aprecio
en que le tenían los superiores. Después volvió a España, donde
permaneció hasta finales de 1417; así lo dice una carta del rey Alfonso
el Magnánimo, de fecha 28 de noviembre de 1417, que explica además la
razón por la que Mateo regresaba tan pronto a Italia: su deseo de
encontrarse con san Bernardino de Siena, de conocer el movimiento de la
Observancia y de incorporarse al mismo.
El movimiento
franciscano de la Observancia, que trataba de llevar a la Orden de
Hermanos Menores a una más fiel y estricta observancia de la Regla de
San Francisco, sin dispensas ni atenuaciones, surgió en el siglo XIV y
se fue organizando y difundiendo en el siglo siguiente, bajo la guía e
impulso de san Bernardino de Siena, que tuvo como principales
colaboradores a san Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano, san Jaime
de la Marca y el beato Mateo de Agrigento. Éste se encontró con san
Bernardino en 1418, tal vez en el Capítulo general de Mantua, y, con los
debidos permisos, se pasó en seguida a los Observantes. Hay que tener
en cuenta que la Orden de Hermanos Menores, fundada por san Francisco de
Asís, fue una sola Orden hasta que, en 1517, León X la dividió
jurídicamente en dos: Conventuales y Observantes; con anterioridad, ya
existían en su seno esas diversas tendencias, ramas o grupos, pero
seguían siendo una misma familia religiosa.
El encuentro y la
amistad con san Bernardino marcaron profundamente la vida del beato
Mateo. El gran santo lo tomó como compañero al descubrir en él afanes y
sentimientos muy similares a los suyos. Y junto a él en muchas ocasiones
y a veces, por indicación suya, en otros lugares predicó Mateo sin
descanso; su vida austera y llena de espiritualidad acreditaba por todas
partes sus sermones. También se cuentan milagros que Dios obró por
medio de su siervo. Al mismo tiempo, se había hecho paladín del Nombre
de Jesús, como San Bernardino, pero quería que al de Jesús fuera unido
el de María, la Madre del Señor. Y por ello, a muchos de los conventos
que fundó en Italia y en España les puso el nombre de Santa María de
Jesús.
En época reciente se han encontrado, y los comenzó a
editar el P. Agustín Amore en 1960, casi un centenar de sermones del
beato Mateo, escritos en lengua vulgar o en latín y que suelen comentar
un texto bíblico. En ellos se pone de manifiesto la sólida formación
teológica de su autor, la lógica con que argumentaba y el celo
apostólico y hasta los sentimientos íntimos que embargaban su espíritu.
A la vez que a la predicación, se dedicó con ardor a la expansión y
organización de la Observancia, lo que le valió la estima del rey
Alfonso V y la confianza del papa Eugenio IV que le encomendó delicadas
misiones para la renovación de los religiosos y del clero,
particularmente en Sicilia. En 1425 el papa Martín V concedió al beato
Mateo la facultad de fundar conventos de la Observancia, y fueron
numerosos los que fundó o reformó tanto en Italia como en España, a la
mayoría de los cuales, como queda dicho, aunque no a todos, dio el
nombre de Santa María de Jesús: Mesina, Palermo, Agrigento, Siracusa,
Barcelona, Valencia, etc. Además ejerció cargos de gobierno en Sicilia:
fue Vicario provincial de 1425 a 1430, y Comisario general de la
Provincia de Sicilia de 1432 a 1440.
El beato Mateo pasó en
España al menos cuatro temporadas, dos cuando estaba con los
Conventuales y otras dos estando con los Observantes. A las dos primeras
ya nos hemos referido. La tercera tuvo lugar en 1427-28, cuando por
invitación de los soberanos aragoneses estuvo predicando en Valencia,
Barcelona, Vich y otras ciudades. De nuevo, la primera mitad del año
1430, por invitación insistente de la reina Dña. María, esposa del rey
Alfonso V, el Beato la pasó por tierras de Valencia y Barcelona
predicando y, como ya había hecho antes, cumpliendo misiones reales de
pacificación y de beneficencia, difundiendo la devoción al Santísimo
Nombre de Jesús, impulsando la implantación de la Observancia y fundando
o reformando conventos.
Dedicado de lleno a un apostolado
intenso y fecundo se hallaba el beato Mateo, cuando su diócesis natal lo
eligió y reclamó como obispo; él se resistió cuanto pudo a lo que
consideraba una dignidad y puesto para el que no estaba preparado. Pero
el rey Alfonso insistió ante el papa Eugenio IV, quien lo nombró obispo
de Agrigento el 17 de septiembre de 1442. El 30 de junio de 1443 recibió
la consagración episcopal y, por obediencia, hubo de tomar el báculo
pastoral de la diócesis.
No era un secreto para nadie qué tipo
de obispo iba a ser fray Mateo: un obispo reformador, un hombre celoso
de la disciplina eclesiástica, impulsor de la renovación, con criterio y
actitudes evangélicas, así en el clero como en el pueblo confiado a su
cuidado. Ello le enfrentó con quienes se negaban a cualquier reforma que
supusiera pérdida de posiciones poco edificantes o de intereses
bastardos, y ante la firmeza de Mateo no dudaron en acudir con calumnias
a la Santa Sede, que lo llamó y le pidió explicaciones de su conducta.
En efecto, por su generosidad hacia los pobres fue acusado por los
clérigos que le eran contrarios, de dilapidar los bienes de la Iglesia;
lo cierto es que había renunciado a todos sus ingresos en favor de los
pobres, reservándose lo estrictamente necesario para sí mismo y para sus
más inmediatos colaboradores. Además, lo acusaron falsamente de
relaciones ilícitas con una mujer. En el proceso, que se desarrolló en
la corte pontificia, se demostró la total inocencia del Beato, por lo
que el Papa lo absolvió de todas las acusaciones, le confirmó su
confianza y lo devolvió a su sede episcopal.
El beato Mateo se
sintió confortado por el esclarecimiento de la verdad y por la bendición
que mereció del Papa su conducta y forma de proceder, y continuó en su
misma labor reformadora. Pero sus adversarios no se aquietaron y muy
pronto le crearon nuevos problemas y conflictos. El santo obispo llegó a
pensar que las dificultades se debían a su incapacidad para el
episcopado, y rogó y suplicó a la Santa Sede, después de madura
reflexión e incluso de consultar el caso con san Bernardino de Siena,
que le aceptara la renuncia a su cargo, y tanto insistió que al fin le
fue aceptada. Había permanecido tres escasos años al frente de su
diócesis. Entonces, con la mayor humildad, se reintegró a su comunidad
religiosa en Palermo, en la que vivió como un fraile más, sin admitir
que se le dieran honores o privilegios. Y allí falleció santamente el 7
de enero de 1450. El pueblo cristiano lo tuvo por santo desde entonces y
su culto continuó a lo largo de los siglos. En 1759 se inició el
proceso diocesano de beatificación.
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Fuente: Franciscanos.org
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