San Antonio María Pucci, Presbítero Servita
Enero 12
Martirologio Romano: En Viareggio, ciudad de Italia, san Antonio María
Pucci, presbítero de la Orden de los Siervos de María, el cual, párroco
durante casi cincuenta años, se dedicó sobre todo a atender a los niños
pobres y enfermos (1892).
San
Antonio María Pucci, aunque miembro de la Congregación de los Siervos de
María (Servita), pasó casi toda su vida y se santificó como sacerdote
de una parroquia. Nació en Poggiole, cerca de Pistoia, en 1810. Fue uno
de los siete hermanos de la humilde familia de Agustín y María Pucci.
No obstante la heroicidad de sus virtudes, los trazos elementales de su
biografía traen al recuerdo tantas vidas paralelas de seminaristas y
sacerdotes, compañeros de estudios unos, conocidos otros tal vez en la
propia parroquia. Ya durante su vida el padre Pucci se hizo tan familiar
e intimo a sus feligreses, que cariñosamente le llamaban, "el
Curatino". Una de estas figuras de párroco, que ha visto nacer y morir
casi toda una generación y ahonda en el corazón del pueblo, como una
institución patriarcal.
Su nombre bautismal era Eustaquio.
Monaguillo servicial y piados, ganó la confianza de don Luigí, su
párroco. En cambio de los servicios prestados recibía clase de latín y
cultura general. No conoció el Liceo del Renacimiento italiano. Y no lo
echaría de menos después; su vida sacerdotal transcurrió ajena a la
lucha de políticas y de culturas; y eso que su tiempo fue el de la
unidad italiana y en parte pertenecía al de la "Kulturkampf". En último
término, su padre no pretendía hacer de Eustaquio más que un buen
labrador; y se opuso cuando el párroco de Poggiole fue a hablarle de que
Eustaquio, joven ya de dieciocho años, aspiraba a "hacerse cura".
Considerando su piedad mariana, don Luigi le había propuesto ingresar en
la Orden de los Siervos de la Madre de Dios, de Florencia, con quienes
cultivaba una sincera amistad y estima.
Al fin, el hombre del
arado y de la esteva cedió al hombre de iglesia, y consintió; el padre
de Eustaquio no era de los peores parroquianos de don Luigi. Y el
"curato" se hace respetar mucho también en Italia, hoy todavía, entre
las buenas familias de las parroquias rurales.
Conseguido el
permiso paterno, Eustaquio ingresaba el 10 de julio de 1837 en el
convento de la Anunciación. La primera etapa de su vida aldeana se
cierra con un certificado protocolario de buena conducta, presentado por
el párroco al superior de Florencia. ¡Habría hecho tantos otros para
sus feligreses! Y, sin embargo, aquel del hijo de la familia Pucci sería
un eslabón más del proceso de canonización de un santo.
Su
inclinación al sacerdocio, observada por don Luigi y alguno de sus
familiares que le habían visto jugar "a decir misa", se convirtió en
realidad. Eustaquio, ahora fray Antonio María, fue ordenado sacerdote el
24 de septiembre de 1843.
Fue destinado a ejercer su
ministerio en Viareggío, pequeña ciudad junto al Tirreno, hoy famosa
playa internacional. Tres años de coadjutor y después... siempre párroco
de San Andrés. Sus feligreses eran casi todos pescadores, que se fueron
encariñando poco a poco con el párroco de pequeña estatura y ojos
serenos. Los más íntimos se sentirían orgullosos de tener un párroco
apreciado en la curia de Lucca, de la que había sido nombrado, tan joven
como era todavía, examinador prosinodal. Los primeros años de actividad
pastoral no le habían impedido preparar el examen de "maestro en
Sagrada Teología", título que concedía el capitulo de la Orden. En otro
ambiente, el padre Pucci hubiera sido tal vez un hombre de estudios;
pero si la Orden ha perdido un científico, ha ganado, en cambio, un
santo.
Los que le conocieron, confiesan que no era simpático;
su voz nasal y de tono monótono, la cabeza siempre inclinada, sus
ligeros gestos nerviosos, no hacían de su persona una figura estética.
Se diría que era un hombre con complejo de inferioridad. Algunos
contemporáneos, al saber que se introducía su proceso de canonización,
desconfiaban del éxito, porque consideraban que era una personalidad
ordinaria. No es un caso aislado. También el alcalde de Viareggio, de
aquella época liberal, respondía al superior de San Andrés, que
solicitaba la dedicación de una calle en recuerdo del padre Pucci,
minimizando su actuación y justificando su negativa. "Al fin y al cabo,
es un cura que no ha hecho más que cumplir con su deber."
Es
bella esta heroicidad humilde de un párroco que cumple durante cuarenta y
cinco años con su deber. Heroicidad perseverante y desapercibida en su
actividad apostólica y en su vida de religioso. Como el cardenal
Laurenti, prefecto de la Congregación de Ritos, decía, de broma y de
veras, al padre Ferrini, postulador general de la Orden: "Si el padre
Pucci ha sido siempre buen párroco y buen religioso a la vez, es sin
duda un santo de verdad."
Objetivo central de sus
preocupaciones pastorales fue la organización parroquial: la enseñanza
del catecismo y la beneficencia, grupos de seglares y fundación de
religiosas, acción social y apostolado del mar.
Para
desarrollar más eficazmente sus tareas de catequista, organizó la
Congregación de la Doctrina Cristiana. Con sorprendente espíritu de
dinamismo apostólico utilizaba todos los resortes para atraer los niños a
la parroquia; ayudado de sus fieles militantes de la congregación, daba
especial relieve, religioso y espectacular a la vez, a las fiestas de
las primeras comuniones, del reparto de premios, de la "Befana" (o
"´hada - buena"), manifestación italiana de la tradición española de los
Reyes Magos, llevando él mismo los juguetes a casa de los niños.
Con una concepción orgánica de las obras parroquiales, instituyó para
la formación integral de los jóvenes y en función también de la
enseñanza del catecismo, la "Compañía de San Luis". Sin conocerse, el
padre Pucci realizaba con los jóvenes una labor paralela a la que
contemporáneamente San Juan Bosco lleva a cabo en Turín. Humano y
perspicaz psicólogo, no olvidaba prescribir a sus muchachos en el
reglamento de la asociación que "buscaran un buen amigo y huyeran de los
tristes". Posteriormente, esta asociación fue la base en Viareggio de
uno de los primeros centros interparroquiales de la Acción Católica,
promovida poco después de la muerte del padre Pucci con las directrices
pontificias.
Incrementó la devoción eucarística con la Cofradía
del Santísimo Sacramento y organizó los grupos apostólicos femeninos,
cuya dirección encomendó a una joven piadosa, Giuliana Luccí; más tarde,
con otro grupo de jóvenes de la parroquia, ingresó en las Siervas de
María de Viareggio, cuyo fundación se atribuye fundidamente al Beato
Pucci.pa, en frase de Chateaubriand, "León de la libertad italiana".
Contra tal previsión ilusionada, la unidad de Italia, sin intervención
pontificia, fue proclamada por Cavour en Turín, en 1861. En 1870 las
tropas italianas eran saludadas en Roma, como libertadoras y Pío IX se
refugiaba en el Vaticano. Cairoli, Crispí, Zanardellí, De Pretiis son
nombres de notables republicanos, antipontificios, conmemorados ahora
como gloria nacional en las calles de la que en otros tiempos fue la
Roma papal. Cavour resumía su ideología política en pocas palabras: "La
Iglesia libre en Estado libre". El espíritu laico tomó auge en Italia
después de la constitución del Reino; en 1873 era abolida la Facultad de
Teología de las Universidades y suprimida la enseñanza religiosa en las
escuelas.
El ambiente cargado de incertidumbre religiosa se
hacia sentir también en Viareggio. Para el párroco de San Andrés la
8ituación ofrecía un aspecto eminentemente pastoral. Frente al problema
de la descristianización pública que se planteaba en Viareggio, cuyas
autoridades civiles eran todas republicanas y hacían profesión de
incredulidad, el "Curatino" pensó en una asociación de hombres
católicos; así organizó "La Pía Unión de los hijos de San José para
mantener incólume la fe católica en la familia y en la sociedad
cristiana".
Podría pensarse con motivo, que el párroco de
Viareggio habría sido criticado de "hacer política"; sobre todo, cuando
los biógrafos aseguran que "defendía con todas las armas de la ciencia y
de la historia los sacrosantos derechos de la Iglesia, incluido el
poder temporal de los Papas". Pero el "Curatino" no fue tildado de
clericalismo político, campaña preferida de los grupos de oposición
desde que en Italia comenzó a desarrollarse la democracia cristiana. Ni
siquiera los republicanos de Viareggio quisieron mezclar el recuerdo del
padre Pucci con la política; porque el "Curatino" ¡había sido tan
bueno! Había socorrido heroicamente a los enfermos en los días de la
epidemia. 1854-55; había dado tantas veces su manteo y su colchón a los
pobres ateridos de frío, no excluidos los anticlericales; había
instituido para la beneficencia la Cofradía de la Misericordia y la
Conferencia de San Vicente; su vida había sido una cadena de heroica
caridad.
La venerable figura del párroco. recorriendo las
calles a socorrer a los pobres o a asistir a los enfermos, se había
grabado hondamente en los miembros del Consejo Comunal y en atención a
su obra asistencial, declaraban en sesión plenaria, después de su
muerte: "Que el padre Pucci, no ocupándose nunca de política, dejó esta
misión a quien pertenecía, siendo así ejemplo de cómo se debería
comportar el clero en la convivencia social".
El "Curatino"
había conquistado de veras el amor de su pueblo. Los hechos de celo y de
caridad se sucedían día a día. De sus obras asistenciales merece
destacarse la Colonia Marina, que organizó para hijos de obreros, la
primera en Italia, superando así con su acción su ideología social,
enmarcada en el "paternalismo" propio de la época y paralela al título
que el pueblo le dio de "Padre de los pobres".
Su temple de
santo se acendraba en la vida religiosa. Elegido superior de la casa de
Viareggio en 1859, fue reelegido, contra toda costumbre, continuamente,
llegando a ser en 1883 Superior Provincial en toda la Toscana. Pero su
personalidad de párroco modelo absorbe la de religioso observante.
San Antonio Pucci murió el 14 de enero de 1892, a los setenta y tres
años de edad. Su muerte causó gran consternación den Viareggio. Su tumba
fue honrada por Dios con algunas curaciones. Fue beatificado sesenta
años después de su muerte por Pío XII, en 1952 y canonizado el 9 de
Diciembre de 1962 por Juan XXIII.
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