San Paulino de Aquileya, Obispo
Enero 11
Martirologio Romano: En Forlí, ciudad de la región de Venecia, san
Paulino, obispo de Aquileya, que se esforzó en convertir a los ávaros y a
los eslovenos, y presentó al rey Carlomagno un poema insigne sobre la
Regla de la fe (804).
Uno de los más ilustres y santos prelados de los siglos VIII y IX fue Paulino de Aquileya, quien parece haber nacido hacia el
año 726, en una granja cerca de Friuli. Su familia vivía del laboreo de
la granja, y el joven Paulino pasaba buena parte de su tiempo en los
trabajos del campo. Sin embargo, lograba reservar algunas horas al
estudio, y con los años llegó a ser un famoso gramático. Carlomagno le
llamó, en una carta, Maestro de Gramática y Muy Venerable. Estos
epítetos nos hacen suponer que Paulino era ya sacerdote. El mismo
monarca, en reconocimiento de los méritos de Paulino, le regaló ciertas
posesiones en su país. Parece que hacia el año 776, Paulino fue elevado
contra su voluntad a la sede del Patriarcado de Aquileya. En dicha
Iglesia se dejaron sentir los benéficos efectos de su celo, piedad e
inteligencia. Carlomagno le pidió que asistiera a todos los grandes
concilios de su tiempo, por remotos que fuesen los sitios en que se
reunían, y el propio santo reunió un sínodo en Friuli, en 791 o 796,
contra los errores que se iban propagando sobre el misterio de la
Encarnación.
El más grave de esos errores era la herejía
adopcionista: Félix, obispo de Urgel de Cataluña, profesaba que Cristo,
en cuanto hombre, era simplemente hijo adoptivo de Dios. San Paulino
escribió contra él una refutación que remitió a Carlomagno. El santo
prelado no se ocupaba menos de la conversión de los paganos, que de la
supresión de los errores, y predicó incansablemente el Evangelio a los
idólatras de Carintia y Estiria que no habían abandonado la
superstición. Al mismo tiempo, la conquista de los avaros por Pipino
había abierto un nuevo campo al celo del obispo. Muchos de los avaros,
evangelizados por los misioneros enviados por San Paulino y los obispos
de Salzburgo, abrazaron la fe. El santo se oponía con todas sus fuerzas a
que los bárbaros fuesen bautizados antes de haber sido suficientemente
instruidos en la fe, y en general al abuso, tan común en aquellos
tiempos, de imponérsela.
Cuando el duque de Friuli fue nombrado
gobernador de las tribus de los hunos, a las que había recientemente
conquistado, San Paulino escribió para él una excelente «Exhortación»,
en la que urgía a buscar la perfección cristiana, le daba reglas sobre
la práctica de la penitencia y remedios contra los diferentes vicios,
especialmente contra el orgullo; le instruía además sobre el deseo de
agradar a Dios en todas las acciones, sobre la oración y las
disposiciones esenciales para ella, sobre la comunión, el cuidado de
evitar las malas compañías y algunos otros puntos. El libro termina con
una hermosa oración y la promesa del santo de pedir por la salvación del
buen duque.
Las ardientes súplicas de San Paulino atraían
constantes bendiciones del cielo sobre las almas que le habían sido
confiadas. Alcuino le rogó que no se olvidase de implorar para él la
divina misericordia, cada vez que ofreciera el santo sacrificio del
altar. La vida de Paulino terminó con una santa muerte, el 11 de enero
de 804.
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