Santa Inés de Roma, Virgen y Mártir
Enero 21
(+ 304) Santa Inés es una de las santas más populares del calendario.
Una de las figuras más graciosas, una de las heroínas más cantadas por
los poetas y los Santos Padres. Luego, de la poesía y la leyenda pasó al
arte, desde Bernini hasta Alonso Cano. Cada época la reproduce a su
estilo, pero todos compitiendo en ensalzarla. Como la Inés de Carlos Dolci, cuya dulce hermosura y blancura de lirio nos atrae con su encanto inefable.
La devoción a Santa Inés se ha mantenido viva a través de los tiempos.
La Iglesia introdujo su nombre en el canon de la Misa. Es el prototipo
de la virgen fiel consagrada a Cristo, desde su más tierna edad. Su
mismo nombre, pura en griego y cordera en latín, es ya un presagio.
La tierna corderita tiñó su candor virginal con la sangre del martirio a
principios del siglo IV, en la persecución de Diocleciano. Inés,
patricia romana, niña tan pura como su nombre, frisaba en los trece
años. Su devoción, dice San Ambrosio, era superior a su edad. Su energía
superaba a su naturaleza. No había en aquel cuerpecito lugar para el
golpe de la espada. Pero quien no tenía dónde recibir la herida del
hierro, tuvo fortaleza para vencer al mismo hierro y a los que querían
dominarla.
Rehusó la mano del hijo del Prefecto de Roma, por lo
que fue acusada de cristiana y juzgada. La doncellita, canta Prudencio
en sus versos, caldeada ya en el amor a Cristo, resistía firmemente las
seducciones de los impíos para que abandonase la fe, y ofrecía de grado
su cuerpo a la tortura. San Dámaso cantó también la fidelidad de la
virgen. Holló bajo sus pies las amenazas del tirano y superó, siendo
niña, un inmenso terror.
¡Cuántos terrores, insiste San
Ambrosio, ensayó el verdugo para asustarla! ¡Cuántos halagos y promesas
para rendirla! Pero ella respondía con firmeza superior a su edad:
"Injuria sería para mi Esposo el pretender agradar a otro. Me entregaré
sólo a aquél que primero me eligió. ¿Qué esperas, verdugo? Perezca un
cuerpo que puede ser amado por ojos que detesto".
Anuncia luego
el juez un lugar más terrible para una virgen. "Haz lo que quieras,
responde Inés, impávida y confiada. Cristo no olvida a los suyos.
Teñirás, si quieres, la espada con mi sangre. Pero no mancillarás mis
miembros con la lujuria". Despechados sus jueces, fue conducida a un
lupanar público, expuesta al fuego criminal de la lujuria. Pero le crece
milagrosamente la cabellera, que se derrama sobre el lirio desnudo de
su cuerpo, para que ningún rostro humano profanara el templo del Señor.
Para recordar este hecho, en aquel mismo lugar, en la actual plaza
Navona, se alza hasta nuestros días la iglesia de Santa Inés. Se venera
aún allí una reliquia insigne de la virgen de Cristo.
Aún pasó
Inés el tormento del fuego. Pero el fuego respetó el cuerpo virginal.
Llegó entonces el verdugo armado con la espada. Tiembla el brazo del
verdugo, recuerda San Ambrosio, su rostro palidece. Inés, entretanto,
aguarda valerosa. La Corderita lo recibió gozosa, oró brevemente,
inclinó la cabeza y quedó consumado el martirio. La descripción de esta
última escena es una de las más bellas páginas de Fabiola, la ejemplar
novela del cardenal Wiseman. Los restos virginales fueron enterrados en
la Vía Nomentana, en las llamadas catacumbas de Santa Inés. Todavía hoy,
el 21 de enero de cada año, se bendicen en este lugar dos corderillos
con cuya lana se teje al pallium del papa y de los arzobispos. Santa
Inés sigue siendo hoy ejemplo de las jóvenes cristianas.
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Fuente: oremosjuntos.com
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