Beata Ana de Bretaña, Princesa y Reina consorte de Francia
Enero 9
(1477-1514). Reina de Francia y duquesa de Bretaña, nacida en Nantes el 25
de enero de 1477 y muerta en Blois el 9 de enero de 1514. Era hija del duque de
Bretaña Francisco II de Montfort, y de la dama francesa Margarita de Foix. Fue
educada entre la corte parisina y la casa señorial de la familia Montfort, en
las cercanías de Île-de-France. En 1481, su padre firmó un pacto con Eduardo IV,
el monarca inglés, para casarla con el príncipe de Gales, heredero de la corona
inglesa, pero finalmente el devenir de Inglaterra, sumida en la Guerra de las
Dos Rosas, dio al traste con estos planes.
De esta forma, tras la muerte de su padre, en 1488, y al ser su única
descendiente, Ana quedó convertida en la heredera del título ducal bretón, anexo
a un territorio, Bretaña, que había causado graves conflictos durante
generaciones anteriores, en especial durante la llamada Guerra de Sucesión
Bretona (1345-1365), episodio paralelo a la Guerra de los Cien Años y al resto
de luchas civiles en Francia. Desde 1488, con apenas 11 años de edad, la duquesa
Ana se enfrentó a las conspiraciones de la nobleza francesa por hacerse con su
rica herencia.
El máximo interesado en dominar el díscolo ducado bretón era, naturalmente,
el propio rey francés, Carlos VIII, que envió sus emisarios ante la corte de los
Montfort para solicitar el matrimonio con la joven duquesa. Ana, no obstante,
resistió hasta la saciedad esta oferta, pues sabía perfectamente que ello
implicaría la progresiva absorción de Bretaña dentro del entramado territorial y
gubernativo de la monarquía francesa, y si algo es digno de destacar a lo largo
de su biografía es, precisamente, el ahínco con que Ana se aferró a las
tradiciones autónomas bretonas.
De esta forma, el 19 de diciembre de 1490, Ana de Bretaña decidió casarse
con uno de los antiguos herederos de su padre: el archiduque Maximiliano de
Austria, recientemente coronado como Rey de Romanos, la antesala al cetro
imperial germánico. La ceremonia se realizó mediante procuradores y embajadores
de ambos territorios para llevarse a cabo algún tiempo más tarde. La reacción de
Carlos VIII al enterarse de la noticia fue colérica, ya que esta alianza
perpetuaba la independencia de Bretaña y, a su vez, sería un germen absoluto de
conflictos entre el Imperio y Francia.
Así pues, Carlos VIII hizo valer el tratado de Le Verger, firmado entre su
hermana, Ana de Beaujeau, y el padre de Ana de Bretaña, el duque Francisco II,
mediante el cual ningún matrimonio de la casa Montfort, en su rama de duques de
Bretaña, podía celebrarse sin consentimiento del rey de Francia. Amparado en la
legalidad, Carlos VIII invadió Bretaña con un potente ejército para cambiar por
la fuerza de las armas el destino de Ana. Los barones locales, agrupados para
defender a su joven duquesa, intentaron resistir lo posible, pero los prometidos
refuerzos alemanes no llegaron jamás. Finalmente, Ana fue obligada a romper el
compromiso con Maximiliano de Austria y a casarse con Carlos VIII, boda que se
celebró el 6 de diciembre de 1491, convirtiéndose así en reina de Francia.
A pesar de que el interés del monarca galo residía en la absorción del
ducado de Bretaña, la duquesa, en contraprestación por el nuevo enlace, solicitó
que ella fuera nombrada única administradora y gobernadora del territorio, así
como que se respetasen las costumbres tradicionales de la zona. Carlos accedió a
ello, plenamente convencido de que, a la larga, el ducado pasaría a la corona. A
pesar de que este matrimonio se realizase manu militari, lo cierto es que
durante los siete años que permanecieron juntos ambos esposos llegaron a sentir
un gran afecto mutuo. Buena prueba de ello fue el abultado y lastimoso luto,
proverbial en la historia de Francia, que mostró Ana de Bretaña en 1498, cuando
falleció Carlos VIII. Eso sí, el dolor no impidió que, de acuerdo a las
cláusulas matrimoniales firmadas en 1491, Ana volviera a contraer un nuevo
matrimonio con el heredero, Luis de Orleáns, sobrino de Carlos VIII, coronado
como Luis XII.
El enlace, celebrado el 8 de enero de 1499, volvió a incluir una serie de
pactos con respecto al gobierno de Bretaña. De nuevo Ana se hacía con el control
gubernamental del ducado. En cuanto a la regulación de la descendencia, al ser
un hipotético hijo primogénito de ambos el designado para heredar la corona de
Francia, Luis XII aceptó la petición de Ana de Bretaña: que el ducado quedase en
manos del segundogénito o, en su defecto, de la hija mayor de Ana, la princesa
Claudia. En caso de que no hubiera descendencia, el ducado de Bretaña volvería a
ser disputado por la línea hereditaria del linaje Montfort. Asimismo, Luis XII
aceptó respetar los usos y costumbres bretonas, sin intromisiones en el gobierno
o en la administración de justicia.
Los últimos años de la reina Ana de Bretaña estuvieron dedicados a la
reforma cortesana, tanto en Bretaña como en París. En ambas cortes, Ana fue
mecenas y patrona de artistas, literatos, poetas y escribanos, y como tal
aparece en la documentación que hoy se conserva. No en vano, una de las joyas de
la miniatura francesa es el Libro de Horas de la reina Ana, un precioso
manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de París. En la corte
capitalina, por otro lado, introdujo una reforma de las costumbres, al instaurar
el cuerpo de damas de honor de la reina y, en general, canalizando adecuadamente
la vida palaciega. Mujer de fuerte carácter, no dudó en representar a la
monarquía francesa ante diversas legaciones en sustitución de su marido, cuando
éste se encontraba ausente.
En 1506, Luis XII y Ana de Bretaña tomaron una decisión conjunta que, con
el paso del tiempo, se revelaría como fatal: prometer a la princesa Claudia con
Francisco de Angulema, que sería coronado rey como Francisco I tras la muerte de
Luis XII en 1515. Un año antes, el 9 de enero de 1514, falleció Ana de Bretaña,
sin saber que ese paso encadenaría para siempre el ducado de Bretaña a la corona
francesa. Actualmente, la figura de la reina Ana es vista con notable simpatía
por la historiografía francesa, que ha hecho de ella el paradigma de mujer
inteligente, culta y excelente gobernadora de la casa real gala en el complejo
tránsito del Medievo al Renacimiento.
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Bibliografía: TOUBERT, P. Historia de Francia. (Barcelona, Crítica:
1987).
Autor: Óscar Perea Rodríguez
Fuente: mcnbiografias.com
Fuente: mcnbiografias.com
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Nota: Su
sepulcro es venerado, y tiene su memoria litúrgica aunque nunca ha sido
beatificada. (Ramón Rabre)
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