Santa Sinclética de Alejandría, Virgen
Enero 5
Martirologio Romano: En Alejandría de Egipto, santa Sinclética, virgen, de quien se cuenta que llevó vida eremítica (s. IV).
Santa Sincletica nació en Alejandría de Egipto, de una rica familia de
Macedonia. Su gran fortuna y belleza le atrajeron numerosos
pretendientes, pero Sinclética había consagrado su corazón al Esposo
celestial y para librarse de aquellos recurría a la fuga. Sin embargo
consideraba a su propio cuerpo como a su peor enemigo y se dedicó a
domarlo con ayunos y otras asperezas. Su mayor sufrimiento era verse
obligada a comer más frecuentemente de lo que deseaba. Sus padres la
constituyeron heredera de toda su fortuna, pues sus dos hermanos habían
muerto y su única hermana era ciega y estaba confiada a su custodia.
Habiendo distribuido su fortuna entre los pobres. Sinclética se retiró
con su hermana a una cámara sepulcral abandonada, que formaba parte de
las posesiones de sus parientes. Ahí se cortó los cabellos, en presencia
de un sacerdote, para mostrar su absoluto despego del mundo, y renovó
su consagración a Dios. A partir de ese instante, la oración y las
buenas obras constituyeron su principal ocupación; pero su total retiro,
que la ocultó a los ojos del mundo, nos ha dejado también a nosotros
sin noticias.
Numerosas mujeres acudían a ella en busca de
consejo. Si su humildad le hacía difícil instruir a otros, su caridad la
impulsaba a hacerlo. Sus palabras tenían un acento tan profundo de
humildad y de convencimiento, que impresionaban profundamente a sus
oyentes.
«¡Oh —exclamaba Sinclética—, cuan felices seríamos si
trabajáramos por ganar el cielo y servir a Dios, como los mundanos
trabajan por acumular riquezas y bienes perecederos! En tierra arrostran
a los bandidos y salteadores; en el mar se exponen a los vientos y a
las olas y sufren naufragios y calamidades; todo lo intentan y a todo se
atreven; en cambio nosotros, que servimos a un Señor tan grande y
esperamos un premio inefable, tenemos miedo de la menor contradicción».
Frecuentemente predicaba la humildad: «Un tesoro sólo está seguro cuando
está escondido; descubrirlo equivale a exponerlo a la codicia del
primero que venga y a perderlo; igualmente, la virtud sólo está segura
cuando permanece secreta, y quien la ostenta la verá disiparse como el
humo». Con estos y otros discursos exhortaba nuestra santa a la caridad,
a la vigilancia y a todas las virtudes.
A los ochenta años de
edad, Sinclética contrajo una intensa fiebre que le atacó los pulmones,
al mismo tiempo que una violenta gangrena le consumía los labios y las
mandíbulas. Llevó su enfermedad con increíble paciencia y resignación, a
pesar de que en los últimos tres meses el dolor no le dejaba reposo.
Aunque la gangrena la había privado del uso de la palabra, su paciencia
era un sermón más eficaz que cualquier predicación. Tres días antes de
su muerte, Sinclética tuvo una visión en la que le fue revelada la hora
en que su alma abandonaría el cuerpo. Al llegar el momento previsto,
aureolada de una luz celestial y consolada con divinas visiones,
Sinclética entregó su alma a Dios, a los ochenta y cuatro años de edad.
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