Santos Voto y Félix, Eremitas
Mayo 29
Mayo 29
Todo
Aragón, con Zaragoza, está dominado por los sarracenos que hace más de medio
siglo llegaron a España. Los cristianos sobreviven como pueden su fe en una
situación nueva que aún no está del todo clarificada. Ahora resulta que los
cristianos de siempre, los discípulos de Jesucristo de toda la vida, tienen que
pagar tributos especiales al moro si quieren seguir haciendo las prácticas
cristianas. Así, disgustados y humillados como muchos otros, viven los hermanos
Voto y Félix que son gente perteneciente a la nobleza, piadosos y buenos con los
pobres.
Voto es amante de la caza. Ha herido a un ciervo en el monte, y recorre el
terreno revolviendo arbustos y mirando en la maleza para atraparlo. Alertado por
los ladridos, ve a los perros acosando al animal que va huyendo; espolea a su
caballo y se una a la persecución. El ciervo se despeña por un precipicio y,
cuando Voto quiere darse cuenta, se le ha desbocado el caballo. Se encomienda a
san Juan Bautista en su apuro y el caballo se inmoviliza, sin saber cómo, al
mismo borde de la sima. (Aún hoy los vecinos devotos del lugar se atreven a
mostrar en la peña las huellas que dejaron allí los hierros del animal).
Entre asustado y agradecido, inspecciona Voto el lugar, encontrando entre
las matas y arbustos una ermita dedicada a san Juan Bautista que en su interior
tiene un hombre muerto y una escritura donde se lee: «Yo, Juan, eremita en este
sitio, habiendo despreciado al mundo, fundé como pude esta ermita en honor de
san Juan Bautista, y aquí descanso en paz. Amén.». En una situación como la suya
está aturdido y no sabe qué hacer ¡son tantas las cosas sucedidas en tan poco
tiempo!... decide dar sepultura al muerto y, terminada la obra de piedad,
regresa a su casa con el alma encogida y ansiando poner al corriente de los
acontecimientos a su hermano Félix.
De la conversación deducen que el muerto bien pudiera ser Juan, el de
Atarés, de quien nadie daba razón desde hacía años, después que desapareció; si
acertaran en su conjetura, todo se explica por el retiro a una vida solitaria y
santa. Ahora todo se les junta en la cabeza: la presencia de los moros y las
dificultades para ser hombres íntegros de fe; lamentan el tiempo desperdiciado
en cazas y naderías, conversan sobre el sentido de la vida; no se les va de la
cabeza el milagroso parón del caballo a punto de despeñarse y el descubrimiento
del solitario, muerto y ya enterrado, de la ermita... «¿No estará en todo esto
hablándonos Dios?».
Deciden repartir sus bienes entre los pobres y se marchan al monte Panno;
construyen dos ermitas junto a la que ya había y comienzan un retiro en paz.
Allí contemplan con piedad la Pasión de Cristo, meditan animosamente las
verdades eternas; es parco su alimento de raíces, hierbas y frutos que da el
campo, en alguna trampa caen animales y, de tarde en tarde, sorbetean algunos
huevos de nidadas salvajes; uno y otro se sienten movidos, además, a añadir
mortificación por los pecados propios y ajenos. No les faltan momentos de
tentaciones, se sienten a veces con ganas de volver a la civilización; uno
alienta al otro cuando manifiesta debilidad o cansancio y juntos se apoyan con
la oración.
Descubierta su presencia por otros que van ocupando el monte huyendo de la
esclavitud que supone convivir con los discípulos del Profeta, van agregándose
gentes que construyen otras cabañas donde vivir en la proximidad y abrigo de los
eremitas. Recordando las gestas de don Pelayo en Asturias se aprestan a
organizar una posible defensa en caso de necesidad; eligen como capitán a don
García Jiménez que es militar y tiene experiencia en la lucha contra los
mahometanos; en todo este nuevo modo de vivir, Voto y Félix ayudan con su
aprobación sin abandonar su principal cometido orante. Voto muere primero, el
día 29 de mayo, algo después se despidió Félix de este mundo y su fiesta se
celebra el mismo día por la unión mantenida en el sitio, tiempo y modo de
santidad.
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
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