San Pedro Sanz y Jordá, Mártir
Mayo
26
Martirologio Romano: En Fuzhou, en Fujian, provincia de China, san Pedro Sans y Jordá, obispo de la Orden de Predicadores y mártir, el cual, habiendo sido detenido junto con otros sacerdotes y llevado preso hasta el tribunal a través de un largo recorrido, se arrodilló en el lugar del suplicio y, terminada su oración, ofreció de buena gana su cuello al hacha (1747).
Martirologio Romano: En Fuzhou, en Fujian, provincia de China, san Pedro Sans y Jordá, obispo de la Orden de Predicadores y mártir, el cual, habiendo sido detenido junto con otros sacerdotes y llevado preso hasta el tribunal a través de un largo recorrido, se arrodilló en el lugar del suplicio y, terminada su oración, ofreció de buena gana su cuello al hacha (1747).
Etimológicamente: Pedro = Aquel que es firme como la piedra, es de origen
latino.
Pedro Sanz nació el 3 de septiembre de 1680 en Ascó, villa del obispado de
Tortosa; sus padres fueron Andrés Sanz y Catalina Jordá; de Ascó pasó a Lérida.
bajo la férula de un tío suyo que era capellán catedralicio, y en Lérida tomó el
hábito de dominico en 1697, ordenándose de sacerdote el 20 de septiembre de
1704; en 1708 fue destinado a San Ildefonso de Zaragoza y el 21 de julio de 1712
sale de Zaragoza camino de Cádiz, puerto de donde zarpaban todas las
expediciones de misioneros dominicos para el Nuevo Mundo y para Oriente; el 16
de septiembre salió de Cádiz; el 2 de diciembre llega a Veracruz; e1 5 de abril
de 1713 zarpa de Acapulco y arriba a Manila, vencido ya el verano de ese año; el
12 de junio de 1715 zarpa nuevamente rumbo a la China, llegando días después a
sus riberas como un contrabandista con el divino contrabando del amor y del
Evangelio.
Estos cinco intrépidos misioneros aguantaron el vendaval de las más crudas
persecuciones. En contacto unos con otros, sin perder el temple de su fortaleza
heroica, huyendo de villa en villa, con sagrados por entero a su labor
apostólica, mantuvieron encendida la llama de la fe en la provincia de Fokién.
Una y otra vez se embravecía la tormenta; pero ellos no conocían el miedo. Las
relaciones que periódicamente enviaban a sus superiores y las cartas a sus
amigos son un estupendo testimonio del espíritu con que evangelizaban,
desafiando a la muerte con una alegría divina. La misión había sido fundada en
1556 por el padre Gaspar de la Cruz; las persecuciones la habían sacudido con
furia diabólica; en 1643 se apuntaló espiritualmente con la muerte del
protomártir de China: el Beato Franciscano Capillas. Pero nunca había atravesado
una época de tanta hostilidad como en estos años del siglo XVIII. Según narra el
Beato Alcover, era un milagro continuar viviendo; pero estaban todos embargados
de gozo en medio de las tribulaciones.
En 1735 falleció el emperador Yung-Ching y le sucedió Kien-Lung. La tregua
de los días de la sucesión fue corta; los misioneros se distribuyeron entre
Fogán, Focheu, Moyang y Kan-Kiapán. El padre Sanz había sido nombrado vicario
apostólico y consagrado obispo titular de Mauricastro en 1730. Al padre Alcover
le ofreció el padre provincial el cargo de procurador de las misiones, con
residencia en la colonia portuguesa de Macao, pero renunció, rogando que le
dejase en campaña; más tarde aceptó el nombra- miento de vicario
provincial.
El nuevo emperador prohibió la práctica de la religión católica en sus
anchurosos dominios. El ministerio se complicó de tal manera que los misioneros
tenían que salir de noche a ejercerlo y disfrazarse con trajes y oficios
humildes y guarecerse en los montes para huir de la enconada búsqueda de los
mandarines, que habían puesto a precio sus cabezas.
Las escenas más emocionantes se suceden como en una novela de aventuras a
lo divino. El padre Alcover cuenta que andaba de un lugar para otro con sólo el
breviario y una estampa de la Virgen de las Angustias, sin poder decir misa casi
nunca. No se veían unos a otros más que de año en año. Una noche se subió a un
árbol en un bosque para huir de las alimañas, y tuvo que atarse para sostenerse;
creyó que había llegado su hora y entonó el Miserere; con sorpresa oyó que le
respondían a coro; era el padre Serrano que había hecho lo mismo; esperaron al
alba por temor a las fieras, se abrazaron y volvieron a despedirse.
Por fin, en 1746, el virrey de Focheu, Cheu-Kio-Kien, organizó la caza de
los valerosos misioneros utilizando los informes de un apóstata. El 25 de junio,
entre once y doce de la noche, cayó prisionero el padre Alcover; el 27, los
padres Serrano y Díaz; el 2 de julio, el padre Sanz, y el 3, el padre
Royo.
El 5 de julio están ya los cinco en la cárcel de Fogán; custodiados de
soldadesca, ello llegan a Focheu. El 19 empieza un primer proceso; los jueces
dictan sentencia absolutoria, pero el virrey monta en ira, depone a los jueces y
nombra un nuevo tribunal, que empieza a actuar el 27 de agosto. De antemano
estaba dada la sentencia de muerte. Mientras Cheu-Kio-Kien es galardonado con el
cargo de jefe de los virreyes en la corte imperial; le sucede Coc, tan Herodes
como él.
El 26 de mayo de 1747 la catana siega, en las afueras de la ciudad, la vida
madura del padre Sanz; los otros cuatro esperan contentos que les llegue la
hora; el padre Serrano es nombrado vicario apostólico y obispo titular de
Tipasitania. No sueñan con honores, sino con martirios. Los cuatro son herrados
en la cara con los caracteres Chan-Fan, es decir, "reo de muerte". Y el 28 de
octubre de 1748, al atardecer, los cuatro prisioneros fueron degollados en sus
respectivos calabozos. En el suelo, cuatro cadáveres; pero sus almas, con palmas
recién estrenadas, se juntaron en la gloria con el coro de los testigos de la
verdad.
El ejemplo de aquellos campeones de la fe llenó de asombro y admiración a
toda la Iglesia militante. El rey católico Fernando VI escribió al provincial de
los dominicos a Manila manifestándole que era un gran " honor a estos mis
dominios de España el que hayan sido de su misma nación los religiosos que
ofrecieron gustosos sus vidas, rubricando con su sangre la infalible verdad de
nuestra religión". El padre provincial envió al padre Juan de Santa María,
natural de aquel país, a rescatar los restos de los mártires. Tras mil
peripecias, logró recoger los huesos calcinados, que fueron objeto de un
apoteósico recibimiento en Manila. Benedicto XIV, que había seguido con desvelo
la aventura, en dos alocuciones a los cardenales encomió su fortaleza
inconmovible; en la primera los llamó " mártires designados", cuando aún vivían
en aquella tierra áspera de Focheu; después de su martirio, en la segunda
alocución, los calificó de "mártires consumados", reservando a sus sucesores el
que los declararan " mártires vindicados", o sea, que los elevasen a la gloria
de los altares.
Fue beatificado el 14 de mayo de 1893 por el Papa León XIII, y canonizado
el 1 de octubre de 2000 por S.S. Juan Pablo II.
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Fuente: Santopedia.com
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