Beata María Crescencia (María
Angélica) Pérez, Religiosa
Mayo 20
Martirologio Romano: En Vallena, Chile, Beata María Crescencia (María Angélica Pérez), religiosa de la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto. († 1932)
Martirologio Romano: En Vallena, Chile, Beata María Crescencia (María Angélica Pérez), religiosa de la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto. († 1932)
Fecha de beatificación: 17 de noviembre de 2012, durante el pontificado de
Benedicto XVI
La beata María Crescencia Pérez nació en San Martín Provincia de Buenos Aires el 17 de Agosto de 1897, y nos dejó un 20 de mayo de 1932, dejándonos con su obra una enseñanza inquebrantable de servicio, obediencia y profundo amor a Dios, a su virgen del Huerto y al mundo que la necesitaba.
La beata María Crescencia Pérez nació en San Martín Provincia de Buenos Aires el 17 de Agosto de 1897, y nos dejó un 20 de mayo de 1932, dejándonos con su obra una enseñanza inquebrantable de servicio, obediencia y profundo amor a Dios, a su virgen del Huerto y al mundo que la necesitaba.
La vida de María Crescencia Pérez no es sino un mensaje de amor. Llevó
siempre en su interior el fuego de un gran ideal: "Hacerse toda a todos". Este
ideal, que fue el de su fundador, la quemó por dentro y la estimuló
constantemente a donar su vida por la salvación de las almas.
Sencilla, serena, toda de Dios y al mismo tiempo, toda de los hombres, fue
puesta en nuestro camino para ayudarnos a descubrir, con renovada audacia, la
fuerza inicial y lo que tiene de genuino y de evangélico el carisma
gianellino.
Los Perez y los Rodriguez que partieron de la Galicia española, tierra de
grandes emigraciones, en un barco repleto de emigraciones plenos de esperanza
rumbo a Sudamérica. Pero amargas realidades imprevistas, frenaban muchas veces
el lejano entusiasmo de la partida; por el contrario, algunas veces incitaban
reacciones impensadas en aquellas obstinadas voluntades.
Los inmigrantes se encontraban muchas veces en el nuevo mundo trabajando de
sol a sol sus fértiles llanuras, navegando en los amplios ríos, o se instalaban
en la periferia cuando no lograban asentarse en la ciudad. Pero con su pobreza
de origen llevaban la riqueza de sus tradiciones católicas. Así sucedió con los
Perez-Rodriguez que, ente la adversidad, no desesperaron. En Córdoba, en una
jornada muy calurosa de mediados de diciembre de 1889, Agustín Pérez se casa con
Ema Rodriguez, ante el altar de la Virgen del Pilar.
Debido a los momentos agitados que vivía la Argentina por esos tiempos, que
hacían alternar partidos conservadores y liberales en el gobierno de las
ciudades, sin apoyo alguno, la joven pareja se vé obligada a emigrar a
Montevideo.
Estan solos. En la capital uruguaya nace su primer hijo, que muere a los
tres años. Otro hijo se apaga al nacer. Sobreviven Emilio y Antonio. Pero en
este país la joven pareja no encuentra horizontes de progreso y deciden retornar
a la Argentina.
En San Martín, Buenos Aires, en el frío agosto de 1897, nace una
criaturita, nuestra María Angélica. Al nacer la pequeña, las condiciones de la
familia mejoraron, porque el padre, ya de treinta años, logra finalmente un
trabajo en la Compañía Alemana de Electricidad.
Familia rica en fe y en hijos; nace Agustín, Aída, María Luisa, José María.
Pero la joven madre se enferma y las criaturas asustadas la sentían toser en
forma continua. Entonces el médico le dice que si no la llevan a un clima más
templado, no le aseguraba que pudiese sobrevivir.
Y parten hacia pergamino con las pocas cosas que poseen, todos sus niños y
una profunda fe.
Al atardecer, la madre calmada a los inquietos niños, los ponía a todos de
rodillas a rezar el Rosario. Día tras día, transmite casi inconscientemente a
sus hijos el concepto de la fe.
Y así crecieron estos niños, con esa madre fuerte que enseña a responder
con amor al amor de Dios; al hablar de Él con conciencia plena; a transformar
alegrías y dolores en momentos de gracia.
Crecieron con profundas convicciones religiosas, aunque al templo iban
ocasionalmente porque estaban a tres horas de distancia.
"Vivíamos nuestra pobreza con alegría; cada pequeño suceso nos
entusiasmaba. No conocíamos demasiado, no añorábamos la falta de tantas cosas…
El ejemplo de nuestros padres simples y fuertes, ricos en fe y en amor, nos
hacía crecer laboriosos. Tío José, hermano de mamá nos ayudaba, indicándonos una
u otra posibilidad de trabajo, sugiriéndonos un patrón dispuesto a
acogernos…"
La mayor parte del ciclo primario lo cursó en el Hogar de Jesús, de
Pergamino. También allí se recibió de maestra de Labores.
Su vocación religiosa, que había ido creciendo a lo largo de todos estos
años, tomó un curso definitivo cuando el 31 de diciembre de 1915 ingresó en el
Noviciado de las Hermanas del Huerto, en Buenos Aires. Recibió el Santo Hábito
el 2 de septiembre de 1918, en circunstancias en que moría su padre, don Agustín
Pérez.
No deseando otra cosa que agradar a Dios con una vida santa y ser
instrumento suyo para salvar a los hombres, se entregó totalmente a su misión,
como Hija de la Caridad, haciéndose "Toda para Todos", en obediencia perfecta y
en Caridad ilimitada.
Según sus testigos, la virtud sobresaliente de María Crescencia fue la
humildad. Esta le permitió vivir las grandes exigencias de la Caridad fraterna y
de la perfecta vida en común, con íntima y serena alegría. Era feliz de poder
hacer la voluntad de Dios.
Los primeros años de su vida religiosa los dedicó a la niñez. Se desempeñó
como maestra de Labores y Catequesis, en primer lugar en la Escuela Taller
adjunto a la Casa Provincial y después en el Colegio del Huerto de Buenos Aires,
en calle Rincón.
Una segunda etapa de su vida tuvo como destinatarios a los enfermos.
Comenzó esta misión en el Sanatorio Marítimo de Mar del Plata (Solarium), lugar
dedicado exclusivamente a la internación y atención de niños afectados de
tuberculosis ósea.
Allí permaneció tres años. Como su frágil salud comenzó a declinar rápida y
seriamente, sus superiores decidieron enviarla a un lugar donde el clima le
ayudase a recuperarse. Eligieron para ello Vallenar, en la República de Chile,
donde las Hermanas del Huerto atendían en el Hospital desde 1915. En el año
1928, la Hermana María Crescencia visitó por última vez Pergamino para
despedirse para siempre de los suyos. Poco después acompañada por la Madre
Provincial viajó a Chile, donde transcurrió la última etapa de su vida, ya que
cuatro años después de su llegada entregó su alma a Dios, en Vallenar, luego de
una vida heroica en la virtud.
En el momento en que María Crescencia llegaba a Vallenar bien puede decirse
que las Hermanas del Huerto estaban escribiendo una página de oro de
Congregación en América.
Vallenar, de aproximadamente 6.000 habitantes en aquel momento, seis años
antes había sufrido un terrible y devastador terremoto, que destruyó casi la
totalidad de las casa de la población.
A partir de este hecho doloroso, Vallenar entró en un largo proceso de
reconstrucción, que se prolongó durante muchos años.
La gran pobreza en que vivían, el dolor de tantas familias sin techo, la
soledad del lugar y las enormes distancias de otros pueblos, hicieron que se
cumpliese claramente el deseo del fundador: "Lleven siempre la pobreza consigo y
vayan donde por las dificultades del lugar y por la falta de medios otras
Hermanas no pueden ir".
A pesar de lo mucho que le costó dejar su Patria, su familia y su
comunidad, María Crescencia vio claramente la voluntad de Dios en las palabras
de su Superiora y con gusto aceptó lo que Él le pedía. Ella había dicho: "Por
cumplir la voluntad de Dios iría al fin del mundo". Vivió en Vallenar entregada
totalmente al servicio de sus Hermanos enfermos, dentro de la alegría de a vida
comunitaria y creciendo incesantemente en el Amor de Dios a quien había
consagrado su vida, hasta llegar a decir: "Señor, que te ame tanto como te amas
a ti mismo".
Ante el progreso y gravedad de su enfermedad, fue internada durante tres
meses en un hospital cercano a Vallenar, totalmente aislada para evitar el
contagio. Pero las últimas semanas de su vida la pasó nuevamente en Vallenar, en
su comunidad, edificando a las Hermanas con su serenidad y profunda paz
interior. Dios le tenía reservadas para este momento gracias muy especiales.
Según las crónicas recibió en visión la visita del Fundador, San Antonio María
Gianelli.
Desde la imagen de su cuadro de la Virgen del Huerto, que tenía junto a su
lecho, María la bendijo a ella y a las Hermanas.
El niño Jesús hizo ademán de salir de los brazos de su Madre y María
Crescencia extendió los suyos para recibirlo.
Con verdadera piedad recibió el Santo Viático, rodeada de su Superiora y
Hermana y mientras rezaba con los presentes las oraciones de los agonizantes, se
incorporó e inclinándose profundamente delante del cuadro del Sagrado Corazón de
Jesús, repitió las palabras que el mismo Jesús le enseñaba: "Corazón de Jesús,
por los sufrimientos de tu divino corazón, ten misericordia de nosotros".
Luego prorrumpió en una ferviente plegaria: "Corazón de Jesús bendíceme y
bendice a estas mis Hermanas, dales fuerza para combatir con valor y procurar la
salvación de las almas en estos tiempos difíciles. Bendice nuestro Instituto,
del cual he recibido tanto bien y en el cual en estos momentos me considero la
criatura más feliz del mundo. Te pido Corazón Santísimo de Jesús que mandes
muchas y buenas vocaciones a nuestro Instituto, oh Corazón de Jesús: te pido una
especial bendición para Chile y ya que es tu voluntad que me muera aquí
contenta, te ofrezco este sacrificio por la paz y tranquilidad de esta
nación".
Parece que el Corazón de Jesús le hacía ver el premio que le tenía
preparado, porque ella continuó: "¿Cuándo, Señor, he merecido eso? ¿Qué son los
sufrimientos de este mundo comparados con la felicidad del cielo? Dios mío, yo
no soy más que una miserable criatura, la ínfima de todas, soy menos que un
gusano de la tierra, ¿de dónde a mí tanta felicidad? Corazón de Jesús yo no
merezco todo eso. Todo es obra de tu Corazón. Jesús Mío., quisiera amarte tanto
como te amas a ti mismo".
Su deseo de unirse a Jesús era vehemente, por eso exclamó: "No me detengan
mas... No me detengan mas... Sí, que todos vayan al Corazón Santísimo de Jesús.
Allí encontrarán la salvación de su alma".
Finalmente dijo sonriendo: "Padre... en tus manos encomiendo mi espíritu.
Así murió santamente, el 20 de mayo de 1932
A poco de morir en el colegio del Huerto de Quillota, distante 600 Km de
Vallenar, estando las Hermanas reunidas percibieron una fragancia semejante al
perfume de las violetas, que permaneció varios días dentro de los muros del
colegio. Ante este hecho inexplicable, la Superiora dijo: "Ha muerto la Hermana
Crescencia". Inmediatamente llegó un telegrama avisando su muerte.
Cuando la comunidad del Huerto dejó Vallenar, la población no quiso que se
llevasen el cuerpo de quien llamaban "La santita". Por eso quedó allí 35 años,
hasta que el 8 de noviembre de 1966 la Congregación dispuso el traslado de sus
restos a Quillota. Provista de una pequeña urna, abrieron el ataúd para reducir
sus restos, pero encontraron intacto y en perfecta conservación su cuerpo y su
santo hábito. Toda la ciudad de Vallenar se congregó para constatar este hecho
tan singular. Se realiza nuevamente el velatorio y luego fue llevada a Quillota
donde descansó 17 años en la bóveda de las Hermanas.
En 1983 se trasladó su cuerpo al panteón de las Hermanas en Pergamino hasta
el 26 de julio de 1986 en que, con motivo de la apertura del proceso diocesano
en orden a su beatificación, se lo trasladó a la Capilla del Colegio del
Huerto.
El 3 de octubre de 1990 la Sagrada Congregación para las causas de los Santos abrió el proceso en Roma.
El 3 de octubre de 1990 la Sagrada Congregación para las causas de los Santos abrió el proceso en Roma.
Su tumba es constantemente visitada por numerosos peregrinos que de todas
partes del país vienen a venerar sus restos, a pedir ayuda o a agradecer sus
favores.
A través de estos hechos Dios comunica su mensaje y nos habla de secretos
designios acerca de la Hermana María Crescencia.
Su muerte fue precio de vida y dio especiales frutos, en vocaciones y en
gracias, sobre todo en orden espiritual. Estas gracias, en número cada vez
mayor, siguen produciéndose hoy, a favor de quienes la invocan.
Su intercesión para la beatificación
El milagro reconocido se refiere a una joven víctima de hepatitis A
fulminante, agravada por una diabetes infanto-juvenil, cuya posible y única
solución podría haber sido un trasplante hepático que no se realizó.
Invocada la intercesión de la Hermana Crescencia sobre una reliquia de la
Sierva de Dios, a los cinco días el mal había desaparecido sin que mediara
explicación científica.
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Fuente: hermanacrescencia.com.ar // ACI Prensa
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