Beato Juan
Martín Moyë, Presbítero y Fundador
Mayo 4
Fundador del Instituto de Hermanas de la Divina Providencia
Fundador del Instituto de Hermanas de la Divina Providencia
Martirologio Romano: En Tréveris, en Alemania, beato Juan Martín Moyë, presbítero de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, que en la localidad de Lorena, en Francia, fundó el Instituto de Hermanas de la Divina Providencia, y en China reunió en régimen de vida común a unas vírgenes dedicadas a la enseñanza. Se mostró siempre inflamado por el celo de las almas, aún después de verse obligado a abandonar su patria durante la Revolución Francesa. († 1730)
Fecha de beatificación: 21 de noviembre de 1954 por el Papa Pío XII.
El fundador de las Hermanas de la Providencia, Jean-Martin Moye (pronunciado ´Moi´), nació en Cutting, Francia, el 27 de enero de 1730, en una de esas buenas fincas del entonces ducado de Lorena, en la comarca de las salinas y las lagunas. Los establos eran amplios, las cosechas diversas y las bodegas de vino bien surtidas. Sus raíces familiares se hunden profundamente en ese territorio. De larga data, sus ancestros están implantados en Lorena.
El fundador de las Hermanas de la Providencia, Jean-Martin Moye (pronunciado ´Moi´), nació en Cutting, Francia, el 27 de enero de 1730, en una de esas buenas fincas del entonces ducado de Lorena, en la comarca de las salinas y las lagunas. Los establos eran amplios, las cosechas diversas y las bodegas de vino bien surtidas. Sus raíces familiares se hunden profundamente en ese territorio. De larga data, sus ancestros están implantados en Lorena.
Sus padres le hacían trabajar en el campo pero también lo hicieron
estudiar. Sus profesores sucesivos previeron para él una carrera brillante. En
sus estudios se destacó por los conocimientos en idiomas antiguos, en lógica y
en historia de la Iglesia.
"Pero la vida real no me tentaba mucho. Fui ordenado sacerdote a los 24
años para ser sacerdote de Jesucristo y nada más. Felizmente no estaba solo. Con
otros sacerdotes jóvenes formamos un pequeño grupo. ¿Cuál era nuestra fuerza?
Contar más con el dinamismo del espíritu, la oración y la exigencia personal,
que con las opiniones del clero mundano."
Juan Martín va y viene por las calles y las callejuelas de sus parroquias
sucesivas. Para ver y escuchar, para sentir la sonrisa de un recién nacido que
le llevan a bautizar, el amor de una pareja de ancianos, la pobreza oculta de
los tugurios. Y la injusticia: conoce jóvenes apenas en la pubertad que por
algunos robos menores terminaron en la horca. Conoce también la angustia de las
prostitutas de Metz, ciudad que ha sido siempre un bastión de tropas militares.
Y comprende que la piedad popular, manifestada en las procesiones, es impotente
para detener esos males. Se necesita algo más. Otra cosa muy distinta:
Instruir.
Los colegios existen, pero para los burgueses, para los habitantes de la
ciudad, para los hombres jóvenes. A las niñas, incluso a las niñas ricas, no se
les enseña sino la piedad y cómo ser buenas amas de casa. ¿Y la lectura y la
escritura? A veces, si queda un poco de tiempo.
Sin embargo, mucho antes que Freud, Juan Martín está convencido de que todo
se have desde la infancia. Entonces el joven y brillante intellectual formula un
proyecto loco: abrir miniescuelas para las niñas en los lugares más pobres y más
apartados de Lorena.
"Se necesitaba poder contar con jóvenes libres y dispuestas a todo; a
codearse con la miseria y con la incomprensión. Proyecto insensato el mío,
ciertamente. Pero como este pensamiento seguía invadiéndome, podía creer que
venía de Dios."
Un día, Marguerite Lecomte llega donde él para confesarse. Él no la ha
visto antes. Le have algunas preguntas, y se da cuenta, sorprendido, de que sabe
leer y enseña a unas compañeras de trabajo.
Poco después, Margarita entrará de lleno en el proyecto de Juan Martín e
irá a vivir a Vigy-Béfey. Más adelante será seguida por muchas otras ´mujeres
apóstoles´ que también irán a instruir a las niñitas de los caseríos
abandonados.
Y nace así la Congregación de Hermanas de la Providencia.
Pero esas ´mujeres apóstoles´ molestan
En la Lorena de 1762, Moye respondió a una urgencia sociológica. Aportó un
remedio eficaz, por medios desconcertantes, a una carencia social de entonces:
la ignorancia crasa en la cual se encontraban las niñitas campesinas. Moye es
por lo tanto testigo de muchas miserias.
La oposición a Moye crece en el clero y en la alta sociedad de Metz. Y el
obispo prohibe abrir nuevas escuelas en los pueblos. Juan Martín entra en una
especie de agonía. Su razón y su corazón vacilan.
"Y sin embargo yo quería confiar totalmente en Dios. En el corazón mismo de
esta absurda situación, mi amigo el padre Jobal llamó mi atención sobre un
detalle. Como se me permitía mantener las escuelas existentes, estas serían
cimientos para muchas otras. Vi en esto lo que me gusta llamar ´un signo de la
Providencia´. Pudo ser un hecho microscópico, pero resucitó mi esperanza y me
llevó a dar un sentido nuevo al acontecimiento."
Algún tiempo después el obispo levanta la prohibición y estimula el
desarrollo de las miniescuelas.
Pero a Moye le gusta sembrar. Prefiere dejar la mies a otros. Las misiones
extranjeras lo atraen, China sobre todo.
Septiembre de 1772: Juan Martín desembarca en Macao
A China llega un Juan Martín totalmente transformado en ´comerciante´: de
cabello largo y barba como los chinos. Y con un apellido que también suena a
chino: ´Moi´. Pero el país está prohibido a los misioneros. Va a tener que
actuar con astucia. Arrastrarse en los campos de maíz para esconderse. Atravesar
a pie altas montañas y a nado varios ríos.
Durante 10 años Moye vivirá lo que no dejó de repetir a las Hermanas:
asumir los riesgos que exija una buena obra con confianza en la Providencia.
Entre benevolencia y traición estará a merced de la gente. Hasta en su deseo,
Juan Martín se entrega a Dios. "No me prometí convertir primero muchas almas
sino hacer y sufrir en China lo que Dios quisiera."
Juan Martín es un infatigable caminante y su parroquia es tan extensa como
Francia y España juntas. En el camino los chinos lo detienen y lo golpean. "A
veces tenía tanto miedo que no sentía el dolor." Entre dos vigías celebra la
misa, instruye, exhorta. Observa también, escucha, aprende costumbres, nociones
jurídicas cuya sabiduría reconoce. En el contacto con la gente perfecciona
rápidamente su chino, hasta el punto de escribir bellos textos de oración en
este idioma.
Moye desarrolla varias intuiciones que tuvo en Europa. En primer lugar, en
esa época en la que las mujeres no tienen casi derecho a la palabra y
ciertamente no en las asambleas, él quiere apoyar su trabajo en jóvenes chinas.
Excelentes catequistas, son también voluntarias en casos de hambrunas y pestes.
Y bautizan a millares de moribundos, y a muchos niños. Como siempre, allí donde
otros no ven sino debilidades, Juan Martín ve en los niños el germen de una gran
fuerza. Lucha para que se les reconozca el derecho al bautismo, al dinamismo del
Espíritu.
En otras partes lucha contra prácticas usureras fuertemente implantadas en
China y que impiden a los pobres salir del círculo infernal de las deudas. En un
pequeño seminario en la montaña consagra tiempo a la formación del clero
local.
En 1783, después de 10 años de trabajo, agotado por varias enfermedades,
Moye vuelve a embarcarse para Francia. Allá, durante 10 años más va a recorrer
de nuevo las escuelas de las Hermanas, tentadas a veces por la vida fácil.
Tréveris, Alemania, en la primavera de 1793, rebosa de gente que huye de la
Revolución Francesa. La ciudad huele a tifo. Juan Martín, que no ha dejado de
prodigar cuidados a los enfermos, contrae el implacable mal. En la cama de una
humilde buhardilla espera la muerte. Quiere mirarla de frente. Bendice a algunas
Hermanas: "Crezcan y multiplíquense si tal es la voluntad de Dios."
El 4 de mayo vive su muerte como vivió su vida: entregándose sencillamente
en las manos de Dios.
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Fuente: www.provid.org.co
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