Nuestra Señora de los Desamparados
Segundo domingo de Mayo
A Valencia le cabe el honor de haber sido la cuna de esta advocación mariana,
de signo profundamente humano y universal, Una historia, trágica y consoladora.
a la vez, señala su proceso de formación a lo largo del siglo XV, el que
posiblemente registra el mayor apogeo religioso, artístico y comercial de la
vieja ciudad mediterránea.
Un ilustre mercedario, fray Juan Gilabert Jofré, compañero y coetáneo del más famoso valenciano, San Vicente Ferrer, es quien proclama desde el púlpito de la catedral la iniciativa feliz que ha de determinar la nueva advocación de la Virgen María, símbolo protector de varias y dispares empresas de caridad. Un episodio menudo, trivial, sirve para estimular el espíritu misericordioso del padre Jofré.
Es la mañana del 24 de febrero de 1409 cuando surge la figura del mercedario para poner fin a una desagradable escena callejera. En una encrucijada de aquel barrio artesano que se extiende desde la plaza del Mercado hasta la catedral, donde cada oficio tiene su sede y da nombre a una calle, un tropel de muchachos maltrata de palabra y de obra a un pobre demente. Esto impresiona vivamente al religioso, que, desde su convento de la Merced, se dirigía al templo mayor para predicar el sermón de la primera dominica de Cuaresma.
Y surge aquel improvisado final de su homilía, realmente trascendental. El libro de las Memorias de la fundación del Hospital dels Ignoscens ha conservado estas palabras, con las reiteraciones y la viveza de la lengua vernácula en la que se pronunciaron. "En la presente ciudad, —dijo el comendador de la Merced— hay mucha obra pía y de gran caridad y sustentación; pero aún falta una, que es de gran necesidad, cual es un "hospital" o casa donde los pobres inocentes y furiosos sean acogidos. Porque muchos pobres inocentes y furiosos van por esta ciudad, los cuales pasan grandes desaires de hambre, frío e injurias. Por tal, como por su inocencia y furor no saben ganar ni pedir lo que han de menester para sustentación de su vida, por lo que duermen por las calles y perecen de hambre y de frío, muchas personas malvadas, no teniendo a Dios ante los ojos de su conciencia, les hacen muchas injurias y daño, y señaladamente allá donde les encuentran dormidos los vejan y matan a algunos y a algunas mujeres avergüenzan. Asimismo, los pobres furiosos hacen daño a muchas personas que van por la ciudad. Estas cosas son notorias a toda la ciudad, por lo que sería santa cosa y obra muy santa que en la ciudad de Valencia fuese hecha una habitación u "hospital" en que semejantes locos e inocentes estuviesen de tal manera que no fuesen por la ciudad ni pudiesen hacer daño ni les fuese hecho".
Este inesperado llamamiento a la caridad ciudadana impresiona notablemente al auditorio, en que destaca un personaje inquieto, de extraordinaria actividad, medio providencial para las fundaciones subsiguientes, Lorenzo Salom, que aquel mismo día transmitió los deseos del predicador a diez destacados mercaderes que, por su espíritu abierto y su intuición viva —mediterráneos, al fin—, asimilaron perfectamente el pensamiento del padre Jofré y se constituyeron fundadores de la nueva y necesaria obra.
Diecinueve días después del memorable sermón el Consejo General de la ciudad estudiaba el proyecto, y tan sólo dos meses después —como registra en su curioso dietario el capellán del rey Alfonso V el Magnánimo— comenzaron las obras en un solar adquirido en las inmediaciones de la Puerta de Torrente, más tarde llamada de los Inocentes. El rey Don Martín el Humano confirmó las obras y, a petición de los jurados de la ciudad, concedió el privilegio de amortización, firmado en Barcelona a fines del mismo año 1409.
Por su parte, el pontífice Benedicto XIII otorgaba su licencia para erigir una capilla, un cementerio y una capellanía que tuviese a su cargo la administración de los sacramentos a los enfermos y moradores del naciente hospital de los Santos Inocentes. Hay que destacar el espíritu mariano de aquellos artesanos y menestrales del siglo XV valenciano, puesto que su laudable afán de que estuviera la nueva fundación bajo el patrocinio directo de la Santísima Virgen les llevó a modificar el título asignado por el propio Pontífice en su bula de 26 de febrero de 1410 y a denominarlo "Hospital de Nuestra Señora Santa María de los Inocentes", como será reconocido más tarde en los subsiguientes documentos pontificios y reales. De este modo surgió una nueva advocación mariana con su iconografía peculiar, determinada por la adición de las figuras de los dos inocentes mártires junto a la Virgen, como símbolo de los acogidos en el nuevo hospital y que recibían, además de asilo y trato caritativo, la oportuna asistencia médica, verdadera innovación que constituye una indiscutible gloria del nuevo establecimiento benéfico.
El empuje del nuevo hospital requería cada vez mayor colaboración y más intensa asistencia por parte de todos los sectores ciudadanos. Por ello, según las ideas de la época, se pensó muy pronto en la organización de una Cofradía que, sin aumento del personal directivo del hospital, ofreciese el medio normal que asegurase su continuidad y su vital desenvolvimiento.
Así, pues, en la fiesta que en honor del apóstol San Matías se celebró en la iglesia del hospital en el año 1413, el predicador Mosén Juan de Rodella propuso la constitución de la Cofradía para salvar los objetivos indicados. Los cofrades ejercerían abundantemente su misericordia con los hospitalizados, contribuirían al esplendor de los actos, religiosos y aun al mismo sepelio de los dementes.
El citado pontífice Benedicto XIII bendecía la constitución de la referida Cofradía mediante su bula de 4 de marzo de 1414 y el monarca Don Fernando de Antequera, pocos meses después, el 24 de agosto, sancionaba las Ordenanzas de la nueva Cofradía de Santa María de los Inocentes. Setenta y cinco fueron los cofrades fundadores, entre los que destacaban por su número los maestros y oficiales del floreciente arte de la seda, para cuyas transacciones levantaron el magnífico edificio de la Lonja.
El espíritu caritativo de los cofrades no quedó satisfecho con la empresa del hospital ni con las lucidas fiestas religiosas en honor de los principales misterios marianos, entre las que muy pronto destacó la del 8 de diciembre, considerada como la fiesta principal de la Cofradía y trasladada, en 1684, al segundo domingo de mayo. Muy pronto comenzó a extender su radio de acción a los indigentes, a los huérfanos, a los ajusticiados, a las mujeres de la mancebía, allá donde hubiera alguna necesidad material o moral que socorrer, hasta dar cristiana sepultura a los cadáveres de los ahogados que el mar abandonaba en la playa o de los desamparados, esto es, de los no identificados que se encontraban en la ciudad o sus arrabales. La simple enumeración de los documentos reales serviría para señalar los jalones de esta sucesiva ampliación de las empresas caritativas realizadas bajo el nombre y la protección de Santa María de los Inocentes.
Hay que destacar la fecha de un privilegio de Don Fernando el Católico. Llegadas a la mayoría de edad las dos obras hermanas, hospital y Cofradía, el monarca juzgó oportuna la separación, y el 3 de junio de 1493 firmaba en Barcelona el privilegio por el que se concedía a la Cofradía el título de la "Sagrada Virgen María de los Inocentes y Desamparados", con total independencia del hospital y con la dedicación absoluta a sus múltiples empresas de caridad. Con ello quedaba asimismo establecido el nombre de la nueva advocación mariana, llamada a centrar el fervor religioso del Levante y de extenderse por el resto de España y por otras naciones.
Desde los primeros tiempos de la Cofradía, como exigencia también de los gustos de la época, se veneró una imagen considerada como titular. Ya en el tercer capítulo de las primitivas constituciones aprobadas por Don Fernando de Antequera en 1414 se obtiene la licencia oportuna para poseer camillas, cirios, paños de seda con bordados que pudiesen cubrir los cuerpos de los cofrades y cofradesas difuntos y sobre los que pudiera poner la imagen o figura de la Virgen María con algunos inocentes", así como "la vera cruz con el misterio de la Pasión", esto es, la cruz con los tres clavos ensangrentados que aparece como sello en los primeros documentos.
Dos años después el rey Alfonso V el Magnánimo concede su autorización para que "pueda tener la representación o imagen de la gloriosa Virgen María de plata sobredorada o madera", que pueda ser llevada "sobre las cajas de los cofrades que mueran en dicha Cofradía", y que puedan acompañarla "alguna otra representación de los inocentes muertos por el rey Herodes por causa de Nuestro Señor Jesucristo".
Como acertadamente señala el historiador holandés Huizinga, la psicología de las gentes del siglo XV exigía la sensibilización de lo sobrenatural, y la protección dispensada por la Virgen María en la vida y en la muerte de su cofrade tenía su expresión mediante esta colocación de su imagen sobre los féretros, hecho que no era exclusivo de esta Cofradía. Por ello, en los primitivos inventarios figura en lugar preeminente la imagen "que va sobre los cuerpos” y “que lleva un brote de lirio y una cruz de madera", rasgos fundamentales que conserva la imagen original venerada en la Real Basílica de Valencia.
Esta finalidad del sagrado simulacro explica el material ligero y fuerte en que está construido, los pliegues del ropaje de la dorada talla gótica, concebidos en sentido horizontal, y, especialmente, la inclinación de la cabeza, propia de su posición originaria de descanso sobre un almohadón. La imagen se llevaba a la diminuta capilla del actual Hospital Provincial, llamada "Capitulet", para presidir las reuniones o capítulos de la Cofradía; figuraba yacente en el entierro de los cofrades, dementes, ajusticiados o desamparados, y era llevada erguida sobre unas andas en las procesiones de las grandes solemnidades marianas. Primeramente recibió veneración en la casa de los clavarios; desde 1603 en la diminuta capilla exterior de la catedral, cedida por el Cabildo metropolitano a la Cofradía y, desde 1667, en la actual Real Basílica, construida por la Cofradía, y considerada como el centro espiritual de primer orden de la región valenciana.
Porque ya en el siglo XV la devoción a la Virgen de los Desamparados había prendido en diversas poblaciones del viejo reino, como Moncada y Torrente, donde se constituían Cofradías filiales, y en 1603, al intentar imprimir el libro sumario de indulgencias concedidas a la Real Cofradía, adoptóse la lengua castellana en vez de la valenciana, por tener que repartirse dicho sumario "en Castilla y Aragón y en otras partes longincuas, y particularmente en las Indias". A fines del XIX dos pujantes congregaciones religiosas, las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundadas por la Beata Teresa de Jesús Jornet, y las Madres de Desamparados y San José de la Montaña, fundadas por la madre Petra de San José, han tomado a la Virgen de los Desamparados como su principal Patrona y han constituido sus centenares de casas esparcidas por el mundo como otros tantos focos de intensa devoción a la Santísima Virgen bajo esta consoladora advocación.
Porque ésta es, en definitiva, la gran innovación introducida en la liturgia, por el título de Madre de los Desamparados. Ni en el avemaría, donde llamamos a la Virgen Madre de Dios; ni en la salve, donde le decirnos Madre de la misericordia, refiriéndonos más bien a ser la madre de quien es la misericordia misma; ni en la letanía lauretana, ni en el misal y el breviario, aparece tan rotundamente proclamada la maternidad de la Virgen sobre todos los hombres como en este título de Madre de los Desamparados, sinónimo de Madre de todos los hombres, de los desterrados hijos de Eva, abrumados por el desconsuelo y el dolor.
Bellamente glosó este título en ocasión memorable en la Asamblea regional Mariana —celebrada en 1923, con motivo de la coronación pontificia de la Virgen de los Desamparados— el canónigo magistral don Rogelio Chillida, mártir de Jesucristo en 1936, cuando presentó cinco razones teológicas para la palabra Mater y otras cinco para la frase desertorum seu derelictorum.
María es Madre nuestra: primero, porque es realmente maternal su solicitud e interés por la salvación humana; segundo, porque, entregando voluntariamente en el Templo y al pie de la cruz a su Hijo por la humana redención, nos dio la vida; tercero, por título de herencia, ya que de labios de su Hijo moribundo recibió el encargo de adoptarnos a todos los hombres, representados, en sentir de la tradición sagrada, en la persona de San Juan; cuarto, porque es Madre de Cristo dentro de la economía cristiana, en la cual Jesucristo es nuestro hermano, razón por la cual su Madre ha de ser nuestra Madre, y quinto, porque la Encarnación es una especie de matrimonio íntimo entre el Verbo y la humana naturaleza, matrimonio del que habían de nacer todas las, almas justas y para el que se requería el consentimiento de la humanidad y que lo otorgaron los labios de María, según subraya Santo Tomás de Aquino, "en nombre de todo el género humano", razón por la cual María conquistó con toda propiedad el dictado de su espiritual y universal maternidad, tal como la conquista la madre terrena al dar su consentimiento a la unión conyugal.
El genitivo de los Desamparados se enlaza tan maravillosa, tan teológicamente con el titulo de María Madre de la humanidad, que difícil resultará hallar otro más tierno y adecuado. Porque, primero, si la razón más sutil de la maternidad espiritual de María se toma del consentimiento que prestó para la Encarnación, Madre de los Desamparados fue entonces de los hombres faltos de redención, sumidos en el desamparo horrible del pecado y del paganismo.
Porque, segundo, cuando María comienza a ejercitar visiblemente su oficio de Madre de los hombres es después de partir Jesús de este mundo, en aquellos años de la Iglesia naciente en que María asiste y aconseja no sólo a San Juan, sino a todos los apóstoles y discípulos del Señor, y claro está que en aquella sazón era Madre de los Desamparados, de los que su Maestro había dejado en este mundo.
Porque, tercero, así como en la economía cristiana la fraternidad se practica en su grado más sublime con los enemigos, con los pecadores, con los desgraciados, con los desamparados, de igual modo ha de acontecer con la maternidad espiritual; por tanto decimos lo más delicado y glorioso de María, madre de los hombres, si la invocamos por Madre amorosa y compasiva de los pecadores, de los débiles, de los desgraciados, por Madre de los Desamparados.
Porque, cuarto, es imposible concretar mejor el lado característico que los Santos Padres, las liturgias de Oriente y Occidente, la persuasión del pueblo file han visto siempre en la intercesión de María al considerarla como la sombra de un inmenso manto tendido sobre los dolores humanos, y es imposible resumir mejor la sentencia del Crisóstomo: "Aquellos a quienes no salva la justicia de Dios salvarlos puede la misericordia de María", y es imposible cifrar mejor el juicio del Doctor Angélico al decir que el divino Asuero ha dado a María, bella Ester, la mitad de su reino, o sea el reino de la misericordia, reservándose para sí el de la justicia, que atribuyendo a María entrañas maternales de predilección para los descarriados, para los infelices, para los que naufragan en los mares de la tribulación, que llamándola una y mil veces Madre de los Desamparados.
Porque, quinto, no hay actitud más maternal que la de amparar, la de abrigar, la de estrechar contra el corazón al hijo pequeñuelo, desnudo e indefenso; no hay imagen más expresiva del amor materno que aquella que aprendimos de Jesucristo Señor nuestro; la imagen de la gallina abriendo sus alas para cobijar a los polluelos, aquella imagen que empleaba el gloriosísimo, arzobispo Santo Tomás de Villanueva cuando decía: "De igual modo que los polluelos, si ven volar sobre ellos el gavilán, corren presurosos a refugiarse bajo las alas de su madre, nosotros nos ponemos bajo la protectora sombra de tus alas; no conocemos otro refugio sino a Ti. Tú eres la única esperanza en quien confiamos, Tú eres la única Patrona nuestra a quien todos miramos".
Todo esto dice la advocación y la imagen misma de Nuestra Señora de los Desamparados.
Un ilustre mercedario, fray Juan Gilabert Jofré, compañero y coetáneo del más famoso valenciano, San Vicente Ferrer, es quien proclama desde el púlpito de la catedral la iniciativa feliz que ha de determinar la nueva advocación de la Virgen María, símbolo protector de varias y dispares empresas de caridad. Un episodio menudo, trivial, sirve para estimular el espíritu misericordioso del padre Jofré.
Es la mañana del 24 de febrero de 1409 cuando surge la figura del mercedario para poner fin a una desagradable escena callejera. En una encrucijada de aquel barrio artesano que se extiende desde la plaza del Mercado hasta la catedral, donde cada oficio tiene su sede y da nombre a una calle, un tropel de muchachos maltrata de palabra y de obra a un pobre demente. Esto impresiona vivamente al religioso, que, desde su convento de la Merced, se dirigía al templo mayor para predicar el sermón de la primera dominica de Cuaresma.
Y surge aquel improvisado final de su homilía, realmente trascendental. El libro de las Memorias de la fundación del Hospital dels Ignoscens ha conservado estas palabras, con las reiteraciones y la viveza de la lengua vernácula en la que se pronunciaron. "En la presente ciudad, —dijo el comendador de la Merced— hay mucha obra pía y de gran caridad y sustentación; pero aún falta una, que es de gran necesidad, cual es un "hospital" o casa donde los pobres inocentes y furiosos sean acogidos. Porque muchos pobres inocentes y furiosos van por esta ciudad, los cuales pasan grandes desaires de hambre, frío e injurias. Por tal, como por su inocencia y furor no saben ganar ni pedir lo que han de menester para sustentación de su vida, por lo que duermen por las calles y perecen de hambre y de frío, muchas personas malvadas, no teniendo a Dios ante los ojos de su conciencia, les hacen muchas injurias y daño, y señaladamente allá donde les encuentran dormidos los vejan y matan a algunos y a algunas mujeres avergüenzan. Asimismo, los pobres furiosos hacen daño a muchas personas que van por la ciudad. Estas cosas son notorias a toda la ciudad, por lo que sería santa cosa y obra muy santa que en la ciudad de Valencia fuese hecha una habitación u "hospital" en que semejantes locos e inocentes estuviesen de tal manera que no fuesen por la ciudad ni pudiesen hacer daño ni les fuese hecho".
Este inesperado llamamiento a la caridad ciudadana impresiona notablemente al auditorio, en que destaca un personaje inquieto, de extraordinaria actividad, medio providencial para las fundaciones subsiguientes, Lorenzo Salom, que aquel mismo día transmitió los deseos del predicador a diez destacados mercaderes que, por su espíritu abierto y su intuición viva —mediterráneos, al fin—, asimilaron perfectamente el pensamiento del padre Jofré y se constituyeron fundadores de la nueva y necesaria obra.
Diecinueve días después del memorable sermón el Consejo General de la ciudad estudiaba el proyecto, y tan sólo dos meses después —como registra en su curioso dietario el capellán del rey Alfonso V el Magnánimo— comenzaron las obras en un solar adquirido en las inmediaciones de la Puerta de Torrente, más tarde llamada de los Inocentes. El rey Don Martín el Humano confirmó las obras y, a petición de los jurados de la ciudad, concedió el privilegio de amortización, firmado en Barcelona a fines del mismo año 1409.
Por su parte, el pontífice Benedicto XIII otorgaba su licencia para erigir una capilla, un cementerio y una capellanía que tuviese a su cargo la administración de los sacramentos a los enfermos y moradores del naciente hospital de los Santos Inocentes. Hay que destacar el espíritu mariano de aquellos artesanos y menestrales del siglo XV valenciano, puesto que su laudable afán de que estuviera la nueva fundación bajo el patrocinio directo de la Santísima Virgen les llevó a modificar el título asignado por el propio Pontífice en su bula de 26 de febrero de 1410 y a denominarlo "Hospital de Nuestra Señora Santa María de los Inocentes", como será reconocido más tarde en los subsiguientes documentos pontificios y reales. De este modo surgió una nueva advocación mariana con su iconografía peculiar, determinada por la adición de las figuras de los dos inocentes mártires junto a la Virgen, como símbolo de los acogidos en el nuevo hospital y que recibían, además de asilo y trato caritativo, la oportuna asistencia médica, verdadera innovación que constituye una indiscutible gloria del nuevo establecimiento benéfico.
El empuje del nuevo hospital requería cada vez mayor colaboración y más intensa asistencia por parte de todos los sectores ciudadanos. Por ello, según las ideas de la época, se pensó muy pronto en la organización de una Cofradía que, sin aumento del personal directivo del hospital, ofreciese el medio normal que asegurase su continuidad y su vital desenvolvimiento.
Así, pues, en la fiesta que en honor del apóstol San Matías se celebró en la iglesia del hospital en el año 1413, el predicador Mosén Juan de Rodella propuso la constitución de la Cofradía para salvar los objetivos indicados. Los cofrades ejercerían abundantemente su misericordia con los hospitalizados, contribuirían al esplendor de los actos, religiosos y aun al mismo sepelio de los dementes.
El citado pontífice Benedicto XIII bendecía la constitución de la referida Cofradía mediante su bula de 4 de marzo de 1414 y el monarca Don Fernando de Antequera, pocos meses después, el 24 de agosto, sancionaba las Ordenanzas de la nueva Cofradía de Santa María de los Inocentes. Setenta y cinco fueron los cofrades fundadores, entre los que destacaban por su número los maestros y oficiales del floreciente arte de la seda, para cuyas transacciones levantaron el magnífico edificio de la Lonja.
El espíritu caritativo de los cofrades no quedó satisfecho con la empresa del hospital ni con las lucidas fiestas religiosas en honor de los principales misterios marianos, entre las que muy pronto destacó la del 8 de diciembre, considerada como la fiesta principal de la Cofradía y trasladada, en 1684, al segundo domingo de mayo. Muy pronto comenzó a extender su radio de acción a los indigentes, a los huérfanos, a los ajusticiados, a las mujeres de la mancebía, allá donde hubiera alguna necesidad material o moral que socorrer, hasta dar cristiana sepultura a los cadáveres de los ahogados que el mar abandonaba en la playa o de los desamparados, esto es, de los no identificados que se encontraban en la ciudad o sus arrabales. La simple enumeración de los documentos reales serviría para señalar los jalones de esta sucesiva ampliación de las empresas caritativas realizadas bajo el nombre y la protección de Santa María de los Inocentes.
Hay que destacar la fecha de un privilegio de Don Fernando el Católico. Llegadas a la mayoría de edad las dos obras hermanas, hospital y Cofradía, el monarca juzgó oportuna la separación, y el 3 de junio de 1493 firmaba en Barcelona el privilegio por el que se concedía a la Cofradía el título de la "Sagrada Virgen María de los Inocentes y Desamparados", con total independencia del hospital y con la dedicación absoluta a sus múltiples empresas de caridad. Con ello quedaba asimismo establecido el nombre de la nueva advocación mariana, llamada a centrar el fervor religioso del Levante y de extenderse por el resto de España y por otras naciones.
Desde los primeros tiempos de la Cofradía, como exigencia también de los gustos de la época, se veneró una imagen considerada como titular. Ya en el tercer capítulo de las primitivas constituciones aprobadas por Don Fernando de Antequera en 1414 se obtiene la licencia oportuna para poseer camillas, cirios, paños de seda con bordados que pudiesen cubrir los cuerpos de los cofrades y cofradesas difuntos y sobre los que pudiera poner la imagen o figura de la Virgen María con algunos inocentes", así como "la vera cruz con el misterio de la Pasión", esto es, la cruz con los tres clavos ensangrentados que aparece como sello en los primeros documentos.
Dos años después el rey Alfonso V el Magnánimo concede su autorización para que "pueda tener la representación o imagen de la gloriosa Virgen María de plata sobredorada o madera", que pueda ser llevada "sobre las cajas de los cofrades que mueran en dicha Cofradía", y que puedan acompañarla "alguna otra representación de los inocentes muertos por el rey Herodes por causa de Nuestro Señor Jesucristo".
Como acertadamente señala el historiador holandés Huizinga, la psicología de las gentes del siglo XV exigía la sensibilización de lo sobrenatural, y la protección dispensada por la Virgen María en la vida y en la muerte de su cofrade tenía su expresión mediante esta colocación de su imagen sobre los féretros, hecho que no era exclusivo de esta Cofradía. Por ello, en los primitivos inventarios figura en lugar preeminente la imagen "que va sobre los cuerpos” y “que lleva un brote de lirio y una cruz de madera", rasgos fundamentales que conserva la imagen original venerada en la Real Basílica de Valencia.
Esta finalidad del sagrado simulacro explica el material ligero y fuerte en que está construido, los pliegues del ropaje de la dorada talla gótica, concebidos en sentido horizontal, y, especialmente, la inclinación de la cabeza, propia de su posición originaria de descanso sobre un almohadón. La imagen se llevaba a la diminuta capilla del actual Hospital Provincial, llamada "Capitulet", para presidir las reuniones o capítulos de la Cofradía; figuraba yacente en el entierro de los cofrades, dementes, ajusticiados o desamparados, y era llevada erguida sobre unas andas en las procesiones de las grandes solemnidades marianas. Primeramente recibió veneración en la casa de los clavarios; desde 1603 en la diminuta capilla exterior de la catedral, cedida por el Cabildo metropolitano a la Cofradía y, desde 1667, en la actual Real Basílica, construida por la Cofradía, y considerada como el centro espiritual de primer orden de la región valenciana.
Porque ya en el siglo XV la devoción a la Virgen de los Desamparados había prendido en diversas poblaciones del viejo reino, como Moncada y Torrente, donde se constituían Cofradías filiales, y en 1603, al intentar imprimir el libro sumario de indulgencias concedidas a la Real Cofradía, adoptóse la lengua castellana en vez de la valenciana, por tener que repartirse dicho sumario "en Castilla y Aragón y en otras partes longincuas, y particularmente en las Indias". A fines del XIX dos pujantes congregaciones religiosas, las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundadas por la Beata Teresa de Jesús Jornet, y las Madres de Desamparados y San José de la Montaña, fundadas por la madre Petra de San José, han tomado a la Virgen de los Desamparados como su principal Patrona y han constituido sus centenares de casas esparcidas por el mundo como otros tantos focos de intensa devoción a la Santísima Virgen bajo esta consoladora advocación.
Porque ésta es, en definitiva, la gran innovación introducida en la liturgia, por el título de Madre de los Desamparados. Ni en el avemaría, donde llamamos a la Virgen Madre de Dios; ni en la salve, donde le decirnos Madre de la misericordia, refiriéndonos más bien a ser la madre de quien es la misericordia misma; ni en la letanía lauretana, ni en el misal y el breviario, aparece tan rotundamente proclamada la maternidad de la Virgen sobre todos los hombres como en este título de Madre de los Desamparados, sinónimo de Madre de todos los hombres, de los desterrados hijos de Eva, abrumados por el desconsuelo y el dolor.
Bellamente glosó este título en ocasión memorable en la Asamblea regional Mariana —celebrada en 1923, con motivo de la coronación pontificia de la Virgen de los Desamparados— el canónigo magistral don Rogelio Chillida, mártir de Jesucristo en 1936, cuando presentó cinco razones teológicas para la palabra Mater y otras cinco para la frase desertorum seu derelictorum.
María es Madre nuestra: primero, porque es realmente maternal su solicitud e interés por la salvación humana; segundo, porque, entregando voluntariamente en el Templo y al pie de la cruz a su Hijo por la humana redención, nos dio la vida; tercero, por título de herencia, ya que de labios de su Hijo moribundo recibió el encargo de adoptarnos a todos los hombres, representados, en sentir de la tradición sagrada, en la persona de San Juan; cuarto, porque es Madre de Cristo dentro de la economía cristiana, en la cual Jesucristo es nuestro hermano, razón por la cual su Madre ha de ser nuestra Madre, y quinto, porque la Encarnación es una especie de matrimonio íntimo entre el Verbo y la humana naturaleza, matrimonio del que habían de nacer todas las, almas justas y para el que se requería el consentimiento de la humanidad y que lo otorgaron los labios de María, según subraya Santo Tomás de Aquino, "en nombre de todo el género humano", razón por la cual María conquistó con toda propiedad el dictado de su espiritual y universal maternidad, tal como la conquista la madre terrena al dar su consentimiento a la unión conyugal.
El genitivo de los Desamparados se enlaza tan maravillosa, tan teológicamente con el titulo de María Madre de la humanidad, que difícil resultará hallar otro más tierno y adecuado. Porque, primero, si la razón más sutil de la maternidad espiritual de María se toma del consentimiento que prestó para la Encarnación, Madre de los Desamparados fue entonces de los hombres faltos de redención, sumidos en el desamparo horrible del pecado y del paganismo.
Porque, segundo, cuando María comienza a ejercitar visiblemente su oficio de Madre de los hombres es después de partir Jesús de este mundo, en aquellos años de la Iglesia naciente en que María asiste y aconseja no sólo a San Juan, sino a todos los apóstoles y discípulos del Señor, y claro está que en aquella sazón era Madre de los Desamparados, de los que su Maestro había dejado en este mundo.
Porque, tercero, así como en la economía cristiana la fraternidad se practica en su grado más sublime con los enemigos, con los pecadores, con los desgraciados, con los desamparados, de igual modo ha de acontecer con la maternidad espiritual; por tanto decimos lo más delicado y glorioso de María, madre de los hombres, si la invocamos por Madre amorosa y compasiva de los pecadores, de los débiles, de los desgraciados, por Madre de los Desamparados.
Porque, cuarto, es imposible concretar mejor el lado característico que los Santos Padres, las liturgias de Oriente y Occidente, la persuasión del pueblo file han visto siempre en la intercesión de María al considerarla como la sombra de un inmenso manto tendido sobre los dolores humanos, y es imposible resumir mejor la sentencia del Crisóstomo: "Aquellos a quienes no salva la justicia de Dios salvarlos puede la misericordia de María", y es imposible cifrar mejor el juicio del Doctor Angélico al decir que el divino Asuero ha dado a María, bella Ester, la mitad de su reino, o sea el reino de la misericordia, reservándose para sí el de la justicia, que atribuyendo a María entrañas maternales de predilección para los descarriados, para los infelices, para los que naufragan en los mares de la tribulación, que llamándola una y mil veces Madre de los Desamparados.
Porque, quinto, no hay actitud más maternal que la de amparar, la de abrigar, la de estrechar contra el corazón al hijo pequeñuelo, desnudo e indefenso; no hay imagen más expresiva del amor materno que aquella que aprendimos de Jesucristo Señor nuestro; la imagen de la gallina abriendo sus alas para cobijar a los polluelos, aquella imagen que empleaba el gloriosísimo, arzobispo Santo Tomás de Villanueva cuando decía: "De igual modo que los polluelos, si ven volar sobre ellos el gavilán, corren presurosos a refugiarse bajo las alas de su madre, nosotros nos ponemos bajo la protectora sombra de tus alas; no conocemos otro refugio sino a Ti. Tú eres la única esperanza en quien confiamos, Tú eres la única Patrona nuestra a quien todos miramos".
Todo esto dice la advocación y la imagen misma de Nuestra Señora de los Desamparados.
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